URGENTE…SE BUSCAN
ABUELOS
1-UNO
Susana era una pesada, siempre lo había sido.
-Luca,
tengo sueño-decía bostezando, por la noche, delante del televisor.
Y yo tenía que irme a dormir con ella, porque
si no, no había forma de que me dejara tranquilo.
-Luca, que no quiero ir al colegio .
Y yo la tenía que acompañar hasta su clase- de
la mano- quedando delante de mis amigos, como un pringao.
Y un día, dijo:
-
Luca, yo quiero tener abuelos, como Lorena.
Y claro, no tuve más remedio que buscárselos.
Tener
abuelos es fácil. Los encuentras los domingos por la tarde en tu casa, contando
batallitas, o te acercan al colegio si
tus padres no pueden llevarte. Te cuidan cuando ellos trabajan y también te llevan al parque y hasta, si
tienes suerte , te compran chucherías. Pero cuando tu padre es
canadiense y sus padres están viviendo a miles de kilómetros y tu madre tiene
la desgracia de que sus padres fallecieran en un accidente de coche, lo de
tener abuelos se hace una cosa muy difícil.
-Luca
– me decía Susana cuando yo se lo explicaba despacio y tranquilo, como decía mi
madre que debía hablarle-pero es que yo quiero tener abuelos, como Lorena.
“Y
definitivamente”-pensaba yo- “esta niña, cuando algo se le mete en la cabeza, es
inaguantable”.
-
Ya te he dicho que no podemos tener abuelos –volvía yo a la carga, despacio y
sin levantarle la voz- porque los de papá están muy lejos y son muy mayores,
para viajar, solo los vemos cada tres o cuatro años, cuando ahorramos lo
suficiente , ya lo sabes y los de mamá…
-Sí, ya lo sé, ya lo sé- dijo ella, poniendo
los ojos en blanco- … que están muertos y bien muertos- siguió tan tranquila, poniendo
boca de beso y frente arrugada y repitiendo una vez más:
-Pues yo quiero tener abuelos.
-
¡¡¡¡¡Mamá, ya está la niña dando morcilla!!!!!- me chivateé a mi madre a
grandes gritos, para que me dejara tranquilo de una buena vez. Pero no sirvió de
nada, porque me riñó a mí por decir palabrotas. “Morcilla, no lo es” pensé yo, quejándome
para mis adentros, pero ella dijo que sí que lo era y no me levantó el castigo.
-
Pues vaya una faena-renegué, fuera de mí, dándole una patada a una muñeca de la
enana, que hizo que ésta chillara como una rata ahogándose y que mi madre
volviera a castigarme- Ahora tengo que aguantar a la niña-resoplé con fuerza mi
flequillo- y encima castigado por culpa de ella.
Cuando
mi padre volvió del trabajo se lo conté todo, por algo era mi confidente y mi
amigo. Pero no entendió nada, como otras tantas veces, porque yo estaba muy
enfadado y hablaba aturrullándome. Así que me tocó el hombro, diciéndome ;
-Tranquilo,
Luca, que no me entero, despacio y con tranquilidad.
Y despacio y con tranquilidad se le conté todo…
que Susana quería abuelos a toda costa, que ya le había dicho muchas veces que
eso no podía ser, pero que nada, que ella seguía con la misma cantinela.
-Pero
porqué no le das coba-recomendó- Al fin y al cabo, solo es una niña pequeña y tú eres ya todo un
hombre.
Ese
era mi padre. Sabía cómo hacerme inflarme de orgullo, porque con mis casi diez
años cumplidos, solo él y nada más que él, me consideraba todo un hombre.
-Es que es muy pesadita, papá y está todo el día
con lo de los abuelos, como si se pudiesen comprar o encontrar en un mercadillo.
Y mi padre oído aquello salió como una
centella al cuarto trastero, ahora su refugio, con su guitarra y sus álbumes de
fotos y el ordenador, donde ahora mismo tecleaba como un loco.
-¿Qué
pasa?- le dije, habiéndole seguido y viendo como tecleaba como un poseído.
-Que necesitamos un batería en el grupo y
ando por internet buscándolo.
Mi padre tenía un grupo de música que le
daba más quebraderos de cabeza que otra cosa, porque mi madre insistía en que era una
soberana tontería, “a su edad”, eso decía ella, y cuando llegaba un día de
fiesta o un domingo y él se iba con los del grupo, a ensayar al garaje, de uno
de ellos, ella se ponía, según palabras de él, “hecha un basilisco”.
-Ahora el batería nos
ha dejado, pero sé dónde encontrar otro- me decía mientras tecleaba- pondré un
anuncio y él vendrá hasta mí, como por arte de magia.
Si mi padre hubiese tenido una risa de esas de
malo de película, seguramente la idea me habría parecido alucinante, pero como
el hombre estaba allí enfrascado en la pantalla del ordenador, rellenando lo
que parecía un formulario con su teléfono móvil y más cosas, pues me fui con mi
enfado a otra parte y me olvidé de aquello. Pero al día siguiente, Susana
empezó de nuevo, solo fue ver la abuela de Lorena, llevándola al colegio.
-Luca, quiero a mis
abuelos-empezó a llorar en su fila- ¡¡¡¡¡quiero
a mis abuelos!!!!!- lloraba desconsoladamente- y las madres nos rodearon como
si la niña estuviera enferma, para preguntarle, que porqué lloraba a mares y
que qué le pasaba.
-No es nada- decía yo, deseando taparle la
boca.
- ¡¡¡¡No es nada!!!!-
repetía .
Pero ella decía, lágrima viva:
-¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Que no tengo abuelos que me cuenten
cuentos, ni que me lleven al colegio!!!!!!- y terminaba con un “auaaaaaaaaaaaa”,
que duraba medio minuto y que iba creciendo en volumen, de puchero inconsolable.
Como no tenía ganas de que los dos años que me
faltaban por estar en el colegio, hasta pasar al instituto, ella me hiciera esa
misma escenita, un día y otro y otro más, siendo el hazmerreir de mis amigos, que
no podían aguantar la risa y que imitaban a “Susanita”, para regocijo de todos en
el recreo, empecé a pensar qué podría hacer para que la niña tuviera abuelos y
me dejara por fin tranquilo. Pero no se me ocurrió nada…de nada.
-Papá… ¿los abuelos
podrían venir este año, de vacaciones?- le dije a mi padre, esa noche, para ver
si así se le quitaba el mono de abuelos a la niña.
-No hijo, no- me dijo él,
buceando entre los mensajes recibidos en su correo electrónico.
-Son muy mayores- siguió- para viajar tanto. Es
muy cansado y muy costoso, y ya sabes que nosotros tenemos el dinero justo para
irnos de vacaciones, una semanita cerquita de aquí, a una playita tranquila, pero
no para ir a Canadá, ida y vuelta, cuatro personas…
Después, me fui hasta
donde estaba mi madre, que leía, mientras Susana veía la televisión.
- Mami- le dije , metiéndole
la cabeza en el costado-¿ no te quedó nadie , aparte de tus padres, tíos o
primos o…?- pero no me dejó ni terminar, me miró con esos ojos negros, tan
profundos, que también tenía Susana y con tanta tristeza, que me callé en el
acto, porque la escuché decir con amargura:
- Ya sabes que solo os
tengo a vosotros, que aquel accidente de tráfico acabó con mi vida anterior- y
añadió con odio- con toda mi vida.
Como con mama había
visto que no podía hablar de ese tema, me fui a hablar de nuevo con papá que
estaba muy contento porque había tenido muchos mensajes y había uno en especial
que le daba “muy buenas vibraciones”- eso decía él- de encontrar al batería,
que le faltaba a su banda de rock.
- A ver- me dijo, solo
verme aparecer-¿qué haces tú aquí de nuevo?.
-Que le he preguntado a mamá por su familia,
por los abuelos, ya sabes- el cabeceó descontento- y se ha enfadado.
-No se ha enfadado, hijo – me dijo suavemente,
como si las palabras costasen salir-solo es que se pone triste.
-Pero pasó hace mucho tiempo- objeté.
-Pero hay cosas que no se olvidan- me afirmó
él.
Estaba decepcionado. Mi
idea, al cubo de la basura, pero mi padre pensó que el silencio era por otra
cosa, así que decidió contarme el secreto mejor guardado de la familia. Dejó la
pantalla del ordenador, me llamó a su lado y me cogió por ambas manos, para
tenerme muy cerca de él…
-Esto queda entre nosotros, ¿vale Luca?- me dijo
y yo asentí, porque lo que estaba era un poco asustado.
- Hace mucho tiempo
cuando tú no habías nacido…-comenzó.
- Ni Susana- apunté yo.
- No, tampoco ella-admitió
él y siguió mirándome con cara de decir” y como vuelvas a interrumpir, no te
cuento nada más”, por lo que decidí sellarme la boca con cinta invisible.
-…Iba tu madre camino de la facultad, ya sabes
donde estudiaba
-Sí, lo sé- le dije.
-… Y la acompañaban los
abuelos-continúo
- Sus padres- afirmé.
- Sí-dijo él,
añadiendo- Pepito y María-recordé sus caras de una foto en blanco y negro donde
eran muy jóvenes, más que mis padres ahora y que mi madre llevaba siempre en su
cartera- que la querían como el tesoro más preciado que había en su vida, porque
solo la tenían a ella y desde que nació, no hubo nada más que ella.
Asentí entendiéndolo.
-Cuando iban por una
carretera secundaria, un coche que iba de frente hizo ademán de adelantarlos,
invadió su carril y mamá, que conducía, dio un volantazo para no colisionar y
el otro vehículo embistió por detrás, que era donde iban los abuelos.
- Los mató- afirmé
tristemente.
-Si.-asintió él, con
pesar.
- Por eso mama no
conduce aunque nos haga mucha falta- continúe entendiéndolo.
-Por eso- me miró él con los ojos enrojecidos.
-Por eso no habla de
eso-resoplé.
-Porque le duele, porque
se echa la culpa de que ellos no estén y cada día los echa más de menos, según
os vais haciendo mayores.
Definitivamente tenía
que conseguir que Susana dejara de decir cada mañana , que quería a sus
abuelos, porque si no mi madre que hasta ahora había aguantado estoicamente yéndose
de la habitación, diciéndose que era una rabieta de niña tonta y mandándome a
mi calmarla, quizás un día se hartara y no quisiera aguantarnos más y eso sería
terrible.
Debía buscar urgentemente
unos abuelos postizos que conformaran a la niña y nos dejaran vivir tranquilos,
a los demás de su familia, y quizás tenía una idea de cómo hacerlo.
2-DOS
Puse anuncios buscando abuelos,
en el mismo sitio, donde mi padre había encontrado a su batería, solo que
cuando rellené el formulario, dejando los datos del correo de mi padre y su
cuenta, puse en el apartado de texto…”urgente
se buscan abuelos, tienen que ser de buena ley, no valen imitadores, se hará
examen previo para ver si valen, manden currículo”
La verdad es que la
mitad de las cosas que decía las copié de otros anuncios, sin entenderlas bien.
Por ejemplo… lo de buena ley, era de
un anuncio en el que compraban oro y plata, que supuse que también valía para
los abuelos, que debían ser como el oro y la plata, o sea, valiosos y duraderos.
Lo de no valen imitadores y solo queremos
profesionales era de otro anuncio donde se pedían payasos, para fiestas de
cumpleaños, y venía a cuento para los abuelos, porque quería abuelos de verdad
para Susana, no gente que se hiciera pasar por ellos y le partieran el corazón.
Lo del examen previo y el currículo, estaba
copiado de un anuncio donde se pedían camareros. No me pareció mala idea
hacerles un examen y supuse que el
currículo se refería a una marca de coche o algo así, que nos vendría muy bien,
para que a la niña les dieran paseos o la llevaran al cine, en vez de ir en el
autobús.
Lo cierto es que cuando
pulse la tecla de enter, de los brazos me salieron pelos de gallina y me dio miedo,
porque si mis padres se enteraban que andaba por internet, haciendo trastadas, iban a quitarme la paga y
el salir con los amigos, para los restos.
Tuve suerte, hay que
reconocerlo, porque en los días siguientes a poner yo el anuncio, mi padre fue
a un congreso y no pudo coger el ordenador y como llegaba al hotel a las tantas
de la noche y estaba agotado, pues
tampoco miraba el correo que me llegaba a mí y no a él y cuando regresó, después
de una semana, ya tenía yo más de diez parejas de abuelos seleccionados y casi
todos eliminados de nuestra vida.
El
primer día que miré no me llegaron mensajes, pero sí del
batería que había buscado mi padre.
El
segundo día llegaron Marta y Timoteo, que eran de
un barrio cercano y que parecían, por el mensaje, bastante agradables, pero que
tenían cinco nietos ya y a mí no me gustaba mucho la competencia y quería
abuelos exclusivos para Susana, así que los eliminé, dándoles las gracias y
mintiéndoles, diciendo que el puesto ya había sido cubierto, como vi que hacían
en otros anuncios.
El
tercer día llegaron a la bandeja de mensajes, cuatro parejas más
de abuelos y uno viudo que borré inmediatamente, sin darle explicaciones, porque
Susana decía muy claro, “abuelita, para hacerme las coletas”. Mira qué tontería,
porque se las hacia mi madre cada mañana, pero añadía expresamente, “como a
Lorena”, que era su más y mejor amiga desde primero de preescolar. Por lo tanto,
era imprescindible que hubiera una abuela.
Los otros cuatro vivían
muy lejos o eran muy mayores y no me servían, porque lo que quería para la niña
era que fueran jóvenes y le contasen historias y que la llevaran al parque y le
hicieran coletas y estuvieran cerca de nosotros, en nuestra vida.
El
cuarto y quinto día no llegó nada, el sexto mentirosos que buscaban cosas, pero no ser abuelos, sino
vender servicios de guarderías y cosas así… Y por fin, cuando se me acababa la paciencia y sobre todo
el tiempo porque regresaba el dueño de la conexión y el ordenador, llegó Marcos
que decía en su mensaje:”yo también
busco nietos, porque sin ellos, me muero” y eso que a cualquier otra
persona con dos dedos de frente habría puesto en alerta de peligro máximo y
letal, a mi me llegó completamente y decidí darle una cita, porque tenía el
mismo tono de amargura que la voz de mi madre , cuando nosotros pronunciábamos
la palabra “abuelo”.
Sé que no se hace y además
fui con la niña y se lo dije, con lo cual, había cometido todas las faltas que
mis padres advertían que no hiciera jamás de los jamases, a saber:
-“No
hablar con extraños” y aún menos “por internet”. No solo había hablado, y por internet, sino que
además me había citado con Marcos sin conocerlo ni de vista. Podía ser un mafioso
o un loco o un pirado o todas esas cosas juntas y lo que era mucho peor, habíamos
quedado en una cafetería a la que mi padre iba los domingos a comprar churros y
donde conocíamos al dueño que se llamaba Pepe y que siempre me regalaba una
piruleta o un chicle, tocándome la nuca con cariño y llamándome “machote”.
-“No
llevar a la niña”, que era un pegote y que se antojaba de todo
lo que veía en los escaparates y formaba un numerito por nada.
-“No
decirle que quizás íbamos a ver a un abuelo”, porque se puso
a chillar como una fan loca y todo el mundo nos miraba por la calle, porque
decía a grandes gritos…” voy a ver a mi abuelo, voy a ver a mi abuelo”.
Lo cierto es que
llegamos al bar y el dueño estaba dentro, por lo que no nos vio. Me daba tiempo
para otear el horizonte como los piratas y ver si estaba Marcos, que decía
ser-en su mensaje-bajito, de pelo blanco y con barbas.
Inmediatamente a
nosotros entrar, un señor mayor de pelo blanco y calva pronunciada, con barba picuda y chaqueta de lana y pantalón raido, se
dirigió a nosotros y nos dijo, roncamente, afirmando:
-Sois los nietos.
Y en ese mismo momento, Susanita se echó a
llorar y le abrazó, diciendo:
-Por fin he encontrado a mi abuelo.
Cuando vi a la niña abrazándolo,
me eché a temblar… ¿y si era un psicópata como los de las películas? , ¿Y si
era un asesino de niños o un secuestrador y le pedía dinero a papá?, porque no
teníamos, pero él podía no saberlo y se lo dije – de sopetón-para que no
hubiera ninguna duda:
- No tenemos dinero.
Y él me miro y se rio con ganas, dejando ver
unos dientes de oro, como los de los piratas verdaderos.
- Venga- dijo
calmándose- vamos a sentarnos allí, cerca de la ventana y nos tomamos un
chocolate con churros.
Era muy temprano. Había
levantado a Susana, la había vestido y le había dicho a papá que iríamos a comprarle
el periódico, cuando en realidad había quedado con Marcos.
-No tenemos mucho
tiempo, si no regresamos nuestros padres ya saben dónde estamos- le dije con
voz de CSI- y el dueño- que ahora salía de la trastienda- nos conoce y dará parte de usted
con pelos y señales.
El me miró como si fuera de otro planeta y se
volvió a reír con ganas, diciendo;
-A ella le vais a
encantar, ¿qué digo?, le vais a devolver la vida.
3-TRES
“Ella” estaba en el
balcón de una casita muy parecida en tamaño a la nuestra, pero antigua a más no
poder. Nosotros vivíamos a solo tres calles a pie, del bar del señor Pepe, el
de los churros, y ellos a otras tres calles, pero en sentido contrario, del
mismo bar. Era esa
distancia, la de tres calles, la que me había permitido decirle a mi padre que
yo le llevaría el periódico y los churros y la misma que me había convencido
para que fuese a verla a “Ella”.
-Tenéis que venir a verla, ahora mismo. Le
encantara, ya lo veréis- nos había dicho el señor Marcos cuando Susana había
preguntado por “su abuelita”.
Yo negaba insistentemente con la cabeza como
el perrito de detrás de los coches que decía que “sí” sin parar, pero era ignorado
porque Susana gritaba-a toda pastilla –
tirándome de la camiseta…
-¡¡¡ Vámonos, vámonos
ya!!!- dándole una mano a Marcos para que nos llevara al sitio y la otra a mí,
para que no me escapara.
“Eso y encima sin
desayunar”- me dije yo con el estómago haciéndome chiribitas, viendo y sobre todo oliendo, en casa del señor
Pepe, al salir por patas, los churros
enormes recién hechos.
- Ahora mismo os doy de
desayunar en mi casa-dijo eufórico Marcos dándose cuenta de dónde miraba yo y
con qué pena.
Lo de “mi casa” me hizo recordar todas las
veces que mi madre me había advertido de no
ir con extraños, y a su casa menos.
“¡¡¡Luca, repetía con voz chillona, en mi cabeza, que te
pueden hacer mucho daño!!!” Quise soltar a Susana de su mano de un fuerte
tirón y llevármela rápidamente de allí,
pero Marcos me miró con tales ojos de alegría y esperanza, que no pude.
“Démosle una oportunidad” me dijo una parte de
mi cerebro, cuando la otra decía al mismo tiempo “pero… ¿es que eres tonto,
niñato?, ¿qué oportunidad, ni que ocho cuartos?, ¿no ves que te va a secuestrar
y os va a hacer papilla a los dos y sobre todo a Susanita?.
Llegamos de improviso. Ya digo que estaba muy
cerca del bar y muy cerca de nuestra casa Por eso mismo llegamos antes de que
mi cerebro sensato pudiera pensar y coger las riendas del otro, el tonto de las
narices, que en ese mismo momento sonrió, pensando, “pues si es un secuestrador,
tiene como compinche a una mujer muy mayor asomada al balcón con una bata negra”.
“¿Y qué?”- dijo el cerebro cascarrabias – “¿es que los malhechores tienen que
tener todos treinta años y medir uno ochenta?”.
La mujer mayor se
asomaba como si le fuera la vida en ello .No parecía otra cosa que ansiosa y
triste. Muy, muy triste, además de mirarnos como si le diésemos autentico pavor.
- Abre, Angustias , abre-decía
Marcos, enseñándonos como si fuésemos un trofeo o un regalo genial.
“¡La repanocha escarlata!”- pensé –“ahora es cuando nos cogen y nos
secuestran del todo estos dos locos
Me resistí hasta que vi
entrar en el portal recién abierto, a mi hermanas con ansias – decía, la muy
bobona- “de conocer a su abuelita”.
-Susana que nos tenemos
que ir a casa- le decía yo intentando
atraer su atención, para pillarle una mano y llevármela a rastras-que ya sabes
que papá y mamá nos están esperando- y mirándolo a él que no hacía caso más que
a la niña y a la señora, seguía insistiendo- y que saben dónde estamos y lo que
hemos venido a hacer y que llamarán a la policía a la mínima duda.
-¡¡¡¡Abuelita!!!!-
gritó Susana que para eso del melodrama era muy dada, saltando a los brazos de la señora que era
regordeta, llena de pecas, muy blanca y con arruguitas.
-¡¡¡¡¡AHHh, qué guapa
eres!!!!- dijo ella y empezó a estamparle besos en la cara como si fuera una
cosa muy querida.
Marcos lloraba
silenciosamente, como lloran los mayores cuando algo les duele mucho, sin
aspavientos ni ese “buaaaaaaaaa” o “uaaaeeeee” que gastaba Susanita cuando no
le daban lo que quería. Lloraba igual que lloraba mi madre delante del televisor
sin verlo, cuando se acordaba de sus padres y les echaba de menos, como lloraba
yo por ella cada vez que la veía triste y no sabía cómo consolarla.
-Bueno, venga- dijo de
improviso- vamos a desayunar, vístete Angustias- se dirigió a ella que levantó
por fin la vista de Susanita- y llevemos a los niños a dar un paseo.
No me parecía mal entrar en su casa y sobre
todo no podía hacer otra cosa porque Susana ya había corrido tras la señora y
se fue con ella a su dormitorio, volviéndola loca a base de preguntas, que era
su especialidad suprema, además de llorar en barrena.
La casa era oscura y
triste con fotos, por todas partes, en blanco y negro del mismo chaval, pero de
distintos tamaños.
-¿Éste quién es?- le dijo Susana, mirando una de
las fotos en las que sonreía montado en una moto.
-Era mi hijo- dijo Marcos, llevándose el
retrato a la boca y besándolo con dulzura.
-¿Y dónde está
ahora?-volvió a la carga Susana .
El no contestó, solo
apretó el retrato y una lágrima escapó por su mejilla, como con vida propia.
-¿Murió?- dijo Susana que
veía la muerte tan natural como tomarse
una galleta.
-Sí-asintió él, recuperándose- en un accidente
de tráfico.
-Sí, en un horrible accidente de tráfico-
añadió la señora, saliendo de su cuarto con un traje entero en negro y unos
zapatos de tacones.
-Hueles bien y estás muy guapa- le dijo Susana
observándola con detenimiento y escrutándola con los ojos .
-¡¡¡¡Ay, dios!!!! qué regalo me has hecho, Marcos,
qué regalo más bonito- decía mientras picoteaba la cara de Susana de suaves
besos.
Asintió él y yo me mosqueé un poco porque ni
mi hermana que era un latazo, pero que era mi hermana, era un regalo para nadie,
ni yo tampoco. Pero como ya salíamos a la calle no me preocupé demasiado, porque
eso de “regalo” me había sonado a mala cosa, como que ya no saldríamos de allí
y que nos iban a secuestrar o a comer o a algo…
Pero solo era que yo
era tonto y había visto demasiadas películas de gente mala, porque en realidad
nos llevaron a comer churros y nos hinchamos, y eran muy agradables , contaban
anécdotas y eran muy , muy, divertidos. Aguantaron todas las preguntas de Susanita y
eso que eran muchas, del tipo de “¿estáis casados?”, “¿ cuándo os casasteis?”, y todas las contestaron
riéndose y mirándose a los ojos con mucha ternura, hasta que la niña dijo …”¿Y
por qué se murió vuestro hijo si era joven?, ¿es que estaba enfermo?.
Yo quería marcharme. Teníamos que marcharnos, porque ya era tarde y los papás se habrían
levantado y estarían diciendo que por qué tardábamos tanto. Pero ellos habían
insistido en que nos acompañarían y que comprarían los churros de regalo a nuestros padres por haber permitido que los
viéramos, pero al pronunciar Susana esa palabras de …”¿Y por qué se murió
vuestro hijo si era joven?, ¿es que estaba enfermo? . Todo
cambio y el día se hizo noche y la cara de la señora se nubló y solo expresó
dolor muy profundo, rechinándole los dientes al decir;
-No, hija no, que
estaba bien sano e iba a estudiar a la Universidad, solo que me lo mataron
–estalló en lagrimas, balbuceando- para que yo no lo pudiera abrazar más.
Con las lágrimas de la señora(que ni los mimos de
mi hermana conseguían calmarla) no me atrevía a decirles que mis padres no
sabían nada , que esto no era un programa de ayuda a los abuelos solos , ni a los
niños que no tenían abuelos, como les había insinuado en el anuncio, sino que era una idea mía para quitarle el
capricho a mi hermana y que –ahora me daba cuenta- Marcos había aceptado ,
porque Angustias estaba mala y se sentía triste y enferma y no salía ya de casa
y cada vez estaba peor.
El me miró y lo entendí al instante,
viniéndoseme todo a la cabeza. No era un secuestrador , ni un malvado , solo
era un hombre enamorado, porque al parecer , las personas mayores, muy mayores ,
también pueden perder el corazón y regalarlo.
Como no los convencía
para que fuéramos a casa solos, porque eran tres contra uno solo, consciente y
razonable, o sea yo, llegaron hasta nuestra casa que era un unifamiliar con
valla metálica y portero automático.
-¿Cómo se llama tu
padre?- me preguntó Marcos y yo dije;
- Tiene un nombre raro,
porque es canadiense, de padre sueco y madre alemana, pero todo el mundo le
llama Bergen, como suena, Ber-gen.
Él me miró entre
extrañado y divertido, pulsé el timbre del portero automático y espero.
Al instante, sonó la
voz de mi padre, desde el interior, que
preguntaba;
-¿¡¡¡Siiii???, ¿¿¿eres
tu Luca?... que ya era hora.
Respondió Marcos, acercándose al altavoz y pulsándolo;
-Señor Bergen- dijo- traemos mi mujer y yo a los
niños, puede, por favor, abrirnos.
Y no se sintió nada más que la puerta
principal abriéndose y se vio las caras de mis padres tras ella, asustados,
blancos glaciales y saliendo rápidamente a nuestro encuentro.
-¿Ha pasado algo?, ¿algo malo?- preguntaban
asustados mirándonos a uno y a otro y buscándonos por las caras y los cuerpos
heridas o arañazos.
- No, no se preocupen-decía
Marcos- es que han ido a conocernos.
- A conocerlos?????- preguntaron los dos
mirando a la pareja de ancianos como si fueran extraterrestres.
Les hicieron pasar al
salón. Les dejaron sentarse, no muy convencidos y empezaron a contar lo
maravilloso que había sido encontrarse con dos nietos, salidos de la nada y lo
importante que iba a ser esa eventualidad en su vida.
Las caras de mis padres
no podían ser más escépticas, ni incrédulas. De vez en cuando me miraban a mí, que no sabía dónde esconderme y a Susana que
abrazaba a Angustias (como si le fuera la vida en ello) , que la correspondía
con besos apretados y carantoñas.
-Necesitábamos esta
inyección de energía-decía Marcos, mirando a su mujer con arrobo- necesitábamos
unos niños, como la luz del día –repetía
una y otra vez porque en tiempos había
sido profesor de retórica, que no tenía ni idea de lo que era, pero que lo hacía hablar rarito y explicar las
cosas muchos , cuando todos las entendíamos a la primera.
Poco a poco, se fueron
enterando de lo que había pasado. Pero no se tranquilizaron lo más mínimo
porque mi madre seguía ciñéndose la bata de casa de felpa al pecho y los
churros reposaban fríos y aceitosos en la mesa del salón, sin café ni cola cao
donde mojarlos, porque era muy raro encontrarte con dos ancianos en tu casa diciendo que querían ser los abuelos de tus
hijos.
- Bueno, si les parece
bien, nosotros vamos a discutir este tema con los niños- mi padre me miró a mi mientras
hablaba por lo que entendí que me iba a caer una bien gorda- y ya les
llamaremos para ver qué decidimos, porque como comprenderán esto es muy raro.
-Sí, sí ,claro que lo entendemos- dijo Marcos-
pero, por favor, no tarden demasiado que no saben cómo ha cambiado nuestra
vida- miraba a su mujer que entrecerraba los ojos abrazando a la niña- que no
era nada, solo tierra muerta y abandonada, desde que murió nuestro hijo.
Mi madre respingó
cuando escuchó esas palabras y los miró y remiró como si estuviera ante
fantasmas. De pronto chilló como si la maldad más grande de su vida se le viniera encima y la ahogara y dijo ,
gritando a todo pulmón y eso que ella nunca gritaba:
- Son ellos, Bergen,
son ellos… los padres del otro chico- y repetía señalándolos con un dedo
acusador-son ellos, son sus caras y… se derrumbó en el suelo, desmayada.
4- CUATRO
Aquel día se levantó
con mucho sol. Mi madre conducía el coche del abuelo Pepito, porque éste quería
que lo hiciera.
- Venga, niña-le dijo
muy contento- ya tienes el carnet de conducir y seguro que lo haces muy bien y después de
llevarte a la Facultad y dejarte instalada en tu habitación, nosotros nos volveremos la mar de tranquilos.
Mi madre sonreía y su
madre –la abuela María- también sonreía, pero poquito, porque la niña se iba a
la facultad y ella estaba en el fondo muy triste. Pero no se lo decía porque
comprendía que ella tenía su vida y que tenía que ser así.
Mi madre cogió el coche
con suavidad y despacio. Enfiló la carretera y casi cuando estaban llegando a
su destino, otro coche se les vino encima, ella dio un volantazo y el coche se clavó
en el costado de atrás, justo donde iban mis abuelos.
El hijo de Marcos, que
tenía la misma edad de mi madre y que también iba a estudiar a la misma Facultad
se había olvidado un carnet que le hacía falta para presentarse el primer día.
Después de llegar se dio cuenta de que no lo tenía. Se lo dijo a sus padres,
que le miraron sin extrañarse nada porque tenía fama de despistado y cuando les
ofreció que se quedarán esperándolo, porque volvería pronto, ellos dijeron que
lo acompañarían. Dio –entonces-
la vuelta hasta su casa, lo recogió por fin y justo cuando iba a llegar
a su destino, con sus padres en el coche, le dijeron:
-Venga niño, conduce
bien y despacio, te dejamos en la Facultad y después ya nos vamos nosotros tranquilos.
Marcos hijo, sonriendo, enfiló la carretera y encontró de
sopetón con el coche de mi madre, que lo esquivó y se impactó contra el lateral,
matando a mi abuela María en el acto y dejando a mi abuelo Pepito, casi muerto, cosa que ocurrió a los
pocos días en el hospital a donde lo llevaron. También se lo llevaron a él,
pero tapada la cara en la camilla.
En ese hospital se
conocieron mi madre y Marcos y Angustias. Pero hacía al menos quince años de
aquello, por eso cuando se vieron no se reconocieron. Era de mañana. Nos
estaban esperando y no se fijaron demasiado, los unos en los otros. Pero al
decir Marcos que su hijo había muerto , mi madre tuvo un flash y volvió al
hospital, a los largos y blancos pasillos, al olor aséptico. A lo que para ella
–desde entonces-significaba la muerte de sus padres y la imposibilidad de que aunque
fueran sus hijos-a los que más quería sobre la tierra- los que debieran
vacunarse , ir con ellos , a ponerles la inyección.
-No te preocupes,
cariño- le decía siempre mi padre entendiéndolo- que ya me encargo yo.
Mi madre no quiso volver a verlos ni que nos vieran
a nosotros. Marcos lloró desconsoladamente, porque decía que ese día se había producido el
milagro de que Angustias hubiera recuperado la alegría. Angustias lloró mucho
más porque después de ver la luz del sol en los ojos negros de mi hermana, en
su sonrisa y en sus ganas de vivir, volver al cuarto con la foto de su hijo, al
recuerdo doloroso de no sentir nada tras su muerte, de verlo en una camilla
como dormido, pero sabiendo que ya no estaba allí, era demasiado para ella.
Angustias desde aquel día
en que mi madre se desmayó en el salón y mi padre les dijo que se fueran no
volvió a hablar , ni a comer , por mucho que le insistiera Marcos vino a
buscarnos en el recreo a mi hermana y a mí.
5-CINCO
-Tenemos que hacer
algo- musitaba pegado a la reja del colegio.
-¿Quién es ese, que
está pegado a la reja?...parece que busca algo- me había alertado Liberto, que
era avispado como él solo.
Y efectivamente solo darle una ojeada ya vio que era Marcos, solo que un Marcos
viejo y apenado con una mano levantada oteando como pirata desvalido el
horizonte, de un patio donde quería hallar una sola esperanza, con nombre y
apellido y diez años ...a mí.
No sabía si dirigirme a él o hacer como que no
lo había visto , porque mi madre después de lo que pasó en mi casa , no había
querido ni comer , ni salir de su habitación
hasta que papá le dijo que o lo hacía o iba a buscar un médico. Esa
palabra la trajo adonde pertenecía, que no era sino nuestra casa y nuestra
compañía.
-Pero júrame Luca-tenía
los ojos ribeteados en negro y rojos, de tanto llorar- que no los veréis más,
júramelo- me decía, cogiéndome ambas manos con fuerza- por lo que más quieras.
Y yo se lo juré, porque lo que más quería…era a
ella.
Así que allí escondido
tras una columna, sintiéndome el ser más miserable de la tierra, con el Liborio
tras de mí, los dos como gorriones perdidos en la tormenta, tomé la decisión más
importante de mis diez años y me dirigí adonde estaba Marcos.
Sus ojos se iluminaron un instante, hasta que
vieron el brillo de miedo en los míos.
- Te ha hecho prometer
que no nos verías ¿verdad?- adivinó, solo fue verme.
Asentí, tristemente.
-Pues te agradezco que no
lo hagas, por ti, por mí, por Susana y por Angustias, pero sobre todo por tu
madre,
Levante la mirada rápidamente,
porque eso me sorprendía… ¿cómo podía ayudar a mi madre, desobedeciéndola o
haciendo algo que ella, me había prohibido expresamente hacer?
-Ella se siente culpable, hijo- dijo muy lentamente-
no lo dice- pero lo hace y eso la está matando por dentro, como antes mató a mi
Angustias, de tristeza y de dolor, y a mí, casi de nostalgia por no poder verlo.
Supe que hablaba de los que no estaban, pero
no lo entendía bien. Le dije que debía explicármelo más despacio.
-Tu madre se culpa del accidente,
pero nadie tuvo la culpa, ni ella, ni él, mi hijo.- cabeceó lentamente- Son
cosas que pasan, malas cosas a buenas personas y que debemos dejarlas
abandonadas, donde está el dolor, pero dejarlas,
porque si no… te matan de rabia.
Entendí lo que me decía, porque mi madre no sonreía,
ni abrazaba, sino con miedo, miedo de
perder, lo que tenía, lo que más quería… a nosotros.
Temía, ahora lo sabía .
Cuando salíamos en el coche, temblaba y cuando mi hermana se movía en el asiento
de atrás, le chillaba histérica y nunca
quería que ningún amigo de ella o mío nos acompañara, ni que fuéramos con sus padres,
ni a excursiones, ni a ninguna parte, donde tuviéramos que montarnos en un
coche.
“Quizás por eso, el día de los churros y el
encuentro con Angustias y Marcos se había puesto tan nerviosa”- pensé- “quizás
por todo eso, junto en su cabeza”.
-Tenemos que trazar un
plan para arreglar esto- me dijo Marcos, en plan confidencia y yo puse oídos atentos.
A Susana le encantó ayudarnos. Echaba de menos
a Angustias, le había caído muy bien y estaba deseando volver a verla.
-Pues dice Marcos que
si haces…-le dije en confidencia antes de irnos a dormir, sin que mis padres se
enterarán.
Y esa misma noche cuando mis padres estaban
con el primer sueño, ese que si se parte te deja hecho una marioneta, Susana
empezó a berrear. Yo que estaba enterado de lo que iba a pasar, no oí nada, porque tenía puestos los tapones que usaba
para nadar en la piscina, pero ellos, ¡uf ellos!…
-¿Qué te pasa
Susanita?- le decía mi madre, buscándole la frente entre el flequillo revuelto
por la almohada, por si tenía fiebre.
Y ella lloraba a lagrima viva, “uaaaaaauaaaaauuuuu”,
tipo berrinche supremo.
-¿Qué te pasa Susanita,
cariño?- le decía mi padre, con los ojos hinchados y los pantalones del pijama
caídos por debajo del ombligo.
Y ella persistía, “uaaaaaauuuuuuaaaauuuuuu”,
berrinche supremo dos.
Hasta que dijeron una palabra mágica que
Susana entendía muy bien;
-Quizás debamos llevarla al médico.
Y entonces ella dijo la palabra en clave que
yo le había dicho como contraseña;
- Es que echo mucho de
menos a la abuelita.
-¡¡¡¡¡La madre que me…!!!!- se le escapó a mi
padre.
Mi madre lo miró con cara enfadada y luego
arropándola, le dijo a ella, en tono muy frío.
-Pues tendrás que echarla mucho de menos, porque
no la vas a volver a ver.
Y luego de eso, se marchó importándole unas
narices que mi hermana llorara como una posesa.
-Y dejé de llorar-me dijo al día siguiente-
porque como no me hacían caso, pues me aburría mucho.
La miré deseando haber hecho lo mismo en el
colegio, haberla dejado rodeada de madres fisgonas que no se ocupaban de sus
niños , pero sí de los que hacían los
demás y haberme ido a mi fila hasta que se le hubiera pasado el berrinche y así
no habría tenido problemas con mis padres , ni líos raros de abuelos postizos.
Al día siguiente Marcos
me fue a buscar otra vez al colegio y supe que algo pasaba por su cara pálida.
- Angustias está mal. Ha
tenido que ser ingresada en el hospital- me asusté y lo vio en mi cara- No , no
te preocupes , que saldrá de esta, pero está mal- añadió- Estaba tan ilusionada
con tu hermana.
Mi padre decía que yo
era un hombre, pero no lo era. Solo tenía diez años, pero aun así decidí enfrentarme
a lo que más miedo me daba… perder el cariño de mi madre. Confesé de plano todo
lo que había hecho y por qué lo había hecho esa misma tarde , solo llegar mi
padre del trabajo.
- Quizás deberíamos
pedir una orden de alejamiento sobre ellos para que no molesten más a los
niños, porque no me fio- dijo mi padre, que hasta en las peores circunstancias
era capaz de pensar en todo.
Yo ya vi el final de la
historia, castigado para siempre y escuchando a la enana decir qué que fastidio
haberse quedado sin abuelitos. Pero entonces mi madre se volvió a mí y me
preguntó:
-¿Por qué lo hiciste, Luca?,
porque Susana te chincha muchas veces y no te importa nada- y era verdad- y cuando
llora, te vas con tus amigos y santas pascuas- también era verdad.
Y entonces la miré y lo vio en mis ojos,
porque yo también echaba de menos tener abuelos que me llevaran a los partidos
de futbol y que, como Marcos, me esperaran en el recreo pegados a la verja del
colegio.
-¿Podemos, por favor-
les dije armándome de valor- ir a visitarlos al hospital?
Ya mi padre preparaba la boca, para decir un “no”,
cuando mi madre dijo muy lentamente:
- Pero os acompañaremos
nosotros.
Era para ver la cara de asombro de mi padre,
mirándola, con la boca abierta.
-Si tú estás de
acuerdo, claro, Bergen-añadió, sonriéndole.
Y Bergen lo que estaba era estupefacto,
pasmado y con los ojos como dos soles mirándola a ella, que se fue hasta su habitación,
se puso su mejor traje y nos esperó pacientemente hasta que todos estuvimos correctamente
vestidos.
Paramos para comprar
unas flores y unos pasteles. Paramos para que Susana pudiera coger la muñeca
que se le había caído al suelo del coche. Paramos porque mi madre dijo que tenía
ganas de respirar un poco de aire y casi no llegamos, porque todos estábamos
muy nerviosos, pero sobre todo ella que se veía descompuesta y ansiosa,
peleando consigo misma.
A la puerta del hospital
ya creíamos que no entraba. Después en el ascensor , pulsó todos los botones y
fuimos parando en todas las plantas y al llegar al pasillo que era , se dio la
vuelta tres veces y anduvo adelante y atrás , como si fueran un robot
descarriado.
Pero solo fue tocar mi
padre con los nudillos la puerta y ver las caras de Marcos y Angustias, que
chillaban alborozados y contentos al vernos,
que una luz iluminó su cara y un peso se fue de sus hombros y aunque no
estuvo muy habladora y solo contesto con sies y noes, estuvo allí . Al salir Marcos
la abrazó de improviso, les dio dos sonoros besos y ella se fundió con él en un
mar de lágrimas.
Se llevó llorando mucho tiempo. Primero
suavemente como la lluvia de agosto, después arreció como la lluvia de marzo y
finalmente se desbordó, como las inundaciones de primavera y otoño, partiendo
diques de miedo y volviendo a confiar en que las cosas podían cambiar a mejor.
Susana, mi padre y yo
fuimos con ella cada tarde al hospital, para ver como Angustias se levantaba,
daba sus primeros pasos y los médicos decían que prometía. Que debía tener
cuidado con su corazón, que estaba muy cansado, pero que prometía. Un día, mi madre contó un
gran secreto, justo cuando ya nos íbamos.
- Yo fui la culpable de
todo- dijo de sopetón, volviéndose -Me dio un rayo de sol en los ojos y se me
fue el volante.
-No, hija no- se levantó Marcos y la abrazó-No
te culpes.
-No hija, no- la consoló Angustias con sus
besos- No te culpes de eso.
-Pero fui yo…la que
mató a mis padres-lloraba débilmente, porque ya se le habían secado todas las lágrimas-
y la que maté a su hijo.
Ese día, en el hospital,
mi hermana y yo aprendimos mucho de nuestra madre. Aprendimos a respetarla aún
más y a quererla como lo que era, una luchadora más grande y más fuerte que
todos los súper héroes juntos, porque era capaz de levantar la cabeza y decir
la verdad, por mucho que le doliera y seguir su camino, por el bien de los
suyos.
Cuando el tiempo pasó,
Angustias volvió a su casa y le pidió a mi madre ejercer de abuelos con
nosotros y ella asintió, dándole un beso
de mariposa.
Desde aquel día nos llevaban al colegio y nos
recogían. Mamá se incorporó a una jornada más larga en su trabajo, así que nos
daban de comer en su casa de lunes a viernes y por la tarde nos llevaban a las extraescolares.
Luego, los domingos, nos
íbamos al cine con ellos o celebrábamos una comida en el jardín de atrás de
casa.
El curso había pasado
con rapidez y pensé que me quedaba muy poco para echar de menos ese colegio y
esa clase.
Miré un día a mi
hermana y la noté mayor, hablando con su amiga Lorena, en la fila de preescolar
y pude escuchar -al pasar con Marcos- que decía:
- Mi abuelita es que es
guay, me hace todos los días las coletas-mientras miraba por encima de su cabeza,
la silueta callada de Angustias que le sonreía con arrobo.
Dejé a Marcos en la
zona habilitada para los que llevaban a los niños mayores y le dije” adiós” con
la mano levantada. Ya era un hombre y los hombres no hacemos aspavientos, ni
damos besos. Subí a la clase y como era el encargado, fui abriendo las tres
ventanas que daban al patio, una a una, mientras llegaban todos los compañeros.
Entonces lo vi allí
como un rey roto por la fatalidad, aún mirando el sitio por donde me había
ido y les dije a los compañeros,
inspirado:
- Tíos… ¿queréis hacer
una cosa conmigo?.
Y todos estuvieron de acuerdo.
Nos acercamos a las
ventanas y sacamos todos los cabezas, entonces grité “¡¡¡¡¡Marcos, Marcos!!!!! Y
él levantó su blanca melena, buscándome en el edificio.
Cuando fijó la vista y
supe que había captado su atención, porque se disponía a saludarme, dije –AHORA!!!!!
Y los chicos cantaron con toda la fuerza de
sus pulmones” el abuelo del Luca como
mola, como mola, se merece una ola” y la hicieron, empezando los que
estaban en la ventana más hacia la
derecha y terminando por la mía.
Lo vi sonreír y juraría que se le saltó una lágrima,
porque la vi recogerla con la mano derecha.
Fue la última vez que llamé
Marcos, a mi abuelo.