La tarde se
vislumbraba -a través del cristal -azuleada y tranquila. Los nubarrones que en
la mañana habían oscurecido el cielo, habían desaparecido danzando al compás
del viento de levante. Los
árboles vibraban con sus embestidas levantando las ramas y encorvando las cinturas. Las hojas viejas, abandonadas y vencidas,
derrotaban sin encontrar puerto al que acogerse. La
gente paseaba con la tranquilidad que da el tiempo de sobra, deteniéndose en
los escaparates y punteando los pasos en el adoquinado de la avenida.
Los coches,
levantaban la voz de sus bocinas exigiendo el paso o clamando por un semáforo
en verde que no era inmediatamente traspasado. En
“Freehair” la música de fondo competía en avanzadilla con el clamor de los
secadores y la conversación de las clientas. No se podía oír casi nada, aunque
tampoco importaba. No se iba a la peluquería a hablar sino a arreglarse el cabello,
al menos, eso se pretendía.
-Se ha
puesto buena la tarde ¿verdad?
Miró a esos
ojos verdes que la estudiaban detenidamente para contestar cortésmente con un “sí,
menos mal, yo ya creía que llovería”
La de los
ojos verdes le sonrió con dientes perfectos y labios enmarcados en coral, en un
coral tan cobrizo, que deseó ser menos tímida para preguntarle dónde se lo
había comprado. Siguió ojeando la revista, feliz de tener algún rato para si misma.
Pasaba las páginas sin enterarse de nada ,solo caras conocidas sonriéndole amistosamente,
gente que enseñaba sus casas o sus almas en titulares de colores, desprevenidos
besándose a la luz de una farola o manos que se perdían al amparo-eso creían
ellos-de la impunidad.
-Dan mucho
que pensar ¿No es cierto?- sonó a su lado de nuevo la voz gatuna.
La miró de perfil,
extrañada de que hubiera expresado tan bien lo que estaba pensando en ese momento.
-Ji-
resopló, asintiendo aún sin ganas.
-La vida es
extraña casi siempre- continuó su interlocutora, a pesar de su evidente desgana
por seguir con el tema- o es que nosotros nos gusta complicárnosla... A Clara se
le vino inmediatamente a la cabeza la imagen de Juan, de sus ojos negros de
espesas pestañas, su nariz ancha y su frente despejada. Sintió como una punzada
dentro de sus entrañas naciendo ese fuego antiguo que revivía ahora como si
jamás se hubiese apagado.
-Todos
tenemos una historia que contar, lo que pasa es que la mayoría la callamos...-seguía
la voz gatuna en su conversación con el techo de la peluquería.
Clara se
calló que la suya era demasiado humillante para ser jamás contada en una banal
charla de entre turnos de peluquería.
-Señoras, dijo
una de las chicas de bata blanca acercándose a ellas, ¿a quién le toca?
La gatuna
se apresuró a cederle el turno que Clara sabía bien que era suyo, pues cuando
llegó nadie se sentaba en ese sofá de espera al lado de la encristalada puerta más
que ella. También era cierto que antes de que pudiera darse cuenta- de cuándo y
cómo había llegado- ya estaba allí esa mujer bien vestida y mejor maquillada a
la que parecía no hacerle falta ningún
arreglo y menos aún el de sus sedosos y negros cabellos. Pensó
en relajarse en esos minutos -en que manos alquiladas lavarían y peinarían su
rebelde pelo- cerrando los ojos para extender su cabeza hacia atrás al contacto
del agua caliente y la cubeta tras la cual la chica que hasta allí la había
conducido se disponía a empezar su trabajo. Pero antes de que la dicha fuera
lograda la voz gatuna resonó de nuevo a
su lado. El perfume que ya le empezaba a ser familiar se le introdujo
violentamente por sus fosas nasales trayéndole recuerdos que creía tener tan
olvidados como el día de su nacimiento.
-De nuevo juntas.
Bien- sentenció a pocos centímetros de ella.
Su cuerpo
estaba al lado del suyo, los antebrazos casi pegados por la estrechez de las
butacas donde se procedía a los lavados de las cabezas, las piernas cruzadas
para evitar un contacto más íntimo y a su pesar ese aroma, esa frialdad de la desesperanza
tan presente como si la estuviera mamando. El agua fría cubriéndole la cabeza
por entero la llevó a un estado de tranquilidad absoluta sin sentir siquiera la
disculpa de la chica por su error, solo dejándose llevar por esas manos que le
masajeaban sienes y nuca frotando mientras charlaba con la compañera de al lado,
la encargada de atender en esa misma tarea a la gatuna. Las escuchaba parlotear
de las fiestas que se acercaban. Sonreía sin darse cuenta haciéndose participe
de sus ilusiones de jovencitas… -Esos
zapatos, sí, los que te conté ayer, los que le pegan al traje de fiesta, no
esos no, los otros, sí, esos decía una de ellas, ordenando a la otra que se
inclinaba para sacar de abajo de los lavacabezas una caja de cartón que entre
papeles de sedas guardaba los zapatos de Cenicienta.
-Es que es tan guapo que cuando lo veo casi me dan ganas de echarme a
llorar-decía la otra, hablando de su último ligue sin parar por ello de frotar
los cabellos.
-No, eso sí que no, le he dicho que se espere a la noche de fin de año
que entonces será- afirmaba la del cabello de color mostaza-¿Tú crees que
esperará?-le preguntaba aguantando el cabello de Clara fuertemente en su mano
derecha esperando la respuesta de la otra. -Y qué
remedio le queda- le contestó su amiga.
- Pues irse con otra- concluyó tranquila. -
Serás bruja- se rieron ambas con la suavidad del ronroneo de la juventud. Con
sus voces de canción de cuna soñó con Juan y su noviazgo. Lo vio como hacía tanto
que no lo recordaba, fuerte y cabal, atento y soñador buscándola a la puerta
del supermercado donde ella trabajaba. Llevándole flores y bombones de licor de
frutas que sabía cuánto le gustaban, paseando a lomos de su moto vieja tan
libre y rápida como el viento. Estaba casi dormida cuando el grito estalló en
su cerebro. Abrió los ojos rápidamente creyéndose de nuevo en mitad de una
pesadilla, al igual que cuando estaba más tranquila siempre parecía encontrarla
la desgracia de nuevo para cebarse en ella.
-¡QUE TE
PASA¡, !PERO DÍMELO ¡-gritaba a sus espaldas la chica que hasta hace unos
segundos frotaba vigorosamente su cuero cabelludo, mientras escuchaba las
razones por las que su amiga había decidido esperar hasta el fin de año para
acostarse por primera vez con su novio.
-¡MIS
MANOS,MIS MANOS¡-decía la otra chica, la del pelo color mazorca de maíz, con lágrimas
que le corrían por la cara.
Clara pudo
ver como las manos le sangraban, como la chica palidecía a su sola visión, como
los ojos se le nublaban y su cuerpo cedía yéndose contra un suelo que no estaba
allí para recibirla con amor. Corrió cuanto pudo para ayudarla,
apartando de malos modos a su amiga que solo gritaba histérica sobre ella sin
hacer nada, metida entre voces que se interrogaban con curiosidad y manos que
no se prestaban a intervenir. Debió gritar para hacerse escuchar y que así
pidieran una ambulancia, pues no sabía cómo ni por qué la chica presentaba esas
lesiones. Tampoco le daban sus pocas lecciones de auxilios, ni su mucha
experiencia en descalabros para conseguir detener esa gran hemorragia.
Llegaron los de urgencias con prisas de vida y experiencia de pasadas muertes.
La atendieron con presteza aún asombrados, pues nadie supo explicar cómo se
había hecho tales heridas. Se la llevaron aún inconsciente tendida en la camilla,
toda palidez de cera virgen.
-Bueno ya
es hora de que nos terminen de arreglar el pelo, ¿no crees?- Le sonrió la
gatuna relamiéndose a su lado, con su acento de película en blanco y negro.
Clara
sintió en sus huesos la frialdad de las noches que esperó a Juan hasta la
amanecida. Volvió a llorar sus ausencias y sus idas. Le pincharon nuevamente
los celos. Se dolió con las fatigas para llegar a fin de mes, las broncas, las
miradas comprensivas o despreciativas de los vecinos, las escenas en cualquier
parte, el pedir a fiado, el escuchar a su madre el ”yatelodijequeeraunmangasverdebuenoparanada”.
Revivió en ese instante que le pareció de siglos como el enamorado que la
cortejaba todo amor y buenas maneras, el marido fiel y cariñoso de los primeros
años se transformó en un extraño que mentía y traicionaba, un ser abyecto que
solo vivía para engañar y burlarse de todo lo bueno que había hecho nacer en
ella. Pudo recordar doliéndose en cómo tuvo que arrancarse aquel amor malnacido
de las entretelas del alma, cómo lo lloró hasta matarlo ahogándolo en su propia
hiel.
-¿Quiere
que la siga arreglando ,señora?-sintió a su lado una vocecilla compungida que
la hizo retornar a la realidad de unos focos que cegaban, unos murmullos
apresurados, de ganas de saber lo extraño para no acordarse de lo propio, de lo
que nos espera pacientemente mas allá de la puerta acristalada de la entrada de
una peluquería.
-Si, por favor-
contestó con un hilo de voz. Siguió a la chica dócilmente hasta uno de los
sillones forrados en skay rojo brillante para -sentándose en él afirmando los
pies en la peana que salía del mostrador, sellándose a la firmeza del suelo-contemplar
su cara y notarse pálida y asustada como en otros tiempos.
Fue esa
cara de sobra conocida, solo que ahora sin moratones ni cortes, sin hinchazones
ni sangre reseca, la que le trajo al presente la primera bofetada, de izquierda
a derecha, labio partido ,cabeza suelta. La primera paliza por nada, que la
misma nada se converge con la mala suerte para tirarte de cualquier forma en el
suelo de la cocina, medio inconsciente, medio desnuda. Cuántas veces el amor
fue profanado disfrazándose de deseo, cuántas miradas de desprecio, cuánto asco
contenido, cuánta rabia suelta.
-¿Quiere
que le corte y le dé forma a la melena, señora?-la despertó la voz de la chica.
Asintió a
la carilla de niña grande que la miraba desde la luna del espejo, demasiado
preocupada y confusa por todo lo que había pasado para fijarse en aquella
señora que tan pronto había acudido al lado de Cristina.
”La pobre
Cristina que la semana que viene iba a ocupar el puesto de Pilar que se iba de
viaje de novios. Qué suerte la de ella, y qué mala suerte la de Cristina ahora
que lo tenía tan cerca y con ese novio tan guapo que venía a recogerla todas
las noches, pasarle esto. Alguien tendría que decírselo a él, ¿por qué no
ella?”
-Perdóneme
un momento señora, que ahora mismo vuelvo- le dijo con esa vocecita de niña
buena.
-Esta va a
ponerse a la cola- sonó a su lado la voz gatuna.
Estaba
nuevamente allí, estaba vez a medio metro a la derecha entronada en un
silloncito idéntico al suyo, frente a un mostrador y una luna que reproducían
su imagen con duplicidad perfecta.
No había
reparado en ella desde el accidente de la chica, aunque mirándola detenidamente
le seguía pareciendo una señorona de esas que cuando van por la calle todo el
mundo se para a observarlas por el buen porte y la distinción que gastan. No
tiene nada que ver con la ropa que lucen sino con el estilo con el que nacieron.
Incluso con el cabello suelto y mojado seguía siendo hermosa con sus ojos
verdes ennegrecidos por el lápiz y aumentados por las sombras grises, los
labios en forma de corazón perfecto como las muñecas de los dibujos animados y
el mentón afilado y decidido como el filo de un puñal.
-¿Me decía?-le
preguntó no enterándose de lo que la mujer le había comentado.
-Que parece
feliz, como si le hubiera tocado la lotería- dijo la gatuna entrecerrando los
ojos.
-Pues ha acertado-
confesó Clara- porque después de mucho tiempo parece que las cosas me empiezan
a salir bien.
-Un nuevo amor,
sin duda- aseguró la gatuna.
-Todo lo
contrario uno muy viejo- le confió Clara riendo como una jovencita.
La mujer se
llevó las manos a la cabeza como si una improvisada jaqueca hubiera venido a
enturbiar su sonrisa perfecta y la luz de sus ojos.
-¿Se
encuentra mal?-le preguntó presta Clara, con un susurro de voz.
-No que va,
es solo un malestar pasajero, enseguida se pasa- le contestó mirándola con sus
ojos verdes relamidos como un gato ante un ratón.
-Te gusta
preocuparte por los demás, verdad, y eso te hace ser una victima, lo sabes,
verdad- afirmó como preguntando.
Clara no
sabía que responder a aquello pues sus buenas maneras y su poca paciencia estaban
a punto de quebrar. Antes de ello ,imponiéndose a todo, renacieron del olvido
las muchas veces que Juan la sonsacó y persiguió con sus excusas y
lamentaciones; Las paces a medias seguidas de las grandes broncas, el “no lo
haré más te lo prometo, que voy a ser para ti el marido que tú te mereces “como
intermedio entre una y otra infidelidad, entre una mentira y un embuste; Las
noches interminables de esperarlo levantada sin poder dormir, para verlo llegar
de amanecida borracho y sin dinero. Después siguieron tras la separación y el
“hasta aquí llegamos Juan, que no puedo vivir así que no soy ni persona”,
cogidos de la mano a los muchos días huyendo de él, de sus pasos de muerte que
la perseguían para acabar con ella. “Tú eres mía, solo mía, ¿aún no te has dado
cuenta?”.
-¿Se lo
escalono y peino liso, señora?-la devolvió a la realidad la voz de la joven
peluquera.
Miró de
nuevo y esta vez vio la cara de niña grande, que la estudiaba pensando que
seguramente esa señora tan delgada y nerviosa había tomado algo antes de entrar
alli, desconfiando de ella a pesar de haber ayudado a su amiga.
-Si por favor-
contestó, intentando aparentar tranquilidad.
“No voy a
pensar más en él. Está muerto, muerto en mi vida y en mi corazón. No es ni
siquiera recuerdo”- le prometió mentalmente al espejo que le devolvió sus ojos
asustados y sus labios temblorosos. Más allá, a la derecha, la sonrisa gatuna
de complicidad que parecía reírse de sus buenos propósitos.
Mientras
las tijeras y las manos expertas hablaban a su cabeza pensó que no se dejaría
influir por nada, ahora tenía a su lado un buen hombre que la amaba y
comprendía. Había sabido buscarse un trabajo y hacerse respetar en él. La vida
le sonreía. Por qué iba a amargarse con las cosas pasadas. ¿No era cien veces
mejor dejarse adormecer mentalmente por el sonido de fondo de los secadores,
sintiendo su cabello acariciado por expertas manos, las puntas segadas por el
filo de la tijera, adormeciéndola, las puntas cegando la vida de la rebeldía,
cris cras, otra menos, así mejor cortadas ,cris cras...cortadas ...?
-¡TE
CORTARÉ EN DOS Y DESPUES TE DARÉ DE COMER A LOS PERROS!
De un salto
se levantó, quedando reflejada en la luna del espejo su palidez y miedo. La voz
le había sonado tan cerca. El filo del
cuchillo brillaba ya tan pegado a su cuello que se tuvo que morder los labios
hasta hacerse sangre para entrar en razón y comprender que solo había sido una vieja
pesadilla que retornaba. Voces malas, perdidas en el tiempo, que se niegan a
morir en el recuerdo y que nos atormentan en vida.
“Hay cosas malas por ahí sueltas, mi niña”- le había dicho su abuela. Pero
ella, intrépida y atrevida, jurando no tenerle nunca miedo a nada ni a nadie,
se había reído con esos” cuentos de vieja”. Ahora intentando sobreponerse,
mirando fija al espejo para no ver las caras que la espiaban desde todos los
ángulos con la carne de gallina a pesar de la calefacción.
-¿Se
encuentra mal, señora, le he hecho algo sin querer?-le preguntó asustada la
joven peluquera.
-Nada,
nada, perdóname, y por favor termina cuanto antes.
Cuando la
chica continuó- dando por terminado el corte y tomando el secador para darle
definitiva forma a su melena- se obligó a pensar en Matías, en lo bueno y
comprensivo que había sido con ella. Ya desde niños, después de muchachillos y
más tarde, al saber como Juan la perseguía por todos lados tras la separación.
”Yo te mato
“le había jurado el que ya no era su marido, “yo te mato como te vea con otro,
que tú eres mía, mía nada más”. Pero ella le había hecho frente. Había echado
para adelante como le enseñaron sus mayores. Había levantado la cabeza y juró
por su vida que nadie más que muerta se la haría bajar.
-Eres una
mujer valiente- le dijo Matias, al volver a saber de ella y de sus cosas.
-Solo soy
una más- le contestó ella entre azorada y molesta.
-Bueno en
todo caso, una más de las mejores para mí.
Ella se rió
como hacía tiempo que no lo había hecho porque tenía demasiadas ganas de reírse
y ser feliz, de olvidarse de que un perro de presa humano seguía tras sus pasos
un rastro de sangre aún no derramada, de ser una chica más de su edad y no una
vieja temerosa de todo y todos, siempre huyendo asustada de hablar y pensar por
sí misma.
Él le ayudó
mucho. No con cosas, ni con acciones sino estando allí a su lado, esperando a
que ella se recuperase de su herida lentamente, sin empujar al tiempo. Pero la
que más la ayudó fue Clara, esa mujer que llevaba dentro de ella y que quería
ser libre a toda costa aún de su propia vida.
Clara, la
valiente, la decidida, la que Juan intentó matar con sus gritos y rabias, con
la fuerza de sus puños y la rotundidad de sus imposiciones.
“No tú no trabajas fuera de casa”, “Qué dices que vas a ir a dónde “- la
impulsó a dejar atrás todo lo que siempre había creído desear, un piso a medio
pagar, sus muebles, su marido, su vida, para encontrar su propio camino, un
sendero que la guiara de nuevo a la felicidad.
-Pero la
vida no es facil, ¿verdad? - le interrumpió el curso de sus pensamientos la voz
gatuna.
La miró fijamente,
casi con descaro, percibiendo la soberbia que se perdía en sus ojos, la
rotundidad de sus labios ahora tan cerrados que en vez de coral parecían rojo
sangre. Supo con la misma certeza que un día moriría que él estaba cerca.
Juraría sobre la tumba de sus padres que solo pensarlo la vio sonreir, que sus
labios se abrieron como los pétalos de una flor para asomar dientes negros tan podridos
que el hedor cerca de ella debería ser insoportable.
-Ya he terminado,
señora, ¿le gusta cómo le ha quedado?- le preguntó la peluquera ahuecando su
cabello con las manos.
Asintió de
cualquier forma, intentando componer una sonrisa que quedó en mueca.
Ni siquiera
la miró cuando le quitaba la bata blanca que la protegía de su propio cabello,
sino que la siguió como un zombi espiando de reojo a la gatuna que fumaba a
pesar de la prohibición, expeliendo el humo con evidente placer.
Pagó sin
enterarse de lo que le cobraban más preocupada por llegar a casa de una vez,
cuando tras la cristalera -que formaba la puerta justo detrás de la foto de una
chica con una melena al viento- vio pasar una sombra fugaz con ojos de loco y
manos afiladas en cuchillas. Supo que él la buscaba, porque el monstruo estaba
suelto.
“Estaba en
la cárcel, estaba en la cárcel”-se repetía dejando correr sus lágrimas
libremente como un cauce seco que de pronto vuelve a recuperar el curso normal
de la agonía.”Estaba en la cárcel y me juraron que me avisarían si salía”- se
volvía a repetir mentalmente, parada como un armatoste en mitad de la salida de
la peluquería sin dejar entrar ni salir a nadie, observada por todos en aquella
entradita de casita de muñecas que conducía al salón de la peluquería.
-¿Le pasa algo,
señora?-le preguntó la cajera saliendo de su mesita armada con ordenador y
Caja para
ayudar a esta clienta tan pálida y asustada.
Gritó con
todas sus fuerzas cuando le vio entrar. Creyó en su nerviosismo que la puerta-
al menos para sus ojos borrosos por las lágrimas- se abría lentamente como en
una moviola. Pudo observar con claridad la mano derecha que siempre usaba él
para los guantazos llevando medio escondido un cuchillo de buen filo que a
pesar de sus llantos y protestas, “no Juan, no, por favor, no” fue a parar en
la espalda de la cajera, obstáculo primero que encontró el hombre para llegar a
su presa.
El anciano
que esperaba a que saliera su mujer y la chica adolescente que leía una revista
mientras llegaba su turno para entrar, se levantaron asustados sin saber muy
bien qué hacer. Soltaron la revista y las llaves del coche con las que se
entretenían pensando en cómo podrían salvar sus pellejos, sin poder dejar al
mismo tiempo de mirar a la cajera que con la cara contraída por el dolor
gritaba.
La propia sangre derramada
asusta más que cualquier otra cosa, como un animal herido de muerte.
-Y ahora te
toca a ti, perra-la señaló con los ojos aún más desorbitados y ausentes que
nunca.
Huyó hacia
dentro de la peluquería como la rata asustada en que la había convertido él.
-¡Llamen a
la policia, que venga la policía!- gritaba en su loca carrera.
Todo el
mundo parecía ralentizado, absurdamente parado, ante aquella mujer con sangre
de otra en las manos que pedía ayuda.
-¿Pero qué
pasa aquí...?-salió al encuentro la jefa de peluquería, atrapándola del
antebrazo con intención de frenar su carrera.
Ella
intentaba desesperadamente zafarse, demasiado asustada para gritar otra cosa
que no fuera,”ayudenme, por favor, ayúdenme”
Nadie
parecía reparar en ese hombre loco que cruzaba el salón, en esa fiera rabiosa
que ahora campaba de cacería. Solo ella lo vio acercarse y gritó con todas sus
fuerzas:
-¡LLAMEN A
LA POLICIA!
Cuando le
dio la primera puñalada todo el mundo echó a correr. Los sillones, los
lavacabezas, los secadores y las lunas de los espejos quedaron solos reflejando
su impotencia ante él.
Solo
ella-la gatuna- siguió allí observándolo todo con naturalidad, cómo si se
tratara de un fotograma más de una película, como si ella fuera un insecto
expuesto ante la veracidad de un microscopio sin sonreír ni fruncir los labios
con apasionamiento, sino únicamente mirando como un profesional con total
imparcialidad.
Mientras
Clara se defendía poniendo las manos ante el cuello y la cara, recibiendo
cortes que la desangraban y debilitaban, la joven Clara, la valiente, la decidida,
cogió un secador abandonado y le atizó en la sien con él haciendo brotar el
color de su sangre naciendo en la boca del hombre un nuevo insultó para ella:
-Te mataré,
puta.
La joven
Clara se rió con ganas y la gatuna y el hombre, como en un dueto improvisado la
miraron asustados.
-Ya no me
das miedo, cabrón, porque voy a acabar contigo. Te mataré cabrón, acabaré contigo-
gritaba la joven Clara por sus labios.
Ella lo
veía todo… Las caras de los pocos que aún quedaban allí asustados y sin intervenir,
meditando entre su miedo y la cobardía de ver morir a una mujer sin hacer nada
por impedirlo; Los gritos de algunos llamando para pedir ayuda; Las carreras
para salir, los empujones y sobre todo el miedo que ella no sentía ya pero que
veía reflejado en todo, hasta en la cara del hombre que la atacaba.
Entonces lo
supo luchando con él por su vida. Intentando defenderse para que no la matara
lo supo. Solo la temía. No era desprecio, ni maldad. No eran celos, ni locura
como ella había creído, sino que desde siempre solo había miedo en él a que lo
abandonara si veía más del mundo, a que lo superase si trabajaba o estudiaba, a que fuera persona sin él y llegara un día en
que no lo necesitara. Quiso decirle que solo él la había obligado a
abandonarlo, solo su miedo y bajeza, pero sabía que como tantas otras veces él
no la escucharía y siguió luchando.
Cayó al suelo
recibiendo patadas en los pechos que la asfixiaron. En los riñones al intentar
voltearse, privándola de la respiración. Las botas del hombre casi hacen que
perdiera el sentido al hundirse en sus costillas.
Ya se
sentía perdida del todo porque la voz de la joven Clara y sus ganas de vivir se
habían apagado al ritmo de la sangre que enrojecía el suelo, cuando escuchó a
su espalda:
-¡Detengase,
Policia, Alto o disparo!
La voz le
sonó a gloria. Elevó los ojos impulsando a su cabeza toda la poca fuerza que atesoraba.
Se vio cubierta de sangre y lo vio a él, al hombre con el que se había casado
con ojos de loco asustado y muerto de miedo.
El cuchillo
temblaba en su mano, roja de la sangre ajena. Ya no se izaba como un mástil al
viento en contra de ella, sino que se apoyaba suavemente en su propia garganta,
cuando gangoseó confusamente;
-Si te
acercas me mato, lo juró por mis muertos.
-Acérquese
a ella y es hombre muerto- le contestó el policía tajante, apuntandole con su pistola-¿Me
ha oído?, de un solo paso hacia ella y es hombre muerto...
El asintió
soltando el cuchillo como si quemara, hincandose de rodillas, llorando e
implorando:
-Yo no
quería hacerlo, ella me obligó, yo no quería hacerlo...
Los
policías le rodearon y esposaron, atendiéndola a ella rápidamente. Llegaron más
pasos que se convirtieron en sombras porque sus sentidos se abotagaron y su mente
se marchó a otra dimensión donde nacen los sueños. Vagó por allí perdida y
confusa viendo la ambulancia correr hacia su salvación.
No podía
recordar nada de ese tránsito más que le parecía flotar cuando escuchó la voz
de Matías a su lado, ya en la habitación del hospital, acariciando suavemente
su mano, llena de tubos y vendajes:
-Mi chica valiente,
no te puedes dejar vencer, joder.
Le sintió
llorar quebrándose el alma. Supo que su lugar aún estaba allí,
al lado de él.
-Matías...-consiguió
con esfuerzo musitar, levemente.
Y él se
inclinó sobre ella, con lágrimas en los ojos y una sonrisa de sol naciente.
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