capítulo primero.
Poco os podrá decir mi nombre, pues ninguna gesta digna de
ser mencionada ni recordada he acometido en
los años de vida que tengo, más os
lo digo, de cualquier forma, pues poco entenderíais mi relato si no sabéis
bien
quién os lo está contando. Siendo así y que valga para ello la licencia de la
que he usado, os diré que
por Santiago me bautizaron y por ese nombre me
llaman, las más de las veces, todo sea confesado, casi
siempre para maldecirme
y casi nunca para regalarme de elogios, que son muchos los oprobios que causo y
pocas las dichas que doy.
No soy mas que mitad de huérfano y
un mucho de pícaro, pues qué otra cosa se podría ser en esta España que nos
seca con sus guerras sin fin y sus muchas penurias.
Con todo, no puedo quejarme, pues techo sobre el que recostar la cabeza al
caer la noche nunca me ha faltado y tampoco limpieza de sangre.
No recuerdo a mi padre que murió
lejos de nuestra tierra siendo yo muy niño, más sé, por los cuentos que los
viejos soldados que lo acompañaron en sus cuitas, que se trataba de un tal
Jerónimo Guzmán, soldado aguerrido, de mirada fiera y poco amigo de chanzas y
bromas, mas diestro en el uso de la bilbaína al degüello que en el manejo de la
espada o el mosquete en la batalla.
De su imagen solo soy dueño en
sueños , apareciéndoseme en las neblinas que separan la duermevela de la
vigilia , luciendo toscamente una barba
áspera ,negra y cerrada , que perfumaba
toda la casa , desde su llegada , del olor agrio , de no sé cuantas guerras padecidas.
No consigo discernir con claridad
si es cierto que mi padre llegado a nuestro humilde hogar de amanecida o de
sobrenoche , siempre con prisas de voz grave, pasos quedos y huidizos ,
prendido el nombre de mi madre en sus labios, después de beber y comer de lo
poco que en nuestra despensa siempre hubo, gustaba de charlar, con la mirada
perdida en la lumbre, de los muchos lugares que sus pies habían hollado, de las
muchas pocilgas y enlodados donde su alma quedó presa y de los muchos
padecimientos que su cuerpo sufrió, luchando en los ejércitos de nuestro señor
Don Felipe .
Como os decía, no sé bien, si
aquello que tan nítidamente recuerdo, que hasta os podría relatar cuál era el
fuego de su mirada o el despecho con el que tiraba al calor de la lumbre una
brizna invisible de paja de su sombrero, fue realidad o simple sueño de niño,
de niño criado en la calle como tantos otros, siempre a la espera de noticias,
zascandileando y languideciendo.
Lo que sí sé , es que mi padre nunca regresó
definitivamente del mundo aquel de los sueños ,
donde yo lo había ido prevaleciendo de las heridas de las guerras, y no
lo hizo , porque nunca supimos de él ni
como vivo ni como muerto, nunca lo pude ver por las calles de nuestra
ciudad , vagabundeando como a tantos
otros compañeros suyos, luciéndose de sus heridas de guerra como las galas que
era y compadeciéndose en la mirada lastimera de aquellos a los que elogiaba,
vituperaba o adoctrinaba ,siempre a la entrada o salida de misa, según fuese el
humor y la limosna que se pretendía.
Con el tiempo, llegué a saber mucho
de esto que os cuento, pues esa misma iglesia por la que yo perdí mis pasos de
zagal, observando con ojos siempre inquietos la realidad que me fascinaba,
llegó a ser , en cierto momento de mi
vida , mi lugar de trabajo .
Pero no nos entretengamos ahora en
aquella otra etapa , que ,
aunque siendo posterior no por
ello menos importante en mi vida , todo sea por llevar las cosas a su justo
término y para que entendáis , que , lo que soy o llegué a ser , no lo fue ,
sino por un cúmulo de calamidades ,
a las que el destino me condujo.