Hubo un tiempo en que
en el pueblo creyeron que siempre habían sido viejas. Pocos vivos quedaban entonces que siquiera pudieran
acercarse a la edad de ellas, así que los críos, los jóvenes y los maduros solo
las recordaban encorvadas y huesudas, arrugadas y yermas. Nadie sabía que
"la graznadora" joven fue la primera en inaugurar el apodo familiar,
justo cuando mataron al padre de una pedrada, mal dada. Luego de eso,
cambiaron, no solo de nombre sino que emergieron como los cadáveres cuando se
ahogan de mar salina. Reflotaron en pleno luto, yéndose las tres a abrir el bar
de la estación, mandando el Alcalde al Comandante del puesto a que las
contuviera.
-¿Qué quieres?- le dijo la mayor a modo de saludo, mientras limpiaba los
vasos con una disolución de Vim y lejía.
-Que me manda el Alcalde, para que cerréis esto que dice que no es
decente que tres mujeres solteras estáis aquí solas y que además de luto.
Lo dijo todo de un tirón como si temiese que se le olvidase algo
importante, porque la "graznadora" mayor le imponía con su gran
estatura, sus ojos de hielo y su barbilla picuda.
Ya la temía en el
colegio cuando la maestra le ponía las orejas de burro y lo echaba al rincón .
Ella lo miraba de fijo con los mismos ojos de espiga que estaba poniendo ahora
mismo.
-Que
te digo , que ¿qué quieres de tomar?- le dijo ella de nuevo , enjarretándose y
sacando pecho, tanto, que al civil se le atragantó la nuez en el gañote y pidió
rápido sin pensar, un café corto y una magdalena.
-Están secas- dijo la "graznadora"
mediana, saliendo de la trastienda, con la misma bata enteriza negra que le
había visto en el funeral, rodeada de un mandil de flores en blancos y
negros.
-Y encima sin luto riguroso- se atrevió a pensar el civil, temiéndose
que lo hubiese musitado en alto, porque la cara de la mediana se volvió y le
vio el ceño fruncido.
-Es que son de padre,
¿sabe, Cabo?- le dijo usando su graduación con retintín-, y están tan secas y
muertas como él.
-Ahora
soy el Comandante del puesto- se embravó el civil, sacando guerrera al
paso.
-Porque no
hay otro, Ramiro...-intervino la graznadora pequeña, mirándolo con sus ojos
azules como aguas marinas.
El civil se puso tan colorado
que creyeron que le daría una apoplejía, porque boqueaba como pez fuera del
agua, sin decir palabra. Pero cuando el reloj de la estación dio las doce
pasando el expreso que iba a la capital, retornó a la vida, la cara a la
palidez que la caracterizaba, volteándose hasta la puerta, aún sin haber
musitado una sola palabra.
Hasta
que se pasó el luto, intentaron que cerraran, a las buenas y sobre todo a las
malas, sin conseguirlo, haciendo encima caja con todo el que fue y probó cómo
las tres hijas eran capaces de llevar el negocio en tan poco tiempo, mejor que
el padre en toda su vida.
-¡¡Y anda que no estaba rica la morcilla con el pan recién hecho!!-
decía el Alcalde en el pleno donde se reunieron las fuerzas principales del
pueblo para sacar un bando donde les prohibirían tener el bar de la estación en
funcionamiento.
-Yo
si usted quiere, tío, les prendo fuego con ellas tres dentro- se atrevió a decir el civil , recordando la
sonrisa de la "graznadora" joven y sus ojos azules fijos en su rojez
de mocita.
- Anda
quita , animal, que por eso no te ascienden, por lo muy memo que eres- se quejó el Alcalde,
chasqueando la lengua. - ¡¡Y no me llames tío delante de todos estos, que aquí
soy la máxima autoridad!!.
-El bar es del consistorio- dijo el Notario,
frotándose la papada, para calmar la tensión- pero eso sí, si las sacamos a ellas
de allí, deberíamos encontrar un candidato mejor al que arrendárselo.
Discurrieron dos días y medio, hasta que decidieron buscar un buen candidato
usando el periódico de Montefanegas , insertando su petición, en la sección de
anuncios por palabras.
El
texto que el Notario escribió y rectificó una y otra vez, decía así..."Se
busca hombre cabal y respetuoso para regentar un bar de estación en la
población de Fanegas Chicas..."
Luego
seguía con más condiciones y especificaciones sobre el trabajo a realizar y la
paga de arrendamiento que debía proveer a las arcas municipales.
-No da para nada el bar -había dicho en su día
el padre de las graznadoras, intentando que le rebajaran la renta, porque
campesino con pocas letras, eran muchos los números que debía de hacer para
pagar arriendo, luz y agua y además proveer para alimentar a sus hijas y darles
algo de resguardo.
-No da para nada el bar- dijo el
alcalde cuando en la primera semana despues de poner el anuncio no llegó nadie
a reclamar el trabajo.
-La vida está dificil , Alcalde- le
dijo su primo el farmacéutico- la ciudad tira mucho y la gente se va porque
creen que se harán ricos. Nadie quiere ya encerrase en un pueblo. -Nosotras sí- dijeron en triplete las "graznadoras",
presentándose en el pleno donde se dilucidaba el futuro del bar.
Ramiro solo vio a la pequeña, ya se puso
rígido como si fuera una estatua. Ese día las "graznadoras" vestían
luto riguroso, que acrecentaba más sus carnes pálidas y sus ojos azules.
-Señoritas-
quiso silenciar el farmacéutico el barullo de voces que se habían formado a su
llegada- ustedes no pueden estar aquí...
-Pero
yo sí puedo- sonó una voz grave en el umbral de la puerta.
Era un forastero
vestido con traje de chaqueta de lino blanco y tocado con sombrero de ala ancha
a juego. Tenía los ojos más agua marina que se habían visto por esas
tierras.
-¿Quien es usted ,
caballero?-dijo el Alcalde intimidado por la altura, la vestimenta y esa
sonrisa gatuna que se deslizaba en la cara del forastero.
Por toda respuesta su cara vibró
, estallando en carcajadas tan sonoras que hasta el techo del ayuntamiento se
estremeció, como el templo de Jerusalén
cuando dio el ultimo suspiro Jesucristo.
De todos los presentes, solo las graznadoras siguieron impasibles como
si el tiempo, las circunstancias o las emociones no tuvieran nada que ver con
ellas.
- ¿Es que no me conocéis?-
preguntó sin parar de reír, para a continuación, haciendo una reverencia digna
de película , añadir...
-
Soy Carloto, el hijo de María, la enterradora.
En
ese momento, los presentes le miraron para intentar reconocer en ese extraño ,
al niño que iba siempre medio desnudo y sin zapatos. Al hijo de María, la mujer
que lo había parido una noche de tormenta, sola y sin ayuda , entre dos tumbas
del cementerio.
El
primero que se acercó a él, fue Ramiro, su compañero de bancada, el que inventó
el apodo de Carloto, el del culo roto.
-Hombre
Comandante, cuánto bueno por aquí- dijo Carloto, con una expresión respetuosa
en su tono que contrastaba con la irreverencia de sus ojos.
-Carloto, el del
...- pareció que se iba a escapar de sus labios gordezuelos y secos, cuando vio
a su tío acercarse rápidamente tendiéndole la mano.
-Pero bueno, cómo son estas nuevas...-
iba diciendo, intentando sonsacar algo de información al recién llegado- No
sabíamos nada de ti desde que te fuiste a la capital, hace ya...- frunció el
entrecejo intentando recordar-...por lo menos veinte años .
-Veintiuno
hará para la Candelaria- concedió sonriente Carloto.
-¿Y qué fue de ti, chaval?- preguntó
acercándose el farmacéutico .
- Pues que me hice rico, Don Fulgencio, igual
que usted.
Todos
rieron menos las "graznadoras" que seguían impasibles.
-Quita, quita- refunfuñó
el farmacéutico que no gustaba de ostentar de su mucha riqueza en campos,
tierras y jornaleros.
A las dos horas de
aquello todos supieron que Carloto, el hijo de la enterradora, había vuelto
hecho rico y que quería comprar el bar de la estación para echar raíces en el
pueblo. También se asombraron de que siguiera soltero, dándose las mocitas
casaderas codazos para sentarse a su lado en misa.
-
...Tenemos entre nosotros alguien que ha venido a hacernos buena la fábula del
hijo prodigo...-inició su sermón aquel domingo el Padre Rodrigo, mirando al
hijo de la enterradora, recordando la de veces que se le fue la mano a su
cogote pelón para cruzárselo de lado a lado, sin motivo alguno más que la
soltería de su madre.
Las "graznadoras" estaban como
siempre en la última fila, saliendo rápidas para abrir el bar, solo fue dar el
cura, el "podéis iros en paz".
Corrían atravesadas como gaviotas huidizas,
pues sabían que su morcilla había cogido carrera en los pueblos de los
alrededores, con fama de jugosa y deliciosa de sabor.
-No
abrirán ustedes el bar- fue lo último que les escupió el civil en la cara,
jactándose de haberles ganado la batalla. Pero luego, se quedó el Carloto a
solas con los principales, su tío incluido y cuando salió no pudo creer lo que
le contaron...
-Que viene a gastarse aquí su dinero, que
quiere el bar a toda costa...-decía su tío sorprendido, pero en el fondo
contento de haberse quitado el problema de las "graznadoras" hincado
en sus espaldas.
-¡¡¡Qué
mujeres más pesadas!!!-se quejaba el farmacéutico, con sensación de perdida por
las morcillas ausentes que jamás volvería a probar naciendo de la sapiencia culinaria
de las "graznadoras".
Lo
que no sabían los que formaban el consistorio era que a la salida de misa, Carloto
estaba pidiéndole autorización a Don Rodrigo para desposarse con una de las "graznadoras".
-¿Con cuál
de ellas?- se interesó el Páter esquelético como una raspa de pescado, más que
los motivos que tenía el regresado para hacerlo.
-¿Y
qué más da?- había dicho la "graznadora" mayor, harta de las
discusiones de sus hermanas, sobre cual de ellas se casaría con Carloto- Yo
misma lo haré, para quitaros el peso.
El acuerdo para la compra
del bar, que estaba siendo redactado y visado por el Notario, incluía una
clausula según la cual el establecimiento permanecería abierto durante el luto
de las "graznadoras", para así
proveerse mejor su propio ajuar que no querían que el novio comprase.
Era por eso, por lo que las hermanas se revolvían inquietas camino de la
estación, porque se había
corrido la voz de que una de ellas se casaba , pero
no se sabía cuál, y como el bar estaba abierto por la dispensa del consistorio
y del cura, que gozaban de carta blanca para comer a mitad de precio, todo el
pueblo y hasta gente de los alrededores iba a marchas forzadas a visitarlo,
para tener algo que contar al llegar a casa.
Lo
que no se esperaban es que el bar hubiera cambiado y la cal perfilase las
paredes y las macetas de hierbabuena estuviesen por todas partes.
Tampoco esperaban las ventanas con visillos de croché , ni los fogones
de hierro esmaltados, llenos a rebosar de ollas y cacerolas y dentro
de ellas bullicio de carnes magras, de
cerdo, del bueno, con costillas adobadas, hígado en salsa, manitas
rebozadas...
Como
embrujados por sus papilas gustativas, iban presurosos hasta un asiento y una
mesa, llenas todas a rebosar de parroquianos, hambrientos y deseosos, más de
las bondades que allí se servían que de la información que en un principio
buscaban.
No se había visto nunca en el pueblo, mujeres más trabajadoras que las "graznadoras",
tanto es así que muchos vecinos creyeron ver de ellas hasta cuatro, en vez de
tres, cocinando, sirviendo y limpiando, con presteza para cobrar a todo el que
era duro de pagar y se hacía el remolón.
Después de aquel día ya cogieron fama y lo único que faltaba era el
convite al que asistió lo más granado de la comarca.
No supieron bien quién era la novia pues las tres vestían igual , con
traje enterizo negro y las tres dieron el brazo a Carloto, una parte del
recorrido del templo . Las tres subieron con él al altar y las tres
respondieron "si quiero", escandalizándose las viejas comadres y
teniendo que subir la dote que habían prometido a Don Rodrigo, al finalizar el
enlace.
Fue por mayo cuando las calores repentinas, cuando se encontró al Cabo
Ramiro muerto en mitad de la siega de los maizales, con una pedrada regalada en
mitad de la frente. -Mala
suerte la del muchacho- dijo el nuevo Comandante del puesto, triscando yerba- ,
que debe haberse caído en un mal paso.
-¿Qué mal paso, ni qué niño muerto?-
se enfadó el Alcalde, volteando el cuerpo hacía todas partes- , si por aquí no
hay piedra ninguna.
-¿ Y ésta ?- se
enjaretó el civil moviendo el mostacho a los lados, mientras enseñaba una
piedra del tamaño de su puño con sangre negra en su vértice- , ¿Es que ésta no
es una piedra?
-Pues claro que es una piedra- aceptó el alcalde de mala gana- pero solo
hay esta...
-Para
matar a un hombre buena ha sido- sentenció Don Rodrigo echándole las
bendiciones, antes de que se lo llevaran a andas, tapado hasta la cabeza como
si tuviera frío.
Por
aquel tiempo en el pueblo no había quien amortajase a los cadáveres , porque
María "la Comedianta " que sustituyó en su día a la enterradora,
había muerto no hacía mucho de una fiebres puerperales, así que se estableció
por un bando urgente que se fue leyendo de calle en calle que la mujer que
quisiera ese cargo se presentara en el consistorio a la mayor brevedad
posible.
Estaban allí los
de siempre fumando mientras esperaban , cuando aparecieron las tres hermanas,
pidiendo el cargo.
-Pero
ustedes tienen el bar-dudó el alcalde.
-Pero somos tres para llevarlo- contestaron ellas , sobradas.
-Pero
...¿no les dará mucha carga?- se atrevió a preguntar el farmacéutico deseando
darles el cargo y marcharse a su casa, pero temeroso de que el bar donde ya
hacían la partida de domino de la semana y el mus y la brisca, se
resintiera.
-Somos tres, para sobrellevarlo-volvieron a contestar, como un coro
griego.
-No hay
presupuesto- objetó don Rodrigo que siempre iba a lo práctico, añadiendo- , mas
que la voluntad de la familia del difunto.
-Nada
queremos- terminaron ellas, con una sonrisa devanándose en sus labios.
Al primero que amortajaron fue a Lucas" el de la Sanguina",
que ya estaba apalabrado porque murió seis horas antes que el Cabo. Lo
prepararon como si fuera un crío pequeño, las tres graznadoras y una hija,
bañándolo con toallas húmedas y trapos, perfumados, luego peinándolo y
vistiéndolo con la ropa que se casó hacía más de cincuenta años.
-Aún
le vale- se sorprendió la "graznadora" más joven , metiéndole la
chaqueta por detrás sin tener que rasgársela para que ajustase.
-Siempre
ha sido puro musculo y huesos- dijo la Sanguina, sorbiendo lágrimas, para
añadir-lo he alimentado como me dijisteis.
Eran
una comarca grande y rústica, con vericuetos y granjas en cada peñasco, pero
corriéndose el buen hacer de las graznadoras no faltó municipio, por pequeño
que fuera que las invitase a hacer su magia con sus vecinos.
Así que pusieron una cuota bajísima de verduras, trigo, harina, azúcar y
aceite en cada enterramiento y luego preparaban al difunto, trayendo los
vecinos la paga que se llevaban las graznadoras , primero en parihuelas atadas
a un mulo, luego con dos caballos percherones y un carro, para en los últimos
tiempos, cuando ya su fama se disolvía como los azucarillos, comprar un coche
conducido por una de ellas, sin que en ningún pueblo supieran diferenciar cuál
de las "graznadoras" era.
Con
el abasto que conseguían, trasmutaban platos simples de toda la vida en
maravillas que ni los paladares más sofisticados que vinieron una vez en forma
de parientes emigrados, tuvieron nada que objetar a los de capitalidades y
grandes ciudades.
Hubo un tiempo en que en el pueblo creyeron que siempre habían sido
viejas. Pocos vivos quedaban entonces que siquiera pudieran
acercarse a la edad de ellas, así que los críos, los jóvenes y los maduros solo
las recordaban encorvadas y huesudas, arrugadas y yermas.
Cuando
murieron las tres , de golpe, encontraron cuatro cadáveres y hubo en la comarca
un alboroto sin precedentes , pues el nuevo Alcalde, elegido con la democracia
, no supo quién podría amortajarlas.
Pero en
el mismo pleno en el que se debatía, se levantó de su asiento, una "graznadora"
joven , exactamente igual a cada una de ellas , diciendo que ella podía hacerse cargo de ello,
pues era auxiliar de clínica en el hospital comarcal y ese era, entre otros, su
cometido.
No
dejó entrar en el amortajamiento más que a la nieta de" la Sanguina",
a la bisnieta de María "la Comedianta", a la nieta de la enterradora primera y a la
nieta del Comandante del puesto que sustituyó al sobrino del Alcalde, cuando
murió de una pedrada mal dada.
Solo
ellas fueron testigos de que las graznadoras eran cuatro, la mayor, la mediana,
la pequeña y Carloto, que transmutaba como lo que siempre había sido por
designio de sus hermanas, pues al igual que a las "graznadoras" , su
padre , lo había concebido a golpe de patriarcado, violando a la enterradora y
luego no haciéndose cargo de él, condenándolo a la bastardía y el insulto de
los necios.
Nunca
le perdonaron las "graznadoras" aquella ofensa, ni los abusos a cada
una de ellas, de los que nacían graznadoras pequeñas, de nuevo abusadas por él,
hasta que la más mediana, le sembró una pedrada -bien dada- en mitad de la
nuca, siguiéndolo hasta un partido y camuflándose entre los hinchas que
vitoreaban a los futbolistas.
Fue
María "la enterradora" la que las protegió de niñas. Fue ella la que
les enseñó el oficio cuando iban a su cueva, descuartizando al cerdo que
engordaban durante meses, ayudando en los quehaceres de la matanza. -Lástima
que no lo pudiéramos descuartizar como a los cerdos... -dijo la "graznadora"
más pequeña, la de los ojos azules violetas , ante el cadaver de su padre.
-Quién
lo ha dicho-dijo Carloto, ataviado como todas ellas, con traje enterizo negro y
pañuelo al viento .
-Ya
tenemos guiso para el bar- dijo la mayor perlándose sus ojos verdiazules.
- Y qué enterraremos
entonces- dijo la mediana.
-Pues
que ha de ser -dijo la menor, con el vientre abultado- piedras duras como su
corazón
Mientras el padre vivió , fueron amaneciendo en la puerta del bar,
"taleguillos", de ojos azules, verdiazules, agua marinas y violetas,
alumbrados en la noche cómplice y descastados por sus madres para convivir en
un hogar que no los quería, dados al padre engendrador y violento que se
paseaba por la comarca desflorando a la fuerza a jovencitas.
Fueron
las "graznadoras" quienes pusieron una talega a la puerta del bar, en
el mismo anclaje donde se amarraban las bestias, para que las desgraciadas como
ellas, sujetas a la furia de su padre, pudieran meter en él, el fruto de tanto
desatino y no lo dejaran a la intemperie en el frío del suelo. Ellas los criaban y luego
los mandaban a estudiar fuera, retornando al pueblo, como comandante del puesto
o como auxiliares de clínica.
Nadie
dijo nunca nada , porque medio pueblo estaba en la tragedia, que ocultaban en
vida del Cabo Ramiro, porque también participaba de la fiesta de niñas prepúberes
violadas y tiradas en mitad de la sierra.
Los
padres no querían saber más que su honra estaba a salvo si callaban y las
madres solo ayudaban a parir en silencio, mientras lloraban.
Pero la
enterradora no, porque estaba harta de vivir en una cueva. Por eso les enseñó
su oficio. La sanguina , tampoco, porque estaba harta de ser avasallada por
todos. Por eso mató a su padre de una pedrada y luego les ayudó en la
matanza.
Fue
ella misma, la primera que colgó por la mandíbula al padre de las "graznadoras", llevándolo
hasta el banco de madera. Las "graznadoras", cada una con un
cuclillo, esperaban. A la primera tacada de Carloto, la sangre brotó espesa y
lentamente, como si no tuviera prisa, hasta el cubo donde se la recibía como
agua de mayo.
-Hay
que drenarlo bien- dijo la Sanguina- para que salgan buenas pitanzas.
El socarrado lo hicieron
entre todas, llevándolo desnudo hasta una cama de helechos secos, donde lo
echaron a dormir. Cuando se echó la siesta, lo rasparon con un cuchillo de
madera, dejándolo en cueros vivos.
Por último dejaron a la más niña de las "graznadoras",
salida de debajo de las piedras, de negro impoluta, con sus nueve años apenas
cumplidos, encinta de más de seis meses, que destripara a quien la había
preñado, a ella, a su madre y a la madre de su madre, que también era su hija.
No reservaron ni la sangre, ni los instantinos , ni las vísceras, porque
el cuerpo estaba malogrado y aunque se lo entregaron pronto, aún así no
tuvieron el coraje que tuvo él para matarlas en vida.
Esa noche lo dejaron colgando
del gancho en una viga alta y resguardada del bar . Al día siguiente empezaron
el picado de la carne para las chacinas. Con el tajador, la "graznadora"
mayor, hizo las partes...para los salazones, los jamones y las paletillas...Los
que iban a servir para los chorizos, con ajo y picante...los lomos y los
tocinos. Cuando sirvieron la moraga, asada a la lumbre de los helechos y las
escobas rotas, les supo a manjar de dioses y fue entonces cuando Carloto,
emprendedor como pocos, puso sobre la mesa la idea de comercializarlo en el
bar.
- No querrán cedernos el bar a nosotras-dijo sabiamente la graznadora
mayor. -
-Pero a mi, sí- dijo él.
Juntos concibieron el plan, comiéndose trozos asados de carne y vino del
porrón que se pasaban como la familia que eran.
Una
mañana temprano, con el bar cerrado a cal y canto, la "graznadora"
mayor estaba limpiando, con la puerta trasera , la que daba al monte bajo,
abierta para que entraran y salieran los gatos. Cuando se dio cuenta, el cabo
Ramiro, todo lo grande que era, se le había colado hasta la despensa...
Estaba
la "graznadora" empinada en una escalera de madera, apoyados los pies
de puntillas, la falda subida por encima de las corvas, cuando la empujaron y
cayó de allí como un fardo, atrapándola un aliento ebrio y unas manos
ásperas.
Cayó
el cuerpo como guiñapo, el pañuelo negro ladeado, la cara descubierta de
Carloto...
- ¡¡¡¡Maldito mierda!!!!- dijo el Cabo, apretando los dientes con furia,
soltándolo como si quemara al reconocerlo y luego yéndose hasta él, con las
botas reglamentarias dispuestas a regalar patadas-, ¡¡¡De nuevo me has
engañado!!!,¡¡¡¡ Pero esta será la última vez!!!!
Carloto
estaba en el suelo, atemorizado y quieto como una ardilla, ante una serpiente,
cuando vio una rosa abriéndose en mitad de la frente del Cabo, lentamente,
primero, luego como un torrente.
-Lo has
matado- dijo a la "graznadora" más joven, con una mezcla en la voz de
admiración y pánico.
-Mejor él que nosotros-
dijo solamente ella.
A él sí que
lo curaron , con los conocimientos de la "graznadora" mediana que
estudiaba Medicina, cambiándose por una de sus hermanas.
Cuando les entregaron el cuerpo, aún vivía, por lo que lo amortajaron como
les había enseñado la Enterradora, con el tajador y buen vino de pitarra. Luego
como al otro cerdo, lo vendieron en morcillas, en chorizos y en carnes bravas,
a los vecinos que callaban las bocas para seguir comiendo, a los padres a los que les importaba más que nada la honra
y a las madres que solo lloraban.
En
los funerales de las "graznadoras" nadie lloraba, ni siquiera el Alcalde
nuevo con sus ojos azules lavanda, ni el Cabo de ojos violetas, ni el
farmacéutico de ojos mar en calma. No lloraban , porque todo el mundo corría
tras la misa del Padre Ramón de ojos aguamarina, hasta el Bar de la estación
donde las nuevas propietarias, ya tenían las chacinas colgadas de las vigas del
techo y en la despensa buenas carnes bravas.