lunes, 20 de abril de 2020

DABA MIEDO


Un chicle de 5.700 años revela la cara de quien lo mascaba
Entraba sin notarlo. Era lo que daba más miedo. Nuestros ancianos se habían reunido para intentar atajarlo, pero no sacaron nada en claro.                                                                     
El Jefe del Consejo creyó encontrar la solución con fuego. “Es lo más puro que tenemos” -dijo con la voz de los Dioses presente en su garganta.                                                
Todos callamos, inclinándonos como hacíamos siempre que los ancianos se reunían para indicarnos la voluntad de los Dioses.                                                                                                                     
 Se habló incluso de quemar a los contaminados, en la misma hoguera.                               A todos nos pareció bien. Queríamos salvarnos, de cualquier manera, porque habíamos visto cómo terminaban los contaminados. Pero entonces enfermó ella y todo cambió porque yo la amaba más que a mi vida.                                                                                                           -¿Una nueva cueva…?- me preguntó fijando su rostro pecoso en el mío, rudo.                          -Ven y lo verás- le dije por toda respuesta, atrapando su mano pequeña entre las mías. Quería que fuera mi Sombra en la vida adulta y que los ancianos bendijeran nuestra unión, pero entendía que no era más que un sueño de los muchos que nos regalaba la noche cuando fumábamos hierva encantada  para saber la voluntad de los ancestros.                                                                  Corriendo entre riscos y peñas, entendía con la claridad del sol que nos alumbraba que era un imposible que la hija más pequeña del más sabio de los ancianos y el hijo de una desconocida, uniesen sus vidas.                                                                                                                     No fue culpa de  mi madre el haber sido botín de guerra, ni de la poca paciencia de uno de los ancianos que la hizo su esclava hasta hartarse de ella y abandonarla. Tampoco  lo eran las leyes estrictas del poblado para con los no nacidos en la seguridad del clan, ni de que nadie supiese con certeza quién era el padre que me facilitaría la entrada en la edad adulta o poder ser guerrero. No había a nadie a quién culpar y sin embargo rabiaba de ira con ella a mi lado resoplando por el esfuerzo, con el pecho subiendo y bajando rítmicamente. La hubiera matado con ganas estrellándole una piedra en su linda cabeza, para que nadie me la quitara. Igual ese era mi propósito original cuando la llevaba hacia la cueva, pero  solo entrar en ella retornó  la calma y pude pensar con claridad, notando que la ira daba paso a la entereza.                                                                                                -Está allí, ven- le dije llevándomela donde las antorchas no alumbraban.                                    Era una abertura de medio cuerpo por donde se llegaba a una sala excavada en el mismo suelo de tierra amarilla. Me había llevado mucho dolor y llagas el horadarla, pero mereció la pena al ver su cara cuando contempló el tesoro que yo había encontrado para ella.                                                                                                                                                    -Será la dote para comprar tu Sombra- le dije, no sabiendo si también era la voluntad de ella.                                                                                                                                              Pero- solo lo hubo visto y tocado- ya no existí para ella, pues solo aquel tesoro la atrajo como yo hubiera deseado que hiciera mi persona. No supe que estaba maldito, ni que ella había robado una pieza hasta que enfermó su mejor amiga y luego su Sombra y luego el hermano de éste. Al parecer la pieza era una fuente de contagio muy poderosa. Cuando le escuché decir al gran Anciano que lo quemaría todo no pude estar más de acuerdo, incluso quise ser yo quien lo hiciera. Pero fue antes de tocar el tesoro y de entender esos extraños símbolos que contenía. Empecé como ella por uno, abriéndolo. Hasta que entendí que se llamaban libros.

viernes, 20 de marzo de 2020

URGENTE...SE BUSCAN ABUELOS


URGENTE…SE BUSCAN ABUELOS
Resultado de imagen de abuelos



1-UNO
Susana era una pesada, siempre lo había sido.
-Luca, tengo sueño-decía bostezando, por la noche, delante del televisor.
 Y yo tenía que irme a dormir con ella, porque si no, no había forma de que me dejara tranquilo.
 -Luca, que no quiero ir al colegio .
 Y yo la tenía que acompañar hasta su clase- de la mano- quedando delante de mis amigos, como un pringao.
 Y un día, dijo:
- Luca, yo quiero tener abuelos, como Lorena.
 Y claro, no tuve más remedio que buscárselos.

Tener abuelos es fácil. Los encuentras los domingos por la tarde en tu casa, contando batallitas, o te acercan al colegio  si tus padres no pueden llevarte. Te cuidan cuando ellos trabajan  y también te llevan al parque y hasta, si tienes suerte , te compran chucherías.                                     Pero cuando tu padre es canadiense y sus padres están viviendo a miles de kilómetros y tu madre tiene la desgracia de que sus padres fallecieran en un accidente de coche, lo de tener abuelos se hace una cosa muy difícil.
-Luca – me decía Susana cuando yo se lo explicaba despacio y tranquilo, como decía mi madre que debía hablarle-pero es que yo quiero tener abuelos, como Lorena.
“Y definitivamente”-pensaba yo- “esta niña, cuando algo se le mete en la cabeza, es inaguantable”.
- Ya te he dicho que no podemos tener abuelos –volvía yo a la carga, despacio y sin levantarle la voz- porque los de papá están muy lejos y son muy mayores, para viajar, solo los vemos cada tres o cuatro años, cuando ahorramos lo suficiente , ya lo sabes y los de mamá…
 -Sí, ya lo sé, ya lo sé- dijo ella, poniendo los ojos en blanco- … que están muertos y bien muertos- siguió tan tranquila, poniendo boca de beso y frente arrugada y repitiendo una vez más:
 -Pues yo quiero tener abuelos.
- ¡¡¡¡¡Mamá, ya está la niña dando morcilla!!!!!- me chivateé a mi madre a grandes gritos, para que me dejara tranquilo de una buena vez. Pero no sirvió de nada, porque me riñó a mí por decir palabrotas. “Morcilla, no lo es” pensé yo, quejándome para mis adentros, pero ella dijo que sí que lo era y no me levantó el castigo.
- Pues vaya una faena-renegué, fuera de mí, dándole una patada a una muñeca de la enana, que hizo que ésta chillara como una rata ahogándose y que mi madre volviera a castigarme- Ahora tengo que aguantar a la niña-resoplé con fuerza mi flequillo- y encima castigado por culpa de ella.
Cuando mi padre volvió del trabajo se lo conté todo, por algo era mi confidente y mi amigo. Pero no entendió nada, como otras tantas veces, porque yo estaba muy enfadado y hablaba aturrullándome. Así que me tocó el hombro, diciéndome ;
-Tranquilo, Luca, que no me entero, despacio y con tranquilidad.
 Y despacio y con tranquilidad se le conté todo… que Susana quería abuelos a toda costa, que ya le había dicho muchas veces que eso no podía ser, pero que nada, que ella seguía con la misma cantinela.
-Pero porqué no le das coba-recomendó- Al fin y al cabo,  solo es una niña pequeña y tú eres ya todo un hombre.
Ese era mi padre. Sabía cómo hacerme inflarme de orgullo, porque con mis casi diez años cumplidos, solo él y nada más que él, me consideraba todo un hombre.
 -Es que es muy pesadita, papá y está todo el día con lo de los abuelos, como si se pudiesen comprar  o encontrar en un mercadillo.
 Y mi padre oído aquello salió como una centella al cuarto trastero, ahora su refugio, con su guitarra y sus álbumes de fotos y el ordenador, donde ahora mismo tecleaba como un loco.
-¿Qué pasa?- le dije, habiéndole seguido y viendo como tecleaba como un poseído.
     -Que necesitamos un batería en el grupo y ando por internet buscándolo.
       Mi padre tenía un grupo de música que le daba más quebraderos de cabeza que otra cosa,      porque mi madre insistía en que era una soberana tontería, “a su edad”, eso decía ella, y cuando llegaba un día de fiesta o un domingo y él se iba con los del grupo, a ensayar al garaje, de uno de ellos, ella se ponía, según palabras de él, “hecha un basilisco”.
-Ahora el batería nos ha dejado, pero sé dónde encontrar otro- me decía mientras tecleaba- pondré un anuncio y él vendrá hasta mí, como por arte de magia.
 Si mi padre hubiese tenido una risa de esas de malo de película, seguramente la idea me habría parecido alucinante, pero como el hombre estaba allí enfrascado en la pantalla del ordenador, rellenando lo que parecía un formulario con su teléfono móvil y más cosas, pues me fui con mi enfado a otra parte y me olvidé de aquello. Pero al día siguiente, Susana empezó de nuevo, solo fue ver la abuela de Lorena, llevándola al colegio.
-Luca, quiero a mis abuelos-empezó a  llorar en su fila- ¡¡¡¡¡quiero a mis abuelos!!!!!- lloraba desconsoladamente- y las madres nos rodearon como si la niña estuviera enferma, para preguntarle, que porqué lloraba a mares y que qué le pasaba.
 -No es nada- decía yo, deseando taparle la boca.
- ¡¡¡¡No es nada!!!!- repetía .
 Pero ella decía, lágrima viva:
 -¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Que no tengo abuelos que me cuenten cuentos, ni que me lleven al colegio!!!!!!- y terminaba con un “auaaaaaaaaaaaa”, que duraba medio minuto y que iba creciendo en volumen, de puchero inconsolable.
 Como no tenía ganas de que los dos años que me faltaban por estar en el colegio, hasta pasar al instituto, ella me hiciera esa misma escenita, un día y otro y otro más, siendo el hazmerreir de mis amigos, que no podían aguantar la risa y que imitaban a “Susanita”, para regocijo de todos en el recreo, empecé a pensar qué podría hacer para que la niña tuviera abuelos y me dejara por fin tranquilo. Pero no se me ocurrió nada…de nada.
-Papá… ¿los abuelos podrían venir este año, de vacaciones?- le dije a mi padre, esa noche, para ver si así se le quitaba el mono de abuelos a la niña.
-No hijo, no- me dijo él, buceando entre los mensajes recibidos en su correo electrónico.
 -Son muy mayores- siguió- para viajar tanto. Es muy cansado y muy costoso, y ya sabes que nosotros tenemos el dinero justo para irnos de vacaciones, una semanita cerquita de aquí, a una playita tranquila, pero no para ir a Canadá, ida y vuelta, cuatro personas…
Después, me fui hasta donde estaba mi madre, que leía, mientras Susana veía la televisión.
- Mami- le dije , metiéndole la cabeza en el costado-¿ no te quedó nadie , aparte de tus padres, tíos o primos o…?- pero no me dejó ni terminar, me miró con esos ojos negros, tan profundos, que también tenía Susana y con tanta tristeza, que me callé en el acto, porque la escuché decir con amargura:
- Ya sabes que solo os tengo a vosotros, que aquel accidente de tráfico acabó con mi vida anterior- y añadió con odio- con toda mi vida.
Como con mama había visto que no podía hablar de ese tema, me fui a hablar de nuevo con papá que estaba muy contento porque había tenido muchos mensajes y había uno en especial que le daba “muy buenas vibraciones”- eso decía él- de encontrar al batería, que le faltaba a su banda de rock.
- A ver- me dijo, solo verme aparecer-¿qué haces tú aquí de nuevo?.
 -Que le he preguntado a mamá por su familia, por los abuelos, ya sabes- el cabeceó descontento- y se ha enfadado.
 -No se ha enfadado, hijo – me dijo suavemente, como si las palabras costasen salir-solo es que se pone triste.
 -Pero pasó hace mucho tiempo- objeté.
 -Pero hay cosas que no se olvidan- me afirmó él.
Estaba decepcionado. Mi idea, al cubo de la basura, pero mi padre pensó que el silencio era por otra cosa, así que decidió contarme el secreto mejor guardado de la familia. Dejó la pantalla del ordenador, me llamó a su lado y me cogió por ambas manos, para tenerme muy cerca de él…
 -Esto queda entre nosotros, ¿vale Luca?- me dijo y yo asentí, porque lo que estaba era un poco asustado.
- Hace mucho tiempo cuando tú no habías nacido…-comenzó.
- Ni Susana- apunté yo.
- No, tampoco ella-admitió él y siguió mirándome con cara de decir” y como vuelvas a interrumpir, no te cuento nada más”, por lo que decidí sellarme la boca con cinta invisible.
 -…Iba tu madre camino de la facultad, ya sabes donde estudiaba
 -Sí, lo sé- le dije.
-… Y la acompañaban los abuelos-continúo
- Sus padres- afirmé.
- Sí-dijo él, añadiendo- Pepito y María-recordé sus caras de una foto en blanco y negro donde eran muy jóvenes, más que mis padres ahora y que mi madre llevaba siempre en su cartera- que la querían como el tesoro más preciado que había en su vida, porque solo la tenían a ella y desde que nació, no hubo nada más que ella.
Asentí entendiéndolo.
-Cuando iban por una carretera secundaria, un coche que iba de frente hizo ademán de adelantarlos, invadió su carril y mamá, que conducía, dio un volantazo para no colisionar y el otro vehículo embistió por detrás, que era donde iban los abuelos.
- Los mató- afirmé tristemente.
-Si.-asintió él, con pesar.
- Por eso mama no conduce aunque nos haga mucha falta- continúe entendiéndolo.
 -Por eso- me miró él con los ojos enrojecidos.
-Por eso no habla de eso-resoplé.
-Porque le duele, porque se echa la culpa de que ellos no estén y cada día los echa más de menos, según os vais haciendo mayores.
Definitivamente tenía que conseguir que Susana dejara de decir cada mañana , que quería a sus abuelos, porque si no mi madre que hasta ahora había aguantado estoicamente yéndose de la habitación, diciéndose que era una rabieta de niña tonta y mandándome a mi calmarla, quizás un día se hartara y no quisiera aguantarnos más y eso sería terrible.
Debía buscar urgentemente unos abuelos postizos que conformaran a la niña y nos dejaran vivir tranquilos, a los demás de su familia, y quizás tenía una idea de cómo hacerlo.



2-DOS
Puse anuncios buscando abuelos, en el mismo sitio, donde mi padre había encontrado a su batería, solo que cuando rellené el formulario, dejando los datos del correo de mi padre y su cuenta, puse en el apartado de texto…”urgente se buscan abuelos, tienen que ser de buena ley, no valen imitadores, se hará examen previo para ver si valen, manden currículo”
La verdad es que la mitad de las cosas que decía las copié de otros anuncios, sin entenderlas bien. Por ejemplo… lo de buena ley, era de un anuncio en el que compraban oro y plata, que supuse que también valía para los abuelos, que debían ser como el oro y la plata, o sea, valiosos y duraderos.
Lo de no valen imitadores y solo queremos profesionales era de otro anuncio donde se pedían payasos, para fiestas de cumpleaños, y venía a cuento para los abuelos, porque quería abuelos de verdad para Susana, no gente que se hiciera pasar por ellos y le partieran el corazón.
Lo del examen previo y el currículo, estaba copiado de un anuncio donde se pedían camareros. No me pareció mala idea hacerles un examen  y supuse que el currículo se refería a una marca de coche o algo así, que nos vendría muy bien, para que a la niña les dieran paseos o la llevaran al cine, en vez de ir en el autobús.
Lo cierto es que cuando pulse la tecla de enter, de los brazos me salieron pelos de gallina y me dio miedo, porque si mis padres se enteraban que andaba por internet,  haciendo trastadas, iban a quitarme la paga y el salir con los amigos, para los restos.
Tuve suerte, hay que reconocerlo, porque en los días siguientes a poner yo el anuncio, mi padre fue a un congreso y no pudo coger el ordenador y como llegaba al hotel a las tantas de la noche  y estaba agotado, pues tampoco miraba el correo que me llegaba a mí y no a él y cuando regresó, después de una semana, ya tenía yo más de diez parejas de abuelos seleccionados y casi todos eliminados de nuestra vida.
El primer día que miré no me llegaron mensajes, pero sí del batería que había buscado mi padre.
El segundo día llegaron Marta y Timoteo, que eran de un barrio cercano y que parecían, por el mensaje, bastante agradables, pero que tenían cinco nietos ya y a mí no me gustaba mucho la competencia y quería abuelos exclusivos para Susana, así que los eliminé, dándoles las gracias y mintiéndoles, diciendo que el puesto ya había sido cubierto, como vi que hacían en otros anuncios.
El tercer día llegaron a la bandeja de mensajes, cuatro parejas más de abuelos y uno viudo que borré inmediatamente, sin darle explicaciones, porque Susana decía muy claro, “abuelita, para hacerme las coletas”. Mira qué tontería, porque se las hacia mi madre cada mañana, pero añadía expresamente, “como a Lorena”, que era su más y mejor amiga desde primero de preescolar. Por lo tanto, era imprescindible que hubiera una abuela.
Los otros cuatro vivían muy lejos o eran muy mayores y no me servían, porque lo que quería para la niña era que fueran jóvenes y le contasen historias y que la llevaran al parque y le hicieran coletas y estuvieran cerca de nosotros, en nuestra vida.
El cuarto y quinto día no llegó nada, el sexto mentirosos que buscaban cosas, pero no ser abuelos, sino vender servicios de guarderías y cosas así… Y por fin,  cuando se me acababa la paciencia y sobre todo el tiempo porque regresaba el dueño de la conexión y el ordenador, llegó Marcos que decía en su mensaje:”yo también busco nietos, porque sin ellos, me muero” y eso que a cualquier otra persona con dos dedos de frente habría puesto en alerta de peligro máximo y letal, a mi me llegó completamente y decidí darle una cita, porque tenía el mismo tono de amargura que la voz de mi madre , cuando nosotros pronunciábamos la palabra “abuelo”.
Sé que no se hace y además fui con la niña y se lo dije, con lo cual, había cometido todas las faltas que mis padres advertían que no hiciera jamás de los jamases, a saber:
-“No hablar con extraños” y aún menos “por internet”. No solo había hablado, y por internet, sino que además me había citado con Marcos sin conocerlo ni de vista. Podía ser un mafioso o un loco o un pirado o todas esas cosas juntas y lo que era mucho peor, habíamos quedado en una cafetería a la que mi padre iba los domingos a comprar churros y donde conocíamos al dueño que se llamaba Pepe y que siempre me regalaba una piruleta o un chicle, tocándome la nuca con cariño y llamándome “machote”.
-“No llevar a la niña”, que era un pegote y que se antojaba de todo lo que veía en los escaparates y formaba un numerito por nada.
-“No decirle que quizás íbamos a ver a un abuelo”, porque se puso a chillar como una fan loca y todo el mundo nos miraba por la calle, porque decía a grandes gritos…” voy a ver a mi abuelo, voy a ver a mi abuelo”.
Lo cierto es que llegamos al bar y el dueño estaba dentro, por lo que no nos vio. Me daba tiempo para otear el horizonte como los piratas y ver si estaba Marcos, que decía ser-en su mensaje-bajito, de pelo blanco y con barbas.
Inmediatamente a nosotros entrar, un señor mayor de pelo blanco y calva pronunciada,  con barba picuda  y chaqueta de lana y pantalón raido, se dirigió a nosotros y nos dijo, roncamente, afirmando:
 -Sois los nietos.
 Y en ese mismo momento, Susanita se echó a llorar y le abrazó, diciendo:
 -Por fin he encontrado a mi abuelo.
Cuando vi a la niña abrazándolo, me eché a temblar… ¿y si era un psicópata como los de las películas? , ¿Y si era un asesino de niños o un secuestrador y le pedía dinero a papá?, porque no teníamos, pero él podía no saberlo y se lo dije – de sopetón-para que no hubiera ninguna duda:
- No tenemos dinero.
 Y él me miro y se rio con ganas, dejando ver unos dientes de oro, como los de los piratas verdaderos.
- Venga- dijo calmándose- vamos a sentarnos allí, cerca de la ventana y nos tomamos un chocolate con churros.
Era muy temprano. Había levantado a Susana, la había vestido y le había dicho a papá que iríamos a comprarle el periódico, cuando en realidad había quedado con Marcos.
-No tenemos mucho tiempo, si no regresamos nuestros padres ya saben dónde estamos- le dije con voz de CSI- y el dueño- que ahora salía de la  trastienda- nos conoce y dará parte de usted con pelos y señales.
 El me miró como si fuera de otro planeta y se volvió a reír con ganas, diciendo;
-A ella le vais a encantar, ¿qué digo?, le vais a devolver la vida.



3-TRES
“Ella” estaba en el balcón de una casita muy parecida en tamaño a la nuestra, pero antigua a más no poder. Nosotros vivíamos a solo tres calles a pie, del bar del señor Pepe, el de los churros, y ellos a otras tres calles, pero en sentido contrario, del mismo bar.                                                              Era esa distancia, la de tres calles, la que me había permitido decirle a mi padre que yo le llevaría el periódico y los churros y la misma que me había convencido para que fuese a verla a “Ella”.
 -Tenéis que venir a verla, ahora mismo. Le encantara, ya lo veréis- nos había dicho el señor Marcos cuando Susana había preguntado por “su abuelita”.
 Yo negaba insistentemente con la cabeza como el perrito de detrás de los coches que  decía que “sí” sin parar, pero era ignorado porque Susana gritaba-a  toda pastilla – tirándome de la camiseta…
-¡¡¡ Vámonos, vámonos ya!!!- dándole una mano a Marcos para que nos llevara al sitio y la otra a mí, para que no me escapara.
“Eso y encima sin desayunar”- me dije yo con el estómago haciéndome chiribitas,  viendo y sobre todo oliendo, en casa del señor Pepe, al salir por patas,  los churros enormes recién hechos.
- Ahora mismo os doy de desayunar en mi casa-dijo eufórico Marcos dándose cuenta de dónde miraba yo y con qué pena.
 Lo de “mi casa” me hizo recordar todas las veces que mi madre me había advertido de no ir con extraños, y a su casa menos. “¡¡¡Luca, repetía con voz chillona, en mi cabeza,  que te pueden hacer mucho daño!!!” Quise soltar a Susana de su mano de un fuerte tirón  y llevármela rápidamente de allí, pero Marcos me miró con tales ojos de alegría y esperanza, que no pude.
 “Démosle una oportunidad” me dijo una parte de mi cerebro, cuando la otra decía al mismo tiempo “pero… ¿es que eres tonto, niñato?, ¿qué oportunidad, ni que ocho cuartos?, ¿no ves que te va a secuestrar y os va a hacer papilla a los dos y sobre todo a Susanita?.
 Llegamos de improviso. Ya digo que estaba muy cerca del bar y muy cerca de nuestra casa Por eso mismo llegamos antes de que mi cerebro sensato pudiera pensar y coger las riendas del otro, el tonto de las narices, que en ese mismo momento sonrió, pensando, “pues si es un secuestrador, tiene como compinche a una mujer muy mayor asomada al balcón con una bata negra”. “¿Y qué?”- dijo el cerebro cascarrabias – “¿es que los malhechores tienen que tener todos treinta años y medir uno ochenta?”.
La mujer mayor se asomaba como si le fuera la vida en ello .No parecía otra cosa que ansiosa y triste. Muy, muy triste, además de mirarnos como si le diésemos autentico pavor.
- Abre, Angustias , abre-decía Marcos, enseñándonos como si fuésemos un trofeo o un regalo genial.
 “¡La repanocha escarlata!”-  pensé –“ahora es cuando nos cogen y nos secuestran del todo estos dos locos
Me resistí hasta que vi entrar en el portal recién abierto, a mi hermanas con ansias – decía, la muy bobona- “de conocer a su abuelita”.
-Susana que nos tenemos que ir  a casa- le decía yo intentando atraer su atención, para pillarle una mano y llevármela a rastras-que ya sabes que papá y mamá nos están esperando- y mirándolo a él que no hacía caso más que a la niña y a la señora, seguía insistiendo- y que saben dónde estamos y lo que hemos venido a hacer y que llamarán a la policía a la mínima duda.
-¡¡¡¡Abuelita!!!!- gritó Susana que para eso del melodrama era muy dada,  saltando a los brazos de la señora que era regordeta, llena de pecas, muy blanca y con arruguitas.
-¡¡¡¡¡AHHh, qué guapa eres!!!!- dijo ella y empezó a estamparle besos en la cara como si fuera una cosa muy querida.
Marcos lloraba silenciosamente, como lloran los mayores cuando algo les duele mucho, sin aspavientos ni ese “buaaaaaaaaa” o “uaaaeeeee” que gastaba Susanita cuando no le daban lo que quería. Lloraba igual que lloraba mi madre delante del televisor sin verlo, cuando se acordaba de sus padres y les echaba de menos, como lloraba yo por ella cada vez que la veía triste y no sabía cómo consolarla.
-Bueno, venga- dijo de improviso- vamos a desayunar, vístete Angustias- se dirigió a ella que levantó por fin la vista de Susanita- y llevemos a los niños a dar un paseo.
 No me parecía mal entrar en su casa y sobre todo no podía hacer otra cosa porque Susana ya había corrido tras la señora y se fue con ella a su dormitorio,  volviéndola loca a base de preguntas, que era su especialidad suprema, además de llorar en barrena.
La casa era oscura y triste con fotos, por todas partes, en blanco y negro del mismo chaval, pero de distintos tamaños.
 -¿Éste quién es?- le dijo Susana, mirando una de las fotos en las que sonreía montado en una moto.
 -Era mi hijo- dijo Marcos, llevándose el retrato a la boca y besándolo con dulzura.
-¿Y dónde está ahora?-volvió a la carga Susana .
El no contestó, solo apretó el retrato y una lágrima escapó por su mejilla, como con vida propia.
-¿Murió?- dijo Susana que  veía la muerte tan natural como tomarse una galleta.
 -Sí-asintió él, recuperándose- en un accidente de tráfico.
 -Sí, en un horrible accidente de tráfico- añadió la señora, saliendo de su cuarto con un traje entero en negro y unos zapatos de tacones.
 -Hueles bien y estás muy guapa- le dijo Susana observándola con detenimiento y escrutándola con los ojos .
 -¡¡¡¡Ay, dios!!!! qué regalo me has hecho, Marcos, qué regalo más bonito- decía mientras picoteaba la cara de Susana de suaves besos.
 Asintió él y yo me mosqueé un poco porque ni mi hermana que era un latazo, pero que era mi hermana, era un regalo para nadie, ni yo tampoco. Pero como ya salíamos a la calle no me preocupé demasiado, porque eso de “regalo” me había sonado a mala cosa, como que ya no saldríamos de allí y que nos iban a secuestrar o a comer o a algo…
Pero solo era que yo era tonto y había visto demasiadas películas de gente mala, porque en realidad nos llevaron a comer churros y nos hinchamos, y eran muy agradables , contaban anécdotas y eran muy , muy, divertidos.                                                                                                                               Aguantaron todas las preguntas de Susanita y eso que eran muchas, del tipo de “¿estáis casados?”, “¿  cuándo os casasteis?”, y todas las contestaron riéndose y mirándose a los ojos con mucha ternura, hasta que la niña dijo …”¿Y por qué se murió vuestro hijo si era joven?, ¿es que estaba enfermo?.
 Yo quería marcharme. Teníamos que marcharnos,  porque ya era tarde y los papás se habrían levantado y estarían diciendo que por qué tardábamos tanto. Pero ellos habían insistido en que nos acompañarían y que comprarían los churros de regalo  a nuestros padres por haber permitido que los viéramos, pero al pronunciar Susana esa palabras de …”¿Y por qué se murió vuestro hijo si era joven?, ¿es que estaba enfermo? .                                                                                                                      Todo cambio y el día se hizo noche y la cara de la señora se nubló y solo expresó dolor muy profundo, rechinándole los dientes al decir;
-No, hija no, que estaba bien sano e iba a estudiar a la Universidad, solo que me lo mataron –estalló en lagrimas, balbuceando- para que yo no lo pudiera abrazar más.

Con  las lágrimas de la señora(que ni los mimos de mi hermana conseguían calmarla) no me atrevía a decirles que mis padres no sabían nada , que esto no era un programa de ayuda a los abuelos solos , ni a los niños que no tenían abuelos, como les había insinuado en el anuncio,  sino que era una idea mía para quitarle el capricho a mi hermana y que –ahora me daba cuenta- Marcos había aceptado , porque Angustias estaba mala y se sentía triste y enferma y no salía ya de casa y cada vez estaba peor.
 El me miró y lo entendí al instante, viniéndoseme todo a la cabeza. No era un secuestrador , ni un malvado , solo era un hombre enamorado, porque al parecer , las personas mayores, muy mayores , también pueden perder el corazón y regalarlo.
Como no los convencía para que fuéramos a casa solos, porque eran tres contra uno solo, consciente y razonable, o sea yo, llegaron hasta nuestra casa que era un unifamiliar con valla metálica y portero automático.
-¿Cómo se llama tu padre?- me preguntó Marcos y yo dije;
- Tiene un nombre raro, porque es canadiense, de padre sueco y madre alemana, pero todo el mundo le llama Bergen, como suena, Ber-gen.
Él me miró entre extrañado y divertido, pulsé el timbre del portero automático y espero.
Al instante, sonó la voz de mi padre, desde el interior,  que preguntaba;
-¿¡¡¡Siiii???, ¿¿¿eres tu Luca?... que ya era hora.
 Respondió Marcos, acercándose al altavoz y pulsándolo;
 -Señor Bergen- dijo- traemos mi mujer y yo a los niños, puede, por favor, abrirnos.
 Y no se sintió nada más que la puerta principal abriéndose y se vio las caras de mis padres tras ella, asustados, blancos glaciales y saliendo rápidamente a nuestro encuentro.
 -¿Ha pasado algo?, ¿algo malo?- preguntaban asustados mirándonos a uno y a otro y buscándonos por las caras y los cuerpos heridas o arañazos.
- No, no se preocupen-decía Marcos- es que han ido a conocernos.
 - A conocerlos?????- preguntaron los dos mirando a la pareja de ancianos como si fueran extraterrestres.
Les hicieron pasar al salón. Les dejaron sentarse, no muy convencidos y empezaron a contar lo maravilloso que había sido encontrarse con dos nietos, salidos de la nada y lo importante que iba a ser esa eventualidad en su vida.
Las caras de mis padres no podían ser más escépticas, ni incrédulas. De vez en cuando me miraban a mí,  que no sabía dónde esconderme y a Susana que abrazaba a Angustias (como si le fuera la vida en ello) , que la correspondía con besos apretados y carantoñas.
-Necesitábamos esta inyección de energía-decía Marcos, mirando a su mujer con arrobo- necesitábamos unos niños,  como la luz del día –repetía una y otra vez  porque en tiempos había sido profesor de retórica, que no tenía ni idea de lo que era,  pero que lo hacía hablar rarito y explicar las cosas muchos , cuando todos las entendíamos a la primera.
Poco a poco, se fueron enterando de lo que había pasado. Pero no se tranquilizaron lo más mínimo porque mi madre seguía ciñéndose la bata de casa de felpa al pecho y los churros reposaban fríos y aceitosos en la mesa del salón, sin café ni cola cao donde mojarlos, porque era muy raro encontrarte con dos ancianos en tu casa  diciendo que querían ser los abuelos de tus hijos.
- Bueno, si les parece bien, nosotros vamos a discutir este tema con los niños- mi padre me miró a mi mientras hablaba por lo que entendí que me iba a caer una bien gorda- y ya les llamaremos para ver qué decidimos, porque como comprenderán esto es muy raro.
 -Sí, sí ,claro que lo entendemos- dijo Marcos- pero, por favor, no tarden demasiado que no saben cómo ha cambiado nuestra vida- miraba a su mujer que entrecerraba los ojos abrazando a la niña- que no era nada, solo tierra muerta y abandonada, desde que murió nuestro hijo.
Mi madre respingó cuando escuchó esas palabras y los miró y remiró como si estuviera ante fantasmas. De pronto chilló como si la maldad más grande de su vida  se le viniera encima y la ahogara y dijo , gritando a todo pulmón y eso que ella nunca gritaba:
- Son ellos, Bergen, son ellos… los padres del otro chico- y repetía señalándolos con un dedo acusador-son ellos, son sus caras y… se derrumbó en el suelo, desmayada.


4- CUATRO
Aquel día se levantó con mucho sol. Mi madre conducía el coche del abuelo Pepito, porque éste quería que lo hiciera.
- Venga, niña-le dijo muy contento- ya tienes el carnet de conducir  y seguro que lo haces muy bien y después de llevarte a la Facultad y dejarte instalada en tu habitación,  nosotros nos volveremos la mar de tranquilos.
Mi madre sonreía y su madre –la abuela María- también sonreía, pero poquito, porque la niña se iba a la facultad y ella estaba en el fondo muy triste. Pero no se lo decía porque comprendía que ella tenía su vida y que tenía que ser así.
Mi madre cogió el coche con suavidad y despacio. Enfiló la carretera y casi cuando estaban llegando a su destino, otro coche se les vino encima, ella dio un volantazo y el coche se clavó en el costado de atrás, justo donde iban mis abuelos.
El hijo de Marcos, que tenía la misma edad de mi madre y que también iba a estudiar a la misma Facultad se había olvidado un carnet que le hacía falta para presentarse el primer día. Después de llegar se dio cuenta de que no lo tenía. Se lo dijo a sus padres, que le miraron sin extrañarse nada porque tenía fama de despistado y cuando les ofreció que se quedarán esperándolo, porque volvería pronto, ellos dijeron que lo acompañarían.                                        Dio –entonces-  la vuelta hasta su casa, lo recogió por fin y justo cuando iba a llegar a su destino, con sus padres en el coche, le dijeron:
-Venga niño, conduce bien y despacio, te dejamos en la Facultad y después ya nos vamos nosotros tranquilos.
Marcos hijo,  sonriendo, enfiló la carretera y encontró de sopetón con el coche de mi madre, que lo esquivó y se impactó contra el lateral, matando a mi abuela María en el acto y dejando a mi abuelo  Pepito, casi muerto, cosa que ocurrió a los pocos días en el hospital a donde lo llevaron. También se lo llevaron a él, pero tapada la cara en la camilla.
En ese hospital se conocieron mi madre y Marcos y Angustias. Pero hacía al menos quince años de aquello, por eso cuando se vieron no se reconocieron. Era de mañana. Nos estaban esperando y no se fijaron demasiado, los unos en los otros. Pero al decir Marcos que su hijo había muerto , mi madre tuvo un flash y volvió al hospital, a los largos y blancos pasillos, al olor aséptico. A lo que para ella –desde entonces-significaba la muerte de sus padres y la imposibilidad de que aunque fueran sus hijos-a los que más quería sobre la tierra- los que debieran vacunarse , ir con ellos , a ponerles la inyección.
-No te preocupes, cariño- le decía siempre mi padre entendiéndolo- que ya me encargo yo.
 Mi madre no quiso volver a verlos ni que nos vieran a nosotros. Marcos lloró desconsoladamente,  porque decía que ese día se había producido el milagro de que Angustias hubiera recuperado la alegría. Angustias lloró mucho más porque después de ver la luz del sol en los ojos negros de mi hermana, en su sonrisa y en sus ganas de vivir, volver al cuarto con la foto de su hijo, al recuerdo doloroso de no sentir nada tras su muerte, de verlo en una camilla como dormido, pero sabiendo que ya no estaba allí, era demasiado para ella.
Angustias desde aquel día en que mi madre se desmayó en el salón y mi padre les dijo que se fueran no volvió a hablar , ni a comer , por mucho que le insistiera Marcos vino a buscarnos en el recreo a mi hermana y a mí.


5-CINCO
-Tenemos que hacer algo- musitaba pegado a la reja del colegio.
-¿Quién es ese, que está pegado a la reja?...parece que busca algo- me había alertado Liberto, que era avispado como él solo.
 Y efectivamente  solo darle una ojeada  ya vio que era Marcos, solo que un Marcos viejo y apenado con una mano levantada oteando como pirata desvalido el horizonte, de un patio donde quería hallar una sola esperanza, con nombre y apellido y diez años ...a mí.
 No sabía si dirigirme a él o hacer como que no lo había visto , porque mi madre después de lo que pasó en mi casa , no había querido ni comer , ni salir de su habitación  hasta que papá le dijo que o lo hacía o iba a buscar un médico. Esa palabra la trajo adonde pertenecía, que no era sino nuestra casa y nuestra compañía.
-Pero júrame Luca-tenía los ojos ribeteados en negro y rojos, de tanto llorar- que no los veréis más, júramelo- me decía, cogiéndome ambas manos con fuerza- por lo que más quieras.
 Y yo se lo juré, porque lo que más quería…era a ella.
Así que allí escondido tras una columna, sintiéndome el ser más miserable de la tierra, con el Liborio tras de mí, los dos como gorriones perdidos en la tormenta, tomé la decisión más importante de mis diez años y me dirigí adonde estaba Marcos.
 Sus ojos se iluminaron un instante, hasta que vieron el brillo de miedo en los míos.
- Te ha hecho prometer que no nos verías ¿verdad?- adivinó, solo fue verme.
Asentí, tristemente.
-Pues te agradezco que no lo hagas, por ti, por mí, por Susana y por Angustias, pero sobre todo por tu madre,
Levante la mirada rápidamente, porque eso me sorprendía… ¿cómo podía ayudar a mi madre, desobedeciéndola o haciendo algo que ella, me había prohibido expresamente hacer?
 -Ella se siente culpable, hijo- dijo muy lentamente- no lo dice- pero lo hace y eso la está matando por dentro, como antes mató a mi Angustias, de tristeza y de dolor, y a mí, casi de nostalgia por no poder verlo.
 Supe que hablaba de los que no estaban, pero no lo entendía bien. Le dije que debía explicármelo más despacio.
-Tu madre se culpa del accidente, pero nadie tuvo la culpa, ni ella, ni él, mi hijo.- cabeceó lentamente- Son cosas que pasan, malas cosas a buenas personas y que debemos dejarlas abandonadas,  donde está el dolor, pero dejarlas, porque si no… te matan de rabia.
 Entendí lo que me decía, porque mi madre no sonreía, ni abrazaba, sino con miedo,  miedo de perder, lo que tenía, lo que más quería… a nosotros.
Temía, ahora lo sabía . Cuando salíamos en el coche, temblaba y cuando mi hermana se movía en el asiento de atrás, le chillaba histérica  y nunca quería que ningún amigo de ella o mío nos acompañara, ni que fuéramos con sus padres, ni a excursiones, ni a ninguna parte, donde tuviéramos que montarnos en un coche.
 “Quizás por eso, el día de los churros y el encuentro con Angustias y Marcos se había puesto tan nerviosa”- pensé- “quizás por todo eso, junto en su cabeza”.
-Tenemos que trazar un plan para arreglar esto- me dijo Marcos, en plan confidencia y yo puse oídos atentos.
 A Susana le encantó ayudarnos. Echaba de menos a Angustias, le había caído muy bien y estaba deseando volver a verla.
-Pues dice Marcos que si haces…-le dije en confidencia antes de irnos a dormir, sin que mis padres se enterarán.
 Y esa misma noche cuando mis padres estaban con el primer sueño, ese que si se parte te deja hecho una marioneta, Susana empezó a berrear. Yo que estaba enterado de lo que iba a pasar, no oí nada,  porque tenía puestos los tapones que usaba para nadar en la piscina, pero ellos, ¡uf ellos!…
-¿Qué te pasa Susanita?- le decía mi madre, buscándole la frente entre el flequillo revuelto por la almohada, por si tenía fiebre.
 Y ella lloraba a lagrima viva, “uaaaaaauaaaaauuuuu”, tipo berrinche supremo.
-¿Qué te pasa Susanita, cariño?- le decía mi padre, con los ojos hinchados y los pantalones del pijama caídos por debajo del ombligo.
 Y ella persistía, “uaaaaaauuuuuuaaaauuuuuu”, berrinche supremo dos.
 Hasta que dijeron una palabra mágica que Susana entendía muy bien;
 -Quizás debamos llevarla al médico.
 Y entonces ella dijo la palabra en clave que yo le había dicho como contraseña;
- Es que echo mucho de menos a la abuelita.
 -¡¡¡¡¡La madre que me…!!!!- se le escapó a mi padre.
 Mi madre lo miró con cara enfadada y luego arropándola, le dijo a ella, en tono muy frío.
 -Pues tendrás que echarla mucho de menos, porque no la vas a volver a ver.
 Y luego de eso, se marchó importándole unas narices que mi hermana llorara como una posesa.
 -Y dejé de llorar-me dijo al día siguiente- porque como no me hacían caso, pues me aburría mucho.
 La miré deseando haber hecho lo mismo en el colegio, haberla dejado rodeada de madres fisgonas que no se ocupaban de sus niños , pero sí  de los que hacían los demás y haberme ido a mi fila hasta que se le hubiera pasado el berrinche y así no habría tenido problemas con mis padres , ni líos raros de abuelos postizos.
Al día siguiente Marcos me fue a buscar otra vez al colegio y supe que algo pasaba por su cara pálida.
- Angustias está mal. Ha tenido que ser ingresada en el hospital- me asusté y lo vio en mi cara- No , no te preocupes , que saldrá de esta, pero está mal- añadió- Estaba tan ilusionada con tu hermana.
Mi padre decía que yo era un hombre, pero no lo era. Solo tenía diez años, pero aun así decidí enfrentarme a lo que más miedo me daba… perder el cariño de mi madre. Confesé de plano todo lo que había hecho y por qué lo había hecho esa misma tarde , solo llegar mi padre del trabajo.
- Quizás deberíamos pedir una orden de alejamiento sobre ellos para que no molesten más a los niños, porque no me fio- dijo mi padre, que hasta en las peores circunstancias era capaz de pensar en todo.
Yo ya vi el final de la historia, castigado para siempre y escuchando a la enana decir qué que fastidio haberse quedado sin abuelitos. Pero entonces mi madre se volvió a mí y me preguntó:
-¿Por qué lo hiciste, Luca?, porque Susana te chincha muchas veces y no te importa nada- y era verdad- y cuando llora, te vas con tus amigos y santas pascuas- también era verdad.
 Y entonces la miré y lo vio en mis ojos, porque yo también echaba de menos tener abuelos que me llevaran a los partidos de futbol y que, como Marcos, me esperaran en el recreo pegados a la verja del colegio.
-¿Podemos, por favor- les dije armándome de valor- ir a visitarlos al hospital?
 Ya mi padre preparaba la boca, para decir un “no”, cuando mi madre dijo muy lentamente:
- Pero os acompañaremos nosotros.
 Era para ver la cara de asombro de mi padre, mirándola, con la boca abierta.
-Si tú estás de acuerdo, claro, Bergen-añadió, sonriéndole.
 Y Bergen lo que estaba era estupefacto, pasmado y con los ojos como dos soles mirándola a ella, que se fue hasta su habitación, se puso su mejor traje y nos esperó pacientemente hasta que todos estuvimos correctamente vestidos.
Paramos para comprar unas flores y unos pasteles. Paramos para que Susana pudiera coger la muñeca que se le había caído al suelo del coche. Paramos porque mi madre dijo que tenía ganas de respirar un poco de aire y casi no llegamos, porque todos estábamos muy nerviosos, pero sobre todo ella que se veía descompuesta y ansiosa, peleando consigo misma.
A la puerta del hospital ya creíamos que no entraba. Después en el ascensor , pulsó todos los botones y fuimos parando en todas las plantas y al llegar al pasillo que era , se dio la vuelta tres veces y anduvo adelante y atrás , como si fueran un robot descarriado.
Pero solo fue tocar mi padre con los nudillos la puerta y ver las caras de Marcos y Angustias, que chillaban alborozados y contentos al vernos,  que una luz iluminó su cara y un peso se fue de sus hombros y aunque no estuvo muy habladora y solo contesto con sies y noes, estuvo allí . Al salir Marcos la abrazó de improviso, les dio dos sonoros besos y ella se fundió con él en un mar de lágrimas.
 Se llevó llorando mucho tiempo. Primero suavemente como la lluvia de agosto, después arreció como la lluvia de marzo y finalmente se desbordó, como las inundaciones de primavera y otoño, partiendo diques de miedo y volviendo a confiar en que las cosas podían cambiar a mejor.
Susana, mi padre y yo fuimos con ella cada tarde al hospital, para ver como Angustias se levantaba, daba sus primeros pasos y los médicos decían que prometía. Que debía tener cuidado con su corazón, que estaba muy cansado,  pero que prometía. Un día, mi madre contó un gran secreto, justo cuando ya nos íbamos.
- Yo fui la culpable de todo- dijo de sopetón, volviéndose -Me dio un rayo de sol en los ojos y se me fue el volante.
 -No, hija no- se levantó Marcos y la abrazó-No te culpes.
 -No hija, no- la consoló Angustias con sus besos- No te culpes de eso.
-Pero fui yo…la que mató a mis padres-lloraba débilmente, porque ya se le habían secado todas las lágrimas- y la que maté a su hijo.
Ese día, en el hospital, mi hermana y yo aprendimos mucho de nuestra madre. Aprendimos a respetarla aún más y a quererla como lo que era, una luchadora más grande y más fuerte que todos los súper héroes juntos, porque era capaz de levantar la cabeza y decir la verdad, por mucho que le doliera y seguir su camino, por el bien de los suyos.

Cuando el tiempo pasó, Angustias volvió a su casa y le pidió a mi madre ejercer de abuelos con nosotros y  ella asintió, dándole un beso de mariposa.
 Desde aquel día nos llevaban al colegio y nos recogían. Mamá se incorporó a una jornada más larga en su trabajo, así que nos daban de comer en su casa de lunes a viernes y por la tarde nos llevaban a las extraescolares.
Luego, los domingos, nos íbamos al cine con ellos o celebrábamos una comida en el jardín de atrás de casa.
El curso había pasado con rapidez y pensé que me quedaba muy poco para echar de menos ese colegio y esa clase.
Miré un día a mi hermana y la noté mayor, hablando con su amiga Lorena, en la fila de preescolar y pude escuchar -al pasar con Marcos- que decía:
- Mi abuelita es que es guay, me hace todos los días las coletas-mientras miraba por encima de su cabeza, la silueta callada de Angustias que le sonreía con arrobo.
Dejé a Marcos en la zona habilitada para los que llevaban a los niños mayores y le dije” adiós” con la mano levantada. Ya era un hombre y los hombres no hacemos aspavientos, ni damos besos. Subí a la clase y como era el encargado, fui abriendo las tres ventanas que daban al patio, una a una, mientras llegaban todos los compañeros.
Entonces lo vi allí como un rey roto por la fatalidad, aún mirando el sitio por donde me había ido  y les dije a los compañeros, inspirado:
- Tíos… ¿queréis hacer una cosa conmigo?.
Y todos estuvieron de acuerdo.
Nos acercamos a las ventanas y sacamos todos los cabezas, entonces grité “¡¡¡¡¡Marcos, Marcos!!!!! Y él levantó su blanca melena, buscándome en el edificio.
Cuando fijó la vista y supe que había captado su atención,  porque se disponía a saludarme, dije –AHORA!!!!!
 Y los chicos cantaron con toda la fuerza de sus pulmones” el abuelo del Luca como mola, como mola, se merece una ola” y la hicieron, empezando los que estaban en  la ventana más hacia la derecha y terminando por la mía.
 Lo vi sonreír y juraría que se le saltó una lágrima, porque la vi recogerla con la mano derecha.
Fue la última vez que llamé Marcos, a mi abuelo.