martes, 15 de diciembre de 2015

XVIII PREMIO INTERNACIONAL JULIO CORTÁZAR DE RELATO BREVE 2015 finalista

UN TIRO AL CIELO



"...Siempre supe que sería famoso, pues ya de niño se lo decía a los chicos y no pocos mamporros que me llevé por ello. Pero ve usted, finalmente, madre, me he salido con la mía, pues soy conocido en todas partes, siendo lo único que me pesa que la mala sangre de muchos, me hayan traído hasta aquí,  tan lejos de su cariño.
No crea que me olvido de las muchas cosas que hizo usted por mí. Pero ya ve lo que es la vida , a poco que crecí  , bien pronto que supe buscarme un trabajo  y enchaquetarme . Si no me la llevé conmigo  , no fue como dijeron las malas lenguas del pueblo ,  porque me mangoneara hasta hartarme ,  sino porque qué hubiera sido de usted en esta capital tan grande  ,  donde las mujeres de su edad están tan desesperadas por encontrar alguien que las dé un poco de cariño que son capaces de cualquier cosa . Que si yo le contara madre…Pero no , que ya debe saber por lo periódicos demasiado ,que a mi caso le han dado mucha publicidad. Mucho me debía de extrañar usted en aquella época que tuve  , que no paraba de trabajar,  ansiando que llegaran las Navidades y el verano para que retornara al pueblo . A su lado ,al calor de sus brazos y la hendidura de su cama, de pelo de borrego viejo . Me explicaba siendo bien chico ,que estaba relleno el colchón, de tiros al cielo, mientras me sobaba con lentitud , los testiculillos infantiles ,arrugados y fríos, que pronto se envelludarían con la llegada de la adolescencia  , para hincharse de deseo en cuanto la veía a usted quitarse la bata negra y desnudar sus carnes vencidas  , para meterse en la cama conmigo.
El psiquiatra de la prisión que viene cada poco a verme, me harta con sus teorías , para intentar explicarle, a la sociedad y a los familiares, de las que maté,  el porqué del asunto. ¿Sabe que más de uno dice que es porque usted abusó de mí? . Usted fue una buena madre . No crea eso que dicen que al monstruo lo alimentó usted de sus propios pechos  , porque yo solo he sido un enfermero de amor. Tal vez me pasé un poco , que no debía haberlas matado , pero me era imposible evitarlo , pues una vez en marcha la máquina que me impulsaba a actuar ,  ya era incapaz de parar  , hasta ver a la mujeres muertas entre mis brazos.
¿Y sabe lo más absurdo de todo?... Que digan que en cada una de las mujeres que mataba, la mataba un poco a usted. ¡Valiente idiotez!  , con lo mucho que yo siempre la he querido , que solo por ese cariño que me faltaba en la capital me busqué aquel trabajo por las tardes,  asesorando a señoras de su misma edad, que me entraban en su vivienda y en su vida, con amabilidad y confianza, abriéndome a la par las puertas de su casa y de su corazón.
Y de cada una de ellas me enamoraba, como siempre estuve enamorado de usted, y en cada una de ella veía su reflejo, sus carnes flácidas y sus pechos hechos al cuenco de mis dedos. Esa risa ronca, profunda,  cuando me frotaba contra usted y esa energía infinita, tan desacostumbrada en las muchachitas de hoy, que mismamente parece que con dar su juventud, ya han cumplido en el amor por entero.
No, no es cierto, que las odiara. Aunque tal vez mi cariño fuera desmedido. Pero ya ve, aún así, no me ha ido mal, porque con los compañeros de prisión casi ni me trato. Estoy alejado de los comunes y los que son como yo, evitan mi compañía,  al igual que yo evito la suya.
Nunca pensé que tuviera un problema, pues con los funcionarios me trato de igual a igual. No he llegado nunca a ser chivato ,  no por falta de ganas  , sino por temor a las represalias del que no tiene nada que perder , que aquí hay tipos que no saldrán nunca , mire usted si les puede dar igual o no que les sumen unos pocos años más por rebanar una nueva vida . Pero no es ese mi caso ,afortunadamente , pues debe saber  , madre ,  que por buen  comportamiento , buen hacer de mi abogado , al que no olvido , y las telarañas legales , en pasando unos tres años más  , estaré fuera de aquí , para retornar a mi antigua vida.
Ya me tienen incluso ofrecido escribir un libro, con alguien que me asesore. No se me asuste, que sabe bien que no soy malo en las letras y en la escuela era uno de los mejores. Pero dicen estos de las editoriales que para escribir y vender el libro,  que es lo que les interesa a ellos, se necesita alguien que tenga oficio, vaya usted a saber qué querrán decir exactamente con eso.
En fin, a lo que a mí me interesa, que me van a dar trabajo y dinero en cuanto salga de aquí. Que seré aún más famoso, pues ya lo soy un tanto,   y envidiado, y todo por no aguantarme las ganas de hacer felices a las mujeres de una edad y complacerlas en sus más mínimos deseos, por muy secretos e inconfesables que fueran.
Y es que yo la he querido y la quiero mucho a usted  , madre , que no se me va de la cabeza ni por un momento  y ahora que estoy en el patio escribiéndole esta carta mentalmente , como siempre hago antes de hacerlo por escrito , no me quiero callar nada ,  y sintiendo como estoy sintiendo el sol en los ojos cerrados , menos , porque de tan feliz que soy se me sube el calor a la cabeza y me entran ganas de gritar y asustar a los otros con los que comparto esta  media hora de asueto..."
-¡Mataviejas, eh, mataviejas!-se escucha un grito.
Siente el peligro a sus espaldas y ese instinto puramente primitivo, sin refinar, que siempre le ha acompañado, le hace darse la vuelta rápidamente, solo una décima de segundo tarde, para evitar que la piedra que le ha tirado Felipe Montés, uno de los reclusos más peligrosos, impacte contra su cabeza de rizos negros, llenando sus manos de sangre, al contacto con la herida.
El odia la sangre . La odia desde que puede recordar , por su olor dulzón y su tacto pegajoso  , y  jamás  , por pequeña que haya sido su víctima , pues solo con tres años ya asfixiaba a los gatitos que paría la gata de su madre , nunca ha derramado su sangre .
Medio mareado y temiendo desmayarse , ve acercarse a Enrique " el tiznao" y Daniel Mejías a su encuentro, y sabe que lo que siempre temió está a punto de llegar. Vienen a acabar con su vida, se les ve en los ojos de muerte que llevan. Grita como un poseso , como un cerdo sabedor de su destino y de que nada puede salvarlo , mientras recibe la primera de las puñaladas  , proferida con un trozo de sierra . Grita más fuerte, al cielo seco. Ve a los funcionarios , amenazados por Mejías con algo que no puede distinguir , retirándose a la seguridad de su caseta, donde se encierran .
-¡¡¡¡¡Hijos de mala perra!!!!!- masculla con saliva amarga.
Los demás presos hacen una rueda a su alrededor, gritando para animar al "tiznao", que le ensarta una y otra vez, con el trozo de sierra bien afilado...Se huele el miedo como si tuviera vida.
"...Madre, ahora que sé que voy a morir. Que nunca más nos veremos. Es por eso que quiero terminarle esta carta, aunque sea mentalmente,   mientras este animal, que mata con la misma saña que los depredadores, sin aprecio ni cariño, acaba conmigo ...
Ya sé que nunca volveré a su lado , pero no estoy triste , ni frustrado , aunque un poco sí ,  que ya veía mi nombre impreso en letras doradas en la estanterías de una librería . ¡Madre qué gusto! , no me lo niegue , escritor yo , yendo a las tertulias de la tele a sacar todos los trapos sucios y a las conferencias de prensa y todo lo que ya nunca veré ,  porque el gitano está sobre mí claveteándome con saña , embabándome la cara . Mira al cielo, mientras se para porque acaba de romper la sierra , al empujarla contra una de mis costillas, que ha estallado en el pecho, dejándome tan asfixiado y yermo como las mujeres que yo mataba.                                                                                      -Déjame ya - me dan ganas de decirle .-¿No ves que estoy muerto?
Pero él, sigue en su afán, estrangulándome , mientras que yo no siento ya nada, más que su ausencia, madre . Cuando se va dando cuenta de que la presa se le escapa, me alza un poco la cabeza con sus manos rudas y rojas de mi propia sangre , para decirme al oído:
-Te manda recuerdos la Susanita...
Y como un proyectil me llega al cerebro su cara pálida y sus carnes escasas . El azulón vahído de sus ojos y el deseo sin freno de debajo de sus faldas . Me hiere el orgullo  , pues jamás nadie entenderá mi muerte . Nadie comprenderá que no morí por la ley de la cárcel , ni por venganza de una hija , pues maté a la madre de Susanita . Pero fui antes amante de ella . No pudo perdonarme nunca , no ya que matara a su madre ,  sino que la abandonara a ella por los pechos flácidos , las carnes blandas y los deseos de una mujer completa , prefiriéndola a  una niña asustadiza. 
-Las mujeres no perdonan y una de ellas te dará la muerte, aunque yo no lo vea - me  dijo usted muchas veces, madre. - Siempre serás, Antoñito , un tiro al aire.

Y bien que me lo demostró  , cortándose las venas las primeras navidades que no volví a su lado , condenándome por siempre a vagar en busca de otras ,  que me devolvieran el calor de  sus pechos flácidos , sus carnes viejas , y la hendidura de su cama , colchón de borrego viejo.  

domingo, 13 de diciembre de 2015

PRIMER PREMIO DE LA REVISTA BARCO DE PAPEL ARGENTINA

LAS ALAS DE LA MARIPOSA

El sol brillaba cada día en Ciudad Jardín ,calentando la tierra con el calor de su aliento, envolviendo a las flores en su abrazo cariñoso y haciendo germinar las pequeñas semillas, llevando a sus tallos a fortalecerse,  trasformando el aire en un oxigeno puro y limpio que los animales gustaban de olfatear contentos, mientras pastaban o corrían.
La vida era tranquila para los habitantes de aquel pequeño paraíso de vida vegetal y animal , pues que todo era de una perfección y belleza inigualable.
Durante generaciones los padres habían criado allí a sus hijos y éstos -al hacerse mayores- habían hecho lo propio con los suyos.
Durante años las plantas habían nacido de pequeñas semillas ,que, con el calor del sol y la fina lluvia, se transformaban en hermosas flores, que daban alimento con el polen que nacía en sus vientres olorosos.
De estas plantas y otras muchas que nacían en Ciudad Jardín se alimentaban mamá coneja y sus conejitos, que vivían en una madriguera construida bajo un gran olmo, la señora gorriona con sus gorrincitos, que tenían su nido sobre una higuera salvaje, las trabajadoras abejas, que custodiaban con esmero la miel que producían en una colmena que colgaba de un ciprés y una familia de mariposas que libaba con placer el polen de un macizo de margaritas silvestres, antes de dejar sus huevos en las hojas de una hierbaluisa, que bailaba al compas de la suave brisa, muy cerca de allí.
Pero un día, justo aquel que los huevos de la mariposa se abrían, aquel en que el más pequeño de los conejitos iba a aprender a correr y el que la señora gorriona había previsto como el que sus hijos volarían solos por primera vez, el sol no salió, no emergió de la tierra como todos los amaneceres, resplandeciente y luminoso, alegre y dicharachero.
La señora coneja ,siempre tan buena madre, controlándolo las horas en que sus pequeñines debían comer, en que debían lavarse o incluso jugar, comprendió- solo echando una mirada al cielo- que algo terrible pasaba.
Fue ella, seguida por los cortos pasitos de sus hijos, quien despertó a todos los habitantes de Cuidad Jardín.
Bueno a casi todos, porque Lucas, la mofeta, se quedó en su madriguera bajo el musgo recostado y calentito, sin querer saber nada que no fuera alargar su sueño unas horitas mas. En cambio, la señora Flamenco, que vivía en un lago que enfrentaba Cuidad jardín, mirándolo con sus placidos ojos azules, sí que se preocupó porque decía -entre graznidos y saltitos- que si el sol no volvía a salir. ninguno de ellos sobreviviría.
Esas palabras sí que las entendieron todos, pues todos sabían que dependían del sol para hacer crecer las plantas, que a su vez alimentarían a los animales con sus frutos, que a su vez reposarían bajo el calor benéfico del astro de los cielos.
-Bueno, entonces que todos estamos de acuerdo en lo importante que es el sol-dijo mamá coneja subida a una alta roca, para que desde allí todos la oyeran-creo que deberíamos hacer algo para averiguar por qué hoy no ha salido.
En ese momento desde una de las ramas verdes de la hierbaluisa se oyó una vocecita afinada e infantil que respondía a una pregunta no hecha:
-Yo iré a averiguar qué le ha pasado al sol
Todos volvieron sus miradas hacia la mata de hierbaluisa que en el contraluz de la noche parecía color verde oscuro, pero nada en la pasividad e inmovilidad de ella les indicaba que la oferta de ayuda hubiera salido de allí, hasta que vieron que una pequeña oruguita, fina y delgada como una bizna de yerba y del color parduzco de las hojas en otoño, se deslizaba por sus ramas comiendo un brote de aquí, una hoja de allá, mientras se dirigía hasta el suelo.
Todos estallaron en carcajadas, incluida la señora Flamenco, que, al estar sobre una sola de sus patas, hasta se cayó impulsada por la comicidad de que una inservible oruguita, el simple aperitivo de cualquier ave rapaz ,fuera tan osada como para creerse capaz de llevar a cabo una misión tan importante y delicada.
-Pero, hijita-le dijo con todo su desprecio, mirándola con sus grandes ojos, desde su altura-¿acaso crees que tan pequeña y débil como eres podrás averiguar qué le sucedió al sol para que no nos alumbrara en esta mañana?, ¿es que no te has dado cuenta de que no podrías volar, como haría yo si quisiera, hasta mas allá de aquella alta montaña donde sabemos que duerme el sol, para acercándome con cuidado de que no me abrasara con su boca de fuego, pedirle con humildad que saliera como cada día?
Uno de los hijos de la señora coneja, aquel que había heredado de su padre, un conejo de paso hacia tierras altas, un hermoso lunar marrón que le tapaba su ojo derecho, emborronándole su blanca piel, se atrevió, en su juventud e inexperiencia, a levantar la voz sin pedir turno para ello, diciendo;
-Yo la acompañaré ,señora, llevándola sobre mi espalda para que nada sufra ni tema.
 Ya la señora Flamenco estaba dispuesta a dar un picotazo en la cabeza del intruso, cuando desde la rama más alta del olmo, se escuchó otra vocecita alegre que decía:
-Yo también los acompañaré, que aunque aún no sé volar, seguro que en algo les podré ser de utilidad.
Fue mucho el revuelo que se armó en la comunidad y mucho el tiempo en que discutieron, gritaron ,sin llegar a ningún acuerdo, hasta que la señora lechuza, algo adormilada pues se había llevado toda la noche de vigilancia desde su alta encina, silenció las voces que se elevaban por el negro cielo para preguntar;
-¿Algún otro, aparte de estos valientes niños , quiere enfrentarse con el sol y pedirle cuentas sobre el porqué de su conducta?
Y todos agacharon los picos y las alas, las patas y las caras peludas, para que la mirada de fuego de la señora lechuza no los descubriese en su cobardía.
-De acuerdo entonces, estos tres valientes niños, se encargarán de descubrir los motivos para que hoy se durmiese el sol.
Y así ,en pocos minutos la señora coneja y la señora gorriona aleccionaron a su hijos sobre los peligros que podían correr y sobre la forma más adecuada de comportarse, aunque a la pobre orugita nadie le dijo nada porque no tenía a nadie que por ella velara, pues las otras orugitas que con ella nacieron se perdieron en la negrura de la noche, antes de que pudiera ver sus caras o escuchar el sonido de sus voces.
Juntos marcharon, el conejito dando enormes saltos, en la espalda la orugita y en la cabeza el pequeño gorrión, hacia la vasta y alta montaña donde se decía que dormía, durante la noche, el sol.
Fue un camino duro y largo en el que se contaron sus secretos y sueños, en el que estrecharon lazos que nunca creyeron poder compartir, pero sobre todo en el que se hicieron amigos, sin importarles las diferencias que había entre ellos, la especie a la que pertenecían o su color, solo mirándose por lo que se escondía en lo más profundo de sus corazones.
Cuando llegaron a la montaña, sintieron el frio de la soledad y la agonía de la noche, temieron por primera vez desde que comenzaron el viaje, sobre todo por los extraños aullidos que del interior salían y los alaridos y llantos que parecían de fantasmas.
Ya el gorrión y el conejito ,lloraban, queriendo regresar a casa, pero la oruguita, tenaz y obstinada, quiso seguir mas allá, justo hasta donde el sol se encontraba.
Al paso, les salió un águila que quiso llevárselos -entre sus garras- para que fueran la comida de sus recién nacidos aguiluchos, pero las voces, los lamentos y lloros que se hacían más potentes según a lo más alto trepaban, la hicieron desistir, como buena madre , yendo a socorrer a sus hijitos, a los que creía en peligro.
Por fin, llegaron a lo más alto, casi  a la cumbre, donde creyeron que encontrarían al sol durmiendo, pero cual no sería su sorpresa al hallarlo clamando, llorando y lamentándose, con grandes suspiros y gemidos.
Fue la oruguita , la que se acercó sin temer nada, fue ella la que consoló al gran astro, sin temer quemarse o causarse dolor, porque le importaba más la desdicha de aquel que su propia felicidad, siendo así como conoció las desgracias del sol, que decía no tener ni un solo amigo, vagar por los campos y villas, sin que jamás nadie le sonriera o se acercara a charlar con él.
Fue también ella ,con la ayuda del conejito-que daba saltos de emoción- y del gorrión-que alzaba por fin sus alas -quien le contó lo mucho que los demás animales y plantas le querían, como dependían de él para sobrevivir, para tener a sus hijos o para alimentarse.
Por sus bocas inocentes, supo el sol, lo mucho que se le apreciaba, lo amado por todos que era y lo equivocado que había estado.
Por ello, pidió disculpas, yéndose presto a iluminar el nuevo día, cabalgando sobre la aurora y filtrando sus rayos a través del manto negro de la noche.
Los animales y las plantas eran todo felicidad viendo al sol brillar de nuevo en los cielos, las plantas se estiraban para que sus hojas se impregnaran con su calor y los animales lo miraban con respeto y atención.
Los niños valientes regresaron a sus casas, el conejito enseñando las nuevas piruetas aprendidas junto al sol a sus hermanos y el gorrión dando lecciones de vuelo a los suyos.
Solo la oruguita se encontraba mal, sin saber porqué, sintiéndose con ganas de cobijarse en si misma, tejiendo un hermoso capullo, en la misma rama de hierbaluisa en la que había nacido y escondiéndose dentro de  él.
Cuando el sol supo por una de las águilas-aquella que más se atrevía a acercarse a su estela - lo que le había sucedido a la pequeña orugita, durante días enteros, no se apartó de su lado, abrigando con sus rayos , el pequeño capullo blanco que se balanceaba contento al compas de la brisa del oeste.
Hasta que una mañana, con la amanecida y el sol saliendo de entre los brazos somnolientos de la montaña, todos los habitantes de Cuidad Jardín vieron como el capullo se abría naciendo de él una linda mariposa, que estiró sus nuevas alas, para que todos las pudieran admirar.
-Son alas de oro-dijo el conejito, desde la puerta de su madriguera.
-Pero…¿cómo es posible, una mariposa así yo nunca antes la viera?-exclamó la envidiosa señora Flamenco, desde su privilegiada altura

Pero la orugita se echó a volar, sin importarle sus comentarios, porque lo único que deseaba -de veras- era unirse con su amigo del alma, con el que tantas horas de calor había compartido y con el que fue a estrenar sus nuevas alas de fuego, como el mismo sol.     

miércoles, 19 de agosto de 2015

PREMIO FINALISTA RELATOS DE TERROR DONBUK


 Y AHORA… ¿QUIÉN SE ATREVE LLAMARME CERDO?

 

Debo de ser un cerdo, porque siempre me han dicho lo mismo, “Eres un cerdo”, “Eres un cerdo”, hasta que me resonaban los oídos.                                                    Desde niño en el colegio…los oía , una y otra vez, en la cara, a mis espaldas, insultándome por los pasillos, en la biblioteca, en los recreos. Hasta delante del Director, que, quejándome yo de ello, me miró con cara de lástima y dijo para empeorar aún más la situación;

-Es que pareces un cerdo.
Y no sé si lo era o lo parecía. Pero sí sé que me tiraba más un bocadillo de tortilla que un amigo . Quizás, no lo sé ,porque nunca estuve en esa situación, pero si me hubieran dado a elegir entre mi madre o una enorme hamburguesa, cuando el hambre me hubiera apretado, lo mismo hubiera terminado, comiéndome la hamburguesa.                                                   Sí, ya lo sé, diréis vosotros también que soy un cerdo. No, si no me enfado, si ya sé que esto no tiene nombre, como lo de perder a la  chica de mis sueños, por no querer hacer régimen. O pasar de los amigos y los conocidos, a cambio de apoltronarme en un bar, a base de tapas y bocadillos.                                                                                Supongo que por eso, el día que pasó aquello, yo era el único que estaba en la biblioteca, encerrado a la hora del recreo, con un pollo asado traído de casa y media barra de pan crujiente, escondido, pertrechado y rebosante de felicidad, cuando empecé a escuchar chillidos…                                                                                        Os confieso, que, al principio, me importaron una misma mierda y que conste que uso este argot porque sé que estoy entre amigos. Pero es que en el instituto donde doy clases, de lo que sea a tarugos, que lo más que tienen ganas es de pasarse conmigo, llamándome cerdo, cómo no, y tirándome lo que encuentran a mano, a la cabeza, la verdad es que no conozco muchos a los que les tenga aprecio. Los compañeros, o pasan de mi, como dicen mis alumnos, o me miran por encima del hombro, como si mis 134 kilos, les pesaran a ellos y no a mi.                                                                         Bueno, el hecho es que ese día, que os cuento, estaba saboreando una alita del pollo , estrechándola con el paladar y meciéndola con la lengua, cuando empecé a escuchar chillidos…Ya veis, chillidos en un instituto en el recreo, ¡vaya cosa para sorprenderse!. Al cabo de un rato de seguir escuchando carreras arriba y abajo y de ver pasar al Director con la cara ensangrentada y uno de los bedeles persiguiéndole, como si estuviéramos en vísperas del día Halloween, ya me mosqueé un poco.                                        Eran demasiados chillidos, no como para dejar de comer el pollo, pero casi . La gota que colmo el vaso de mi perspicacia, fueron los golpes angustiosos en la puerta maciza de la biblioteca, donde me había pertrechado y la voz en grito de Susana, la profesora de religión, pidiéndome, más bien exigiéndome, en un lenguaje muy vulgar, que le abriera.                                                                                                                             - ¡¡Maldito cerdo de mierda!!- dijo su voz inmaculada.-¡¡ Ábreme de una maldita vez la jodida puerta !!                                                                                                                               Fue entonces, cuando me asomé por la ventana, que daba al patio y los vi a todos los que conocía... Los alumnos, los profesores, los bedeles e incluso algunos padres, corriendo como locos, de lo que parecía una plaga de locos , que estaban rodeándoles, para cazarlos como sabandijas y atacarles , comiéndoselos vivos.                                                                                                                                      Como estamos en confianza, no os negaré que la visión me dio incluso más hambre , porque tendríais que haber visto aquello …No sé lo que serían aquellas personas, pero ..con qué ansia y con qué gusto se deleitaban con la comida.                                                                                Tanto es así que me quedé atónito mirándolos, atrayendo la atención de uno de ellos, que gimió al ver mi oronda figura, asomada a la ventana . Gracias tuve que dar a la neurosis del director, que había soldado rejas metálicas a todas las ventanas, para prevenir incidencias, robos o desmanes, porque me brindaba una seguridad muy estimada. Si no hubiese existido, ese padre que creí reconocer como el portavoz del AMPA, con su bigotillo ralo y su voz de pito, que saltó como gamo loco y se encaramó a las rejas rugiéndome, me hubiera devorado.                                                                                                                El corazón me latía a cien por hora. El tiempo se hizo nada, agarrada mi mano a la alita de pollo , chorreando aceite hasta pringar todo el suelo.                                                   No os puedo decir cuantos minutos pasaron, desde que vinieron a buscar a la profesora de religión, que me maldijo, creo recordar en cinco idiomas, empezando por el arameo . Luego, se empezó a escuchar el silencio, para dar paso a una calma que me incrementó el hambre atrasada, doliéndome de no haber preparado más comida, para una eventualidad como aquella.                                                                                                                                            Si os diré que empecé a cogerles afecto, porque eran como perros bien entrenados a la caza y captura de comida. Al írseles acabando, al igual que me ocurría a mí, se volvían más frenéticos, más hostiles, arañando las rejas de las ventanas en las que se habían encaramado, a pesar de ser un segundo piso y golpeando la puerta, con sus manos manchadas de sangre ajena.                                                                                                    Al tiempo, empezaron a desfallecer, quedándose lacios, como marionetas sin dueño . Yo, en cambio, sentía una fiera interior devorándome por entero, que me hizo tomar una escoba y privarla de su cabeza, puntearla con un golpetazo de tacón , para ir en busca de comida, con la que sobrevivir, a lo que parecía una terrible epidemia.                      Solo fue salir, ya uno se me echó encima, derribándolo en el suelo, alzando una mano como en señal de paz, para que yo, con el tacón de mi bota, la aplastara, sintiendo el crujir de las falanges de los dedos que me recordaron al pollo bien asado.                                          Corrí ,como pude, con mis cientos de kilos, balanceándoseme la barriga, como una cestita sin relleno, hasta llegar a un pasillo largo, vacío, donde se veían rastros de sangre y piltrafas de carne por doquier, pegados a marcos, suelo , paredes y techo.                                                                                                  Eso, lejos de revolverme el estomago, enjugó mi sistema digestivo y empecé a salivar como un perro y fue entonces, justo entonces, cuando me lo encontré a él…                           Era el bedel borrachín y descerebrado, que siempre se metía conmigo, solo que ahora no tenía labios sobre los que verter la cerveza, porque algo o alguien se los había arrebatado, dejando al descubierto, unos feos dientes, llenos de sarro, en los que sobresalían cachitos de sonrosada carne.                                                                                                                           No sé lo que ocurrió conmigo, si fue su cara de idiota que me recordaba tantos malos ratos o fue mi hambre insaciable, pero me abalancé sobre él y empecé a morderle. El intentaba atraparme, pero estaba blandito como una madeja de lana desenrollada y en cambio yo, tenía fuerzas nuevas, que me nacían del olor que desprendía a comida en estado puro...Sangre fresca y vísceras desconocidas.                                                         Se me vino a la mente sus risas contenidas cuando entraba en el instituto, "Buenos días, Marcial", le decía yo respetuoso , que mi madre me había enseñado que los niños bien educados deben de portarse bien.                                                        Pero él se desternillaba de la risa, en cuanto yo pasaba, señalándome y haciendo gracietas que pasaban de él a los otros bedeles y después a los chicos que me coreaban el paso, cantándome..."Cerdo, eres un cerdo".                                                                          Una mañana, harto de aguantar,fui al despacho del director y se lo conté todo...Estaba echando balones fuera, cuando llegó la profesora de religión, Susana, casi tan gorda como yo, pero con tacones de aguja en los enormes pies.                                                       -Es que a veces , no digo yo que lo seas...- dijo con su voz enlatada en falsedad.-...Pero pareces un cerdo.                                                                                                   Estallé como un loco y les amenacé a los dos con irme a Consejería de Educación y buscarles la ruina, pero tres meses después y con una carta certificada en las manos, en la que me pedían datos y más datos, testigos y normativas, seguían llamándome "cerdo" cada vez que me veían.                                                                                         -Buenos días , Marcial- le dije, mientras le apartaba la cara con mi mano derecha, para verle las orejas delgadas y cartilaginosas, que mordisqueé hasta saciarme, primero con una y luego con otra. Luego seguí con los cachetes, luego con el pecho, para ir  saciando mi apetito con su cuerpo, dejándolo bien quieto en el suelo, luego de hacerlo…                                                                                                                         Durante horas después de aquello me sentí mal, porque la digestión de lo crudo no era precisamente a lo que mi estómago estaba acostumbrado. Medité mucho pensando en las consecuencias que tendría que los cocinase primero. Pero dado que la cocina quedaba en la primera planta que estaba infectada por ellos, creí lo más conveniente pertrecharme en la biblioteca y salir de vez en cuando a cazar.                                               Me tocó un día el premio gordo de encontrarme a Susana mirándome con su cara de voz enlatada, sin tacones, ni reglamentos.                                                                                               Me deleité en ella, como ella lo había hecho conmigo, desgarrándole los párpados y separándoselos de los ojos que miraban con desprecio.                                                                                              -¿ Ahora soy un cerdo?- le preguntaba mientras me la comía y ella gemía, por esos labios destrozados que le caían sobre la barbilla.                                                                                                      Mucho tiempo después, llegaron ellos y me descubrieron, escondido en el cuarto de las escobas, que era mi almacén de cuerpos mutilados.                                                             Tuve que hacer un gran esfuerzo para que no vieran lo que había allí dentro, porque supe que no lo entenderían. Nadie en toda mi vida me había entendido.                                                                                                                      No daban crédito a que hubiera sobrevivido. Era el único de todo el instituto, con más de 300 almas, que habían desaparecido, como si lo que ellos llamaban "la plaga" las hubiera hecho desaparecer.                                                                                                          - Es un ansia de comer que les lleva a cometer locuras, a matarse entre si, para devorarse y devorar a todo el que encuentran en su camino- me dijo un militar mientras me llevaban entre varios, custodiado con escudos y metralletas.                                                                 -Se cree que ha empezado aquí mismo- me dijo ese mismo militar subiéndome a un coche y llevándome hasta un helicóptero.-Pero se está desbordando porque es muy contagios... Solo te muerden ya te contagias y estás perdido.                                                                                                                                                               No quise contarles mi secreto. Ya lo sabrían ellos...Los primeros, esos, que ahora me llevaban en un helicóptero, hasta el hospital más cercano.                                                          - Sí , se sabe ya el origen del brote...-escuchábamos por la radio que llevaba el militar.-....Es una mujer de unos setenta años...Sí ha sido eliminada, pero ha infectado a ...                                      Entonces recordé cómo sabía de bien, a pesar de ser tan mayor.                                                                                   "Cerdo, cerdo", me había insultado antes de irme al instituto, por coger medio pollo asado y una barra de pan, recién horneado.                                                                          - ¡¡¡Ya estoy harto, mamá!!!- le dije empujándola contra el suelo, mirándole los ojos ahuevados y esas arrugas que le colgaban de los antebrazos.                                                  Fue en el primer sitio donde la mordí, con todas mis ganas. Un mordisco por cada insulto. Una dentellada por cada falta. Así sin darme cuenta, me marché feliz al instituto y me metí en la biblioteca, a comerme el medio pollo asado y la media barra de pan. Justo hasta que empezaron los chillidos y luego llegaron esos militares que sobrevolaban una ciudad que ya no era la misma porque la fiebre alimentaria había estallado y todos tenían el mismo apetito que yo.                                                                  Menos esos, que ahora miro con codicia de cuerpos nuevos, narices cartilaginosas, labios carnosos,caderas y muslos fibrosos . Mientras mi boca saliva de nuevo, como la de un perro, porque  ahora sé , por fin, porque me llamaban cerdo, justo , porque me como, hasta mis pensamientos.

                                                                                                                                                




                                                                         

viernes, 14 de agosto de 2015

FINALISTA PREMIO RELATO POLICÍACO SEMANA NEGRA GIJÓN 2015

ANGIOLILLO

 

“El ataúd, a hombros de los migueletes que lo habían custodiado en el balneario, fue llevado hasta su carruaje mortuorio .El féretro era tan pesado que, antes de llegar a la estación de ferrocarril, en la cuesta de la Descarga, fue necesario emplear dos parejas de bueyes para arrastrar el coche fúnebre...

En Zumárraga se celebró una ceremonia religiosa, abreviada por el agotamiento de la viuda, que no consintió en separarse del cadáver y subió al furgón fúnebre, acompañada de fray  Fernando Arguelles, en su viaje hasta Madrid...”.
Leo estos pocos párrafos en las arrugas grasientas del periódico que Manuel, el único guardián que es un poco amable conmigo, me ha traído envolviendo un mendrugo de pan y un arenque. Odió el pescado  y más aún la mentira , que fue por ella y no por otra cosa por la que me hice anarquista , y cuanto más me asquea ,  más se revuelve contra mí, pareciéndome ,ya, que forma parte de mi propia esencia , pero no ,ahora que queda ya tan poco , que el tiempo se me acaba , debo aclarar, aunque para nadie valga lo que sé de todo aquello.
Murió -gracias a mí- como  el héroe que nunca había sido, pues menudo, bisojo y malcarado, poco podía depararle el destino más que pasar a la historia como otro político más de los muchos que en estas tierras ha habido. No tenía nada de especial, aunque eso sí, era trabajador,  de eso no cabe duda,  pues estudié durante días sus idas y venidas, le seguí a casi todas partes, y aún en vacaciones como era el caso, su ritmo era incesante, durmiendo como medio hombre y comiendo como tres, discutiendo  acaloradamente con sus amigos y contertulios, paseando, leyendo los periódicos y aun sacando tiempo para resolver las muchas consultas que por telegrama se le hacían desde Gobernación.
Dije en el juicio que lo había matado como protesta por las torturas a que sometieron a los anarquistas encarcelados por el atentado de la calle Cambios Nuevos, y rápidamente, tomando eco de ello, la opinión pública y los periodistas dieron cuenta de mi  pasado, se me acusó de ser un anarquista místico, preocupado sobre todo por las guerras coloniales que España mantenía con Cuba y Filipinas. En ese curso de alimentar bulos y corrillos callejeros, investigaciones policiales sacaron a la luz que mi verdadero fin era asesinar a la Reina y a su heredero, aun un niño, apareciendo de  la nada testigos que dieron fe de que esas y no otras fueron de mis palabras , y como por casualidad, se me endosaron actuaciones anteriores al hecho declarando gente a la que ni siquiera conocía que había  cambiado mi fin inicial por este otro, quedándome –tras el asesinato- sin hacer nada por escapar gracias a las indicaciones de Nakens , periodista y anarquista,  que tampoco faltó a la cita con la prensa y la popularidad, aunque fuera a costa de la sangre y el nombre de un inocente.
No, cuando digo inocente no me refiero al hecho del asesinato, que es evidente que lo cometí y creo que queda más que probado, pues no sería propio de mi negar que fue mi arma y mi persona la que le arrebataron la vida a Cánovas, sino a la rumorología y descrédito popular que siguieron tras los acontecimientos referidos a mí mismo, a mi pasado o a las motivaciones del acto.
¿No sería un hecho importante referido a la investigación que la víctima ya sufrió anteriormente un atentado en el año 93 del que milagrosamente salió ileso, yendo a morir el asesino en la forma y manera que había previsto para su objetivo? ¿No es en extremo extraño que por declaraciones del marqués de Lema  ya en pleno julio-recordemos que el suceso ocurrió el 8 de agosto-la misma víctima reconoció ante él sentirse espiado? ¿Cómo es posible que ese hombre tan lúcido e ilustre no tuviera una escolta adecuada, cómo que me dejaran acercarme a él con total impunidad, sin sospechar nada de mi aspecto tan diferente al acostumbrado en otros huéspedes del balneario donde ambos nos alojábamos?
Solo días después del hecho confesará Lema conocerme y haberse extrañado- según sus propias palabras- de mi aspecto, pero ni él ni ningún otro hicieron nada por detenerme.
Finalmente, el jefe de la policía del Presidente será cesado y la tierra removida aplastada, cuadrarán pruebas y los testimonios confirmarán lo que ya todos pensaban, que un anarquista más había segado la vida de un político ilustre, de un hijo de la Nación. 
Pero ahora puedo confesar que todos ellos estaban  totalmente equivocados.
Cierto es los periodistas sabían lo de mis viajes a París, que dudaban de que el anarquismo español hubiera dejado que un italiano como yo hiciera el trabajo sucio por ellos, que la conexión con Cuba y Betanzos había muchos a los que no les cuadraba, pero aun así, o tal vez porque lo más fácil era dar carpetazo cuanto antes al asunto, se me condenó en un juicio sumarísimo a garrote vil. Nadie sospechó de ella y menos que nadie, yo.
Tal vez era demasiado hermosa y joven para parecer siquiera un poco culpable de algo, quizás, su educación, el buen gusto con el que se comportaba o las maneras dulces y suaves la hacían la mujer ideal para cualquier hombre, de cualquier hombre de su entorno se
Entiende, pues jamás nadie en su sano juicio la hubiera emparejado con un truhán como yo, un buscavidas de ideas libertarias que  debía conformarse con pasar unos días prestados con ella en un motelucho pegado al Sena.
Puedo rencorizar mis recuerdos y verla -astuta y cauta-  llegando tapada y silenciosa al motel, desnudarse con timidez y meterse tibiamente en mi cama, diciéndome con voz entrecortada cómo deseaba que él muriera para poder vivir para siempre libre conmigo. Puedo ralentizar mis sentimientos y dejarla parada en mitad de aquella habitación, desnuda y callada, vuelta hacia la pared, enfadada porque no había conseguido un plan para eliminarme. Podría decir que me presionó como solo una persona fría y sin corazón puede llegar a hacerlo, ”Michele que no puedo más”, ”Michele que me asquea solo de mirarlo”, ”Michele que te quiero demasiado para tenerte que ver a escondidas”, ”Michele mátale, que nadie más que él merece la muerte”, pero mentiría si no dijera que yo deseaba más que cualquier otra cosa hacerlo, porque la quería solo para mi, sin tenerla que compartir ni con el cielo ni con el infierno.
El día 8 de agosto mi objetivo, el hombre que tenía amarrada a la mujer que yo había jurado hacer libre, fue a misa, regresó al hotel, subió a su habitación, puso un telegrama a Gobernación y reposó algunos minutos.
Pasadas las 12.30 ella le hizo bajar, creo que se encontraron en la escalera con una señora conocida, detalle casuístico que ella era demasiado lista para desaprovechar.
Su marido, como ella bien sabía, era poco dado a los cotilleos ni chismes sociales y  se le adelantó, yéndose a sentar en la galería de arcos que conducía al comedor, que, por estar al nivel del jardín, era el lugar más fresco para leer, que era justo lo que se disponía a hacer.
Tomó asiento, tal y como ella había previsto, al lado de las tres puertas que se abren sobre esa galería. Como era muy miope, se acercaba mucho el periódico al rostro, por lo que no me vio llegar, ni tampoco pudo me, pues ya me había advertido ella de que calzara zapatillas.
Apoyando mi mano izquierda sobre la hoja cerrada, disparé  con la derecha a
Quemarropa, atravesándole la cabeza y levantándole del asiento como si fuera un guiñapo.
Asustado, le disparé por segunda partiéndole la yugular, formándose a su alrededor un reguero infame de sangre. Pero aun así, le volví a disparar, como  ella me había aconsejado, para que no hubiera ningún fallo, entrándole la bala por la espalda.
En ese momento,  debí huir no parando hasta cruzar la frontera, yéndome a encontrar con ella en el motelito del Sena, pero la sentí llegar, sus pasos me anunciaron que estaba cerca y la esperé para que escapara conmigo, sé que fue tamaña locura, pero qué menos se podría esperar de un loco enamorado.
Me mató por dentro, cuando se revolvió hacía mi como una fiera acorralada, me insultó y golpeó, aguantándome para que no huyera, hasta que llegó un Teniente de la Guardia Civil que se me abalanzó por la espalda, produciéndose en la trifulca un disparo más que alertó al resto de la guardia.
Me detuvieron y me condujeron a la cárcel de Vergara como a un animal , mientras Cánovas fallecía .Lo embalsamaron y lo metieron en un féretro metálico, después de que el médico del hotel hubiera hecho lo imposible por salvarle la vida.
Disculpó su poca ciencia -más acostumbrada a malestares sin importancia de ricos y ociosos- diciendo que los disparos eran mortales de necesidad y que sólo la Santa Unción podría llevar alivio a su alma.
Numerosos políticos, incluido Castelar, se presentaron en el Balneario de Santa Águeda, mientras de todo el país, llegaban centenares de telegramas de condolencia.
Parece que miles de personas se congregaron en las estaciones por donde pasaba el tren, y sobre todo por Burgos, Valladolid y Ávila, entrando a los sones de la Marcha Real en la estación de Madrid el día 11 de agosto, siendo recibido por los representantes de todas las instituciones políticas y militares.
En La Huerta se instaló la capilla ardiente, bajo la guardia de los alabarderos.
En el entierro más de quinientas coronas le fueron dedicadas, fueron más de 10.000 los asistentes que le acompañaron al panteón del cementerio de San Isidro, donde fue depositado su féretro. A mí, en cambio, me darán garrote vil en el patio de la cárcel de Vergara, enterrándome en la fosa común del cementerio, aquellas destinadas a maleantes y asesinos, como yo mismo. No me pesaba el engaño, ni me dolía su traición.
Y un momento antes de la ejecución, cuando los disparos de los fotógrafos estallaban cerca de mi cara, lejos de intimidarme, aliviándome de mi soledad, pensé tristemente, que al menos estaría acompañado a la hora de la muerte, aunque por amor no era la forma más adecuada en la que un anarquista elegía echarle un pulso a la vida, sino más bien al lado de su víctima, acribillado por los disparos de los escoltas

Pero no elegimos la forma de morir, y cuando el garrote borró mi aliento la pude ver como el ultimo regalo de la vida, todo lo hermosa que era, rodeada de coronas de flores, en el vagón fúnebre, velando al hombre que yo había asesinado, y dos lagrimas rodaron por mi cara al no poder estar a su lado, aunque solo fuera una vez más.

miércoles, 27 de mayo de 2015

LA MALORA. PREMIADO CON ACCÉSIT DEL PREMIO RELATOS SANTRUTZI





Un borracho vagabundea por calles estrechas y ennegrecidas por la noche y la luz opaca de las farolas. Canturrea bajito para agradar a la mujer que se mece contra su cuello. Para provocar una vez más la risa  apagada que lo ha acompañado, desde que el sol aún brillaba en el cielo. Con cada vaso de alcohol, con cada partida fallida . Sin importarle compartir con él la mala cara de unos naipes que nacieron para arruinarle, para hundirlo más y más en una miseria, a la que ya de tanto conocerle la cara casi se han hecho amigos.
El “gitano” ha jurado por sus muertos matarlo si le vuelve a ver la jeta en su cantina. Sus compinches “los cara sucias” se la tienen bien guardada desde que- tras perder hasta la camisa- se negó a pasarles la mujer, que ahora siente más suya que nunca.
Interrumpe su canto la frigidez de unos neumáticos que chirrían en la viscosidad de los adoquines. Unas luces que ciegan en el acto lo asisten para entorpecer la huida , haciéndola imposible.
Cuando se hace el silencio, una figura embutida en culpabilidad y vergüenza se baja torpemente del coche .Mira bajo sus ruedas para solo ver sangre . Se apresura- temeroso- a entrar de nuevo en su metálica y móvil caja de la muerte y salir raudo, dando marcha atrás, dejando olvidado lo que nunca debió haber sido.
No se ha dado cuenta pero las manos le sudan-frías- y la boca se le seca. En el asiento de atrás, gracias al retrovisor, unos ojos azules en llamas le acechan.
El coche sale de las callejas tropezando con un contenedor de basura, que derrama cayendo toda la podredumbre que su gran boca cuadrada protegía.
Ya en la carretera nacional un control rutinario de la guardia civil le ve acercarse dando volantazos y estando a punto de salirse de la carretera. Le hacen el alto cuando pasa frente a ellos, pero nada parece ser capaz de detenerlo en su loca carrera.
Manolo Gutiérrez –el guardia que ahora corre en su persecución a lomos del viento en su moto - prometió a su mujer tener cuidado y no darle más sustos desde el ultimo expediente disciplinario. Estuvieron a punto de echarlo del cuerpo y de separarlos como pareja. Pero en cuanto nota el cuerpo caliente de la mujer de ojos azules pegada a su espalda como perra en celo, ya no duda en apretar el acelerador para alcanzar a ese cabrito con ganas de marcha.
Es el primero en llegar al coche abandonado ,con la puerta del conductor abierta como pidiendo perdón ,dándose cuenta de que el pájaro ha huido.
La mujer, siempre pendiente de todo, le indica rápida que por los matorralillos bajos que suben por la ladera de la otra calzada, se desdibuja una silueta sombría, acobardada y encogida a la que sigue como halcón. Ya con el arma en la mano y dispuesto a disparar.
Ramón García-el otro guardia- llega al lado del coche del sospechoso cuando en el aire suena un disparo. Es testigo involuntario de la visión ralentizada de su compañero , empuñando el arma que expele humo blanco, mientras un adolescente va cayendo lentamente desde lo alto de la ladera, herido de muerte.
La mujer empieza a caminar sola, carretera adelante sin zapatos. Los perdió en la carrera por el bosque o tal vez en la noche de borrachera, balanceándose como si estuviera borracha- que puede que lo esté- pero en el fondo segura, camino de su casa. No queda mucho trecho de carretera y ahora que ha amanecido el trafico se ha hecho mas fluido. Nadie la recoge a pesar de que enseña las flacas piernas y guiña los ojos azules, permutados en seda.
Ya entra en el pueblo, cruzándose con los primeros madrugadores. El panadero –para el que ya es tarde porque su horario es al revés- y las mujeres que van a la fabrica de harina que hay en las afueras. Se detiene cerca de la Paca, una mujerona metida en años y kilos, pero de ver aflamencado, que la hace guapetona y risueña, para darle de soslayo un beso, que la otra se limpia-sintiéndolo- como si fuera el cagajón de un pájaro.
Sin fuerzas casi para llegar a su casa , se deja caer en el interior del kiosko del Lucas que hasta las nueve y media o las diez no abrirá, para empezar a pregonar el número de la suerte del día.
Mientras la mujer duerme tranquila , enroscada como una pescadilla en el interior acristalado y festivo del kiosko de la ONCE, su hermana se dispone a desayunar en la calle como hace todos los días. Se dirige a la cafetería de la plaza, que a estas horas , de seguro ya habrá abierto, para degustar junto con los clientes habituales un cafecillo bien hecho y unas porras, enormes y bien fritas.
Esta mañana se sienta en la mesa de Tadeo , el pintor de brocha gorda que por las noches crea versos encendidos por los que nadie , ni tan siquiera él, daría una peseta. El muchacho le sonríe con la esperanza franca que tiene el artista en encontrar en algún lado la inspiración y mirándola saca un papelón arrugado del bolsillo, en el que desgarra versos con una lápiz de carbón afilado.
El camarero que pasa por su lado, se sonríe a su vez confiando ciegamente en el número que guarda en el bolsillo del pantalón. En la magia que le puede conducir lejos de aquel pueblo, que él ha visto nacer pobre y harto de trabajar .
La figura enorme y apechugada de la Paca, ensombrece el sol que entraba por el marco de la puerta. La mujer se siente mal y ha acudido allí en busca de un cafecillo que le procure la reparación a ese cáncer oculto y traicionero, que le cosquillea bajo la piel y que según el medico de la Seguridad Social , no sabe cómo hace años no acabó con ella.
-Sabe usté por qué-le dijo ella parada, medio desnuda en mitad del consultorio,desafiándolo con la mirada de leona enjaulada-Porque no me da la real gana, por eso, porque mi madre me parió para luchar y lucharé hasta con María Santísima,Dios me perdone(se santigua)pero esto no va a quedar así, no señor.
Y el medico la ve marchar con paso firme, seguro, asombrándose de su genio pero envidiándola en el fondo.
La mujer que ha visto entrar a la Paca, reconoce en su mejilla la marca de su hermana, medio enchurretada y viscosa como si alguien la hubiera intentado borrar. Por lo que se dirige rápida hacia la mesa donde la flamencona descansa,cómo es ella, dando gritos y llamando la atención, para darle un beso donde antes se lo diera su hermana y abrazarla intentando infundirle un poco de su calor. 
-Ay, Nicasio, chiquillo, no sabes tú cómo me sienta de bien a mi este cafelillo que tú me has hecho-dice en alto la flamencona, moviendo los dedos ensortijados y las doradas muñecas. Afirmando con su arte que toda ella es prodigio de cantes milenarios y ojos morunos y negros.
Es temprano y hay que ir a trabajar. Pero a la Paca se le enreda una copla en la garganta y con palillos y taconazos la va desgranando por el local que perfuma su aire de cafetales lejanos y frituras de porras,  que paladean aceite churrascado en la freidora vieja del rincón.
En el Kiosko de la ONCE , se despierta la mujer dormida de mal genio y peor razón. Los ojos azules le chispean de negro , de tal forma que cambian el iris  a color de muerte.
Se dirige rápida, a zancadas, al cafetín donde ya siente la presencia de su hermana.
En el trasiego de atravesar la calle no mira que el joven Pedrito, el hijo del boticario, aquel que tuvo después de años de ir de un médico a otro a Madrid, cuando ya casi su mujer podía haber sido abuela,va en su bicicleta, en dirección al colegio dos calles más abajo.
La mujer ,que invade el espacio que estaba libre hacia un segundo para el chico, le da un empujonazo que cimbrea la bicicleta y a su ocupante, llevándolo a caer de espaldas con las piernas levantadas , golpeándose la nuca certeramente con el bordillo de la acera.
La gente -que en ese momento por allí pasaba -se acercan rápidos, gritando alarmados por la sangre que mana de la cabeza del chico. Pero la mujer no se detiene ni a mirar. Ella tiene una cita segura en el cafetín con su hermana gemela.
Pero solo ha puesto un pie dentro del salón ,cuando su hermana, parece que oliéndola o presintiéndola, ya sale de estampida por la puerta de atrás ,dejando tras su fuga un olor a lavanda y romero que impulsa a Paquito -el chaval que lava los platos- a llamar por teléfono al hombre que le propusiera días pasados abrir juntos un bar a las afueras del pueblo.
La Paca ya no canta, porque de momento se le secó la boca y las ganas de juerga. Yéndose a pasos acelerados al tajo , donde hoy,  de seguro, le llamaran la atención por su tardía.
-Pero bueno,mujer de Dios-le dirá el encargado que es un ave de mal agüero y un malaje-No sabe usté que está aquí medio por caridá. Pue no venga encima tarde...
Y la Paca se tendrá que callar la boca que le arde, con la mente puesta en sus hijos, que quiere que estudien y no sean unos burros de carga como ella. No va a contestarle que a las jóvenes y bonitas buena licencia que les da para faltar todo lo que quieran , y a ella ,en cambio,que es mayor pero bien lucida, pero que ni muerta se deja meter mano ni arrumacarse con nadie desde que murió su pobre marido, bien que la explotan por las pocas pesetas que a fin de mes le dan.
 En la puerta de entrada se cruzan la Paca y la mujer y ambas a dúo,como en un improvisado ballet gestual, levantan los morros y ahuecan las narices. La primera doliéndose del mal que la matará tarde o temprano y como presintiéndolo en el aire fresco de la mañana. La otra, queriendo descubrir a su hermana,que huye dejando atrás la lavanda y el romero que atufan,dando arqueadas, a su gemela.
En el viejo televisor del bar , se mecen grisáceas las imágenes de una catástrofe mas de las tantas que miramos sin verlas. Niños llorosos y mujeres mal vestidas , con el alma a jirones, hablan sin que nadie los escuche, más atentos los pocos clientes que a estas horas asedian el bar en ver salir a la Paca,con la barbilla erguida y las penas a cuestas.
En casa del boticario todos son gritos y lloros. La madre clama al cielo pidiéndole cuentas de tanta desgracia,mientras rebusca en un viejo arcón , ropa negra con que cubrir su dolor , antes de acompañar al hijo que tanto deseó , por última vez. En un rincón de la salita de espera, aquella que se habilitó para entretener a las visitas de postín mientras los señores salían, llora muda y desconsolada,la Tata Dolores. Casi crió a la teta al chiquillo, siendo sino mas madre que su propia madre , sí una madrina consentidora y amiga. Conversando con ella,sentada en la sillita de palo fino recubierta de dorados,está la mujer que fue a entrar en el cafetín y se acordó que la esperaban en aquella casa, maldiciendo su nombre y llamándola a gritos. Ambas se entienden como solo dos mujeres gastadas en la vida y resabiadas en los malos amores, pueden llegar a hacerlo.
La Tata Dolores se crió sin padre,  porque se lo arrebató una inundación que le sorprendió dormido,enredado en los brazos de la mujer que ahora conversa con su hija. A la niña,entonces poco mas que una pimientilla, la sacó por una ventana mal cerrada, la gemela, usando la corriente de una avalancha de agua,que la depositó, mojada y asustada, pero viva , a más de dos kilómetros de su casa.
-Esta vez también has sido tú...-le dice con amargura la tata Dolores a la Malora.
Ésta asiente con desgana, sabiendo que lo suyo es mas un trabajo vocacional que casi nadie entiende más que como una condena sin culpa.
-El crío se te cruzó en el camino...sigue reflexionando la tata en voz alta, para intentar calmar un dolor que le ahoga el pecho....como se te cruzó mi padre y mi Fidel, a lomos de su tractor...
La Malora recuerda en un instante fugaz a Fidel. El campesino que trabajaba con esmero sus tierras, amando a la Tata más que a su propia vida. Para ella no es m´ss que un rostro que se pierde entre tantos de hombres, mujeres y niños a los que conoció sin sentirlos ,compartiendo por un instante camino parejo, hasta segar su vida. Sin notarlo, solo aspirando su esencia.
La Tata se levanta de un salto para agarrar la cara, siempre tersa, de esa mujer maldita que tanto daño le ha hecho,intentando atrapar su cuello y apretarlo con fuerza, pero el color se le va , ausente, de su cara, y parchones rojos renacen en su espera.
“La boticaria” -ya enlutada y seca de lágrimas- encontrará a la Tata muerta en la salita de invitados. Sentada en su silla dorada, con las manos apretadas contra el pecho y un borbotón de babas prendido en los labios amoratados. Sin notarla , a su lado, una mujer pálida y ojerosa la saludará con un “buenas”, mientras se le nublan los sentidos y pierde la razón.
Al día siguiente, bien de mañana, lo mejorcito del pueblo se ha engalanado para despedir al niño y a su tata. Al hijo del boticario y a la Dolores ,que por expreso deseo de la señora , yacerán juntos igual que una familia,como ya lo hicieran en vida.
Al pasar frente al cafetín, la gemela de la Malora,que siempre está allí por aquellas horas, se acerca a “la boticaria”, quien su marido, con gafas negras y ojeras moradas, sostiene como si de una niña pequeña se tratara. Posa un beso en su frente y tan suavemente como el aleteo de un colibrí, le toca el bajo vientre, dándole un calor nuevo y festivo que hace que la mujer abra la boca , como un recién nacido al aire fértil de la mañana.
Semanas después , en la consulta del único medico del pueblo, sabrá “la boticaria”que un milagro en su vientre se ha producido. Un nuevo hijo viene a su hogar, no en lugar del que se fue, que nunca será olvidado , sino a segar un poco el dolor que su madre siempre sentirá por su ausencia.
La Malora que odia a su hermana a muerte, desde que nacieron con igualdad de cuerpos pero contrariadas de sentimientos y razones, no se atreverá a acercarse a esta mujer encinta, ni a su casa, pues su gemela pintará la fachada de la casa- blanqueada y bajita- de jazmín y albahaca,de cilantro y hierbabuena, proveyendo sus malas artes.   
En cambio, sí se dejará caer por casa de la Paca, con la que luchará a muerte durante meses, postrándola en una cama de dolor y agonía.
-A mí llévame si quieres-le dirá la mujerona con sus ultimas fuerzas, aún los ojos negros y morunos encendidos. -Pero a estos-señalará a sus hijos que lloran sintiendo los desviaros finales de su madre-ni me los toques.
-Si no puedo mujer,acaso no sabes que ellos han sido tocados desde su nacimiento por mi hermana(escupe al suelo con asco)
"El mayor...",señala a Juan Luis. Con catorce años es un joven fuerte y alto,de ojos despiertos ,ahora enrojecidos por las lagrimas. "...Será el próximo médico,cuando el botarate éste",indica al medico del pueblo,que llora en un rincón de la habitación, "con el que tanto he luchado, me encuentre tras celebrar el bautizo de uno de tus nietos".
La Paca respira trabajosamente, haciendo un esfuerzo en el que le va la vida. Se diría que intenta avisar al médico al que tantos cuidados debe. Levanta una mano hacia él , que cae porque sabe que es imposible, que lo que ha de ser de seguro será y sigue escuchando a la Malora que se impacienta , con sus ademanes sin futuro,sus ojos luchadores y su negación a dejarse ganar.
"La niña",mira de soslayo la Malora a una cría que no tendrá más de nueve años ,"será maestra,se casará con el chico que ahora lava los platos en el cafetín,que se hará muy rico gracias a la intervención de mi hermana(vuelve a escupir al suelo)y tendrá muchos hijos, incluida una niña de ojos morunos que llamará Paca, como tú".
La Paca, llama a sus hijos para que se acerquen más a su lado, pues ya siente el frio de la muerte. Abrazándoles, les aconseja por ultima vez:
-No dejéis los estudios por nada del mundo...Ya he llamado a mi hermana para que venga a buscaros. No os preocupéis si no viene , que alguien de aquí se hará cargo de vosotros, que en este pueblo hay muy buena gente...(Tose y un borbotón de sangre negra mancha las sábanas blancas con su presencia)
-No siga usted Paca-le dice el médico acercándose a ella y alejando con su presencia a la Malora que no lo puede resistir-No se preocupe usted por nada, que a estos chicos entre todos los sacaremos adelante.
El aire se llena de olores a hierbabuena y a lavanda, a cilantro y malvasía, y la Malora se ahoga y escapa,convirtiéndose en una sombra negra que huye por el hueco de una ventana mal cerrada.
Afortunada, la gemela que comparte cuerpos pero no razones con la Malora, se sienta en la cama, abrazando a la enferma. Mira a los ojos del médico,enamorándose como hace años, un poco mas de él, y besa en las cabezas a los niños a los que ha protegido desde su nacimiento.
Paca se duerme en paz, con las manos prendidas en los suyos, feliz cómo nunca lo ha sido porque con la llegada de Afortunada ha podido ver a su hijo-con la cara manchada por la barba y las arrugas- en el consultorio del doctor y a su hija-con los ojos valientes como los suyos- de maestra y madre de una gran prole.

Mientras tanto en aquel mismo momento, a muchos kilómetros de allí, Manuel Gutiérrez, se enfrenta al juicio por presunto homicidio, sentándose al lado del fiscal la mujer que cabalgaba a lomos de su moto, la noche que perdió la razón mirando sus ojos sin vida.