viernes, 6 de abril de 2018

CLARA Y OSCURO FINALISTA DE PREMIO CAROLINA PLANELLS VIOLENCIA DE GÉNERO


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La tarde se vislumbraba -a través del cristal -azuleada y tranquila. Los nubarrones que en la mañana habían oscurecido el cielo, habían desaparecido danzando al compás del viento de levante.                                                 Los árboles vibraban con sus embestidas levantando las ramas y encorvando las cinturas.                                      Las hojas viejas, abandonadas y vencidas, derrotaban sin encontrar puerto al que acogerse.                                          La gente paseaba con la tranquilidad que da el tiempo de sobra, deteniéndose en los escaparates y punteando los pasos en el adoquinado de la avenida.
Los coches, levantaban la voz de sus bocinas exigiendo el paso o clamando por un semáforo en verde que no era inmediatamente traspasado.                                                                                                                       En “Freehair” la música de fondo competía en avanzadilla con el clamor de los secadores y la conversación de las clientas. No se podía oír casi nada, aunque tampoco importaba. No se iba a la peluquería a hablar sino a arreglarse el cabello, al menos, eso se pretendía.
-Se ha puesto buena la tarde ¿verdad?
Miró a esos ojos verdes que la estudiaban detenidamente para contestar cortésmente con un “sí, menos mal, yo ya creía que llovería”
La de los ojos verdes le sonrió con dientes perfectos y labios enmarcados en coral, en un coral tan cobrizo, que deseó ser menos tímida para preguntarle dónde se lo había comprado. Siguió ojeando la revista, feliz de tener algún rato para si misma. Pasaba las páginas sin enterarse de nada ,solo caras conocidas sonriéndole amistosamente, gente que enseñaba sus casas o sus almas en titulares de colores, desprevenidos besándose a la luz de una farola o manos que se perdían al amparo-eso creían ellos-de la impunidad.
-Dan mucho que pensar ¿No es cierto?- sonó a su lado de nuevo la voz gatuna.
La miró de perfil, extrañada de que hubiera expresado tan bien lo que estaba pensando en ese momento.
-Ji- resopló, asintiendo aún sin ganas.
-La vida es extraña casi siempre- continuó su interlocutora, a pesar de su evidente desgana por seguir con el tema- o es que nosotros nos gusta complicárnosla... A Clara se le vino inmediatamente a la cabeza la imagen de Juan, de sus ojos negros de espesas pestañas, su nariz ancha y su frente despejada. Sintió como una punzada dentro de sus entrañas naciendo ese fuego antiguo que revivía ahora como si jamás se hubiese apagado.
-Todos tenemos una historia que contar, lo que pasa es que la mayoría la callamos...-seguía la voz gatuna en su conversación con el techo de la peluquería.
Clara se calló que la suya era demasiado humillante para ser jamás contada en una banal charla de entre turnos de peluquería.
-Señoras, dijo una de las chicas de bata blanca acercándose a ellas, ¿a quién le toca?
La gatuna se apresuró a cederle el turno que Clara sabía bien que era suyo, pues cuando llegó nadie se sentaba en ese sofá de espera al lado de la encristalada puerta más que ella. También era cierto que antes de que pudiera darse cuenta- de cuándo y cómo había llegado- ya estaba allí esa mujer bien vestida y mejor maquillada a la que parecía  no hacerle falta ningún arreglo y menos aún el de sus sedosos y negros cabellos.                                                                                                                                                             Pensó en relajarse en esos minutos -en que manos alquiladas lavarían y peinarían su rebelde pelo- cerrando los ojos para extender su cabeza hacia atrás al contacto del agua caliente y la cubeta tras la cual la chica que hasta allí la había conducido se disponía a empezar su trabajo. Pero antes de que la dicha fuera lograda la voz gatuna  resonó de nuevo a su lado. El perfume que ya le empezaba a ser familiar se le introdujo violentamente por sus fosas nasales trayéndole recuerdos que creía tener tan olvidados como el día de su nacimiento.
-De nuevo juntas. Bien- sentenció a pocos centímetros de ella.
Su cuerpo estaba al lado del suyo, los antebrazos casi pegados por la estrechez de las butacas donde se procedía a los lavados de las cabezas, las piernas cruzadas para evitar un contacto más íntimo y a su pesar ese aroma, esa frialdad de la desesperanza tan presente como si la estuviera mamando. El agua fría cubriéndole la cabeza por entero la llevó a un estado de tranquilidad absoluta sin sentir siquiera la disculpa de la chica por su error, solo dejándose llevar por esas manos que le masajeaban sienes y nuca frotando mientras charlaba con la compañera de al lado, la encargada de atender en esa misma tarea a la gatuna. Las escuchaba parlotear de las fiestas que se acercaban. Sonreía sin darse cuenta haciéndose participe de sus ilusiones de jovencitas…                                                                                                                             -Esos zapatos, sí, los que te conté ayer, los que le pegan al traje de fiesta, no esos no, los otros, sí, esos decía una de ellas, ordenando a la otra que se inclinaba para sacar de abajo de los lavacabezas una caja de cartón que entre papeles de sedas guardaba los zapatos de Cenicienta.                                                                         -Es que es tan guapo que cuando lo veo casi me dan ganas de echarme a llorar-decía la otra, hablando de su último ligue sin parar por ello de frotar los cabellos.                                                                                              -No, eso sí que no, le he dicho que se espere a la noche de fin de año que entonces será- afirmaba la del cabello de color mostaza-¿Tú crees que esperará?-le preguntaba aguantando el cabello de Clara fuertemente en su mano derecha esperando la respuesta de la otra.                                                                       -Y qué remedio le queda- le contestó su amiga.                                                                                                            - Pues irse con otra- concluyó tranquila.                                                                                                                          - Serás bruja- se rieron ambas con la suavidad del ronroneo de la juventud. Con sus voces de canción de cuna soñó con Juan y su noviazgo. Lo vio como hacía tanto que no lo recordaba, fuerte y cabal, atento y soñador buscándola a la puerta del supermercado donde ella trabajaba. Llevándole flores y bombones de licor de frutas que sabía cuánto le gustaban, paseando a lomos de su moto vieja tan libre y rápida como el viento. Estaba casi dormida cuando el grito estalló en su cerebro. Abrió los ojos rápidamente creyéndose de nuevo en mitad de una pesadilla, al igual que cuando estaba más tranquila siempre parecía encontrarla la desgracia de nuevo para cebarse en ella.
-¡QUE TE PASA¡, !PERO DÍMELO ¡-gritaba a sus espaldas la chica que hasta hace unos segundos frotaba vigorosamente su cuero cabelludo, mientras escuchaba las razones por las que su amiga había decidido esperar hasta el fin de año para acostarse por primera vez con su novio.
-¡MIS MANOS,MIS MANOS¡-decía la otra chica, la del pelo color mazorca de maíz, con lágrimas que le corrían por la cara.
Clara pudo ver como las manos le sangraban, como la chica palidecía a su sola visión, como los ojos se le nublaban y su cuerpo cedía yéndose contra un suelo que no estaba allí para recibirla con amor.                        Corrió cuanto pudo para ayudarla, apartando de malos modos a su amiga que solo gritaba histérica sobre ella sin hacer nada, metida entre voces que se interrogaban con curiosidad y manos que no se prestaban a intervenir. Debió gritar para hacerse escuchar y que así pidieran una ambulancia, pues no sabía cómo ni por qué la chica presentaba esas lesiones. Tampoco le daban sus pocas lecciones de auxilios, ni su mucha experiencia en descalabros para conseguir detener esa gran  hemorragia.                                                               Llegaron los de urgencias con prisas de vida y experiencia de pasadas muertes. La atendieron con presteza aún asombrados, pues nadie supo explicar cómo se había hecho tales heridas. Se la llevaron aún inconsciente tendida en la camilla, toda palidez de cera virgen.
-Bueno ya es hora de que nos terminen de arreglar el pelo, ¿no crees?- Le sonrió la gatuna relamiéndose a su lado, con su acento de película en blanco y negro.
Clara sintió en sus huesos la frialdad de las noches que esperó a Juan hasta la amanecida. Volvió a llorar sus ausencias y sus idas. Le pincharon nuevamente los celos. Se dolió con las fatigas para llegar a fin de mes, las broncas, las miradas comprensivas o despreciativas de los vecinos, las escenas en cualquier parte, el pedir a fiado, el escuchar a su madre el ”yatelodijequeeraunmangasverdebuenoparanada”. Revivió en ese instante que le pareció de siglos como el enamorado que la cortejaba todo amor y buenas maneras, el marido fiel y cariñoso de los primeros años se transformó en un extraño que mentía y traicionaba, un ser abyecto que solo vivía para engañar y burlarse de todo lo bueno que había hecho nacer en ella. Pudo recordar doliéndose en cómo tuvo que arrancarse aquel amor malnacido de las entretelas del alma, cómo lo lloró hasta matarlo ahogándolo en su propia hiel.
-¿Quiere que la siga arreglando ,señora?-sintió a su lado una vocecilla compungida que la hizo retornar a la realidad de unos focos que cegaban, unos murmullos apresurados, de ganas de saber lo extraño para no acordarse de lo propio, de lo que nos espera pacientemente mas allá de la puerta acristalada de la entrada de una peluquería.
-Si, por favor- contestó con un hilo de voz. Siguió a la chica dócilmente hasta uno de los sillones forrados en skay rojo brillante para -sentándose en él afirmando los pies en la peana que salía del mostrador, sellándose a la firmeza del suelo-contemplar su cara y notarse pálida y asustada como en otros tiempos.
Fue esa cara de sobra conocida, solo que ahora sin moratones ni cortes, sin hinchazones ni sangre reseca, la que le trajo al presente la primera bofetada, de izquierda a derecha, labio partido ,cabeza suelta. La primera paliza por nada, que la misma nada se converge con la mala suerte para tirarte de cualquier forma en el suelo de la cocina, medio inconsciente, medio desnuda. Cuántas veces el amor fue profanado disfrazándose de deseo, cuántas miradas de desprecio, cuánto asco contenido, cuánta rabia suelta.
-¿Quiere que le corte y le dé forma a la melena, señora?-la despertó la voz de la chica.
Asintió a la carilla de niña grande que la miraba desde la luna del espejo, demasiado preocupada y confusa por todo lo que había pasado para fijarse en aquella señora que tan pronto había acudido al lado de Cristina.
”La pobre Cristina que la semana que viene iba a ocupar el puesto de Pilar que se iba de viaje de novios. Qué suerte la de ella, y qué mala suerte la de Cristina ahora que lo tenía tan cerca y con ese novio tan guapo que venía a recogerla todas las noches, pasarle esto. Alguien tendría que decírselo a él, ¿por qué no ella?”
-Perdóneme un momento señora, que ahora mismo vuelvo- le dijo con esa vocecita de niña buena.
-Esta va a ponerse a la cola- sonó a su lado la voz gatuna.
Estaba nuevamente allí, estaba vez a medio metro a la derecha entronada en un silloncito idéntico al suyo, frente a un mostrador y una luna que reproducían su imagen con duplicidad perfecta.
No había reparado en ella desde el accidente de la chica, aunque mirándola detenidamente le seguía pareciendo una señorona de esas que cuando van por la calle todo el mundo se para a observarlas por el buen porte y la distinción que gastan. No tiene nada que ver con la ropa que lucen sino con el estilo con el que nacieron. Incluso con el cabello suelto y mojado seguía siendo hermosa con sus ojos verdes ennegrecidos por el lápiz y aumentados por las sombras grises, los labios en forma de corazón perfecto como las muñecas de los dibujos animados y el mentón afilado y decidido como el filo de un puñal.
-¿Me decía?-le preguntó no enterándose de lo que la mujer le había comentado.
-Que parece feliz, como si le hubiera tocado la lotería- dijo la gatuna entrecerrando los ojos.
-Pues ha acertado- confesó Clara- porque después de mucho tiempo parece que las cosas me empiezan a salir bien.
-Un nuevo amor, sin duda- aseguró la gatuna.
-Todo lo contrario uno muy viejo- le confió Clara riendo como una jovencita.
La mujer se llevó las manos a la cabeza como si una improvisada jaqueca hubiera venido a enturbiar su sonrisa perfecta y la luz de sus ojos.  
-¿Se encuentra mal?-le preguntó presta Clara, con un susurro de voz.
-No que va, es solo un malestar pasajero, enseguida se pasa- le contestó mirándola con sus ojos verdes relamidos como un gato ante un ratón.
-Te gusta preocuparte por los demás, verdad, y eso te hace ser una victima, lo sabes, verdad- afirmó como preguntando.
Clara no sabía que responder a aquello pues sus buenas maneras y su poca paciencia estaban a punto de quebrar. Antes de ello ,imponiéndose a todo, renacieron del olvido las muchas veces que Juan la sonsacó y persiguió con sus excusas y lamentaciones; Las paces a medias seguidas de las grandes broncas, el “no lo haré más te lo prometo, que voy a ser para ti el marido que tú te mereces “como intermedio entre una y otra infidelidad, entre una mentira y un embuste; Las noches interminables de esperarlo levantada sin poder dormir, para verlo llegar de amanecida borracho y sin dinero. Después siguieron tras la separación y el “hasta aquí llegamos Juan, que no puedo vivir así que no soy ni persona”, cogidos de la mano a los muchos días huyendo de él, de sus pasos de muerte que la perseguían para acabar con ella. “Tú eres mía, solo mía, ¿aún no te has dado cuenta?”.
-¿Se lo escalono y peino liso, señora?-la devolvió a la realidad la voz de la joven peluquera.
Miró de nuevo y esta vez vio la cara de niña grande, que la estudiaba pensando que seguramente esa señora tan delgada y nerviosa había tomado algo antes de entrar alli, desconfiando de ella a pesar de haber ayudado a su amiga.
-Si por favor- contestó, intentando aparentar tranquilidad.
“No voy a pensar más en él. Está muerto, muerto en mi vida y en mi corazón. No es ni siquiera recuerdo”- le prometió mentalmente al espejo que le devolvió sus ojos asustados y sus labios temblorosos. Más allá, a la derecha, la sonrisa gatuna de complicidad que parecía reírse de sus buenos propósitos.
Mientras las tijeras y las manos expertas hablaban a su cabeza pensó que no se dejaría influir por nada, ahora tenía a su lado un buen hombre que la amaba y comprendía. Había sabido buscarse un trabajo y hacerse respetar en él. La vida le sonreía. Por qué iba a amargarse con las cosas pasadas. ¿No era cien veces mejor dejarse adormecer mentalmente por el sonido de fondo de los secadores, sintiendo su cabello acariciado por expertas manos, las puntas segadas por el filo de la tijera, adormeciéndola, las puntas cegando la vida de la rebeldía, cris cras, otra menos, así mejor cortadas ,cris cras...cortadas ...?
-¡TE CORTARÉ EN DOS Y DESPUES TE DARÉ DE COMER A LOS PERROS!
De un salto se levantó, quedando reflejada en la luna del espejo su palidez y miedo. La voz le  había sonado tan cerca. El filo del cuchillo brillaba ya tan pegado a su cuello que se tuvo que morder los labios hasta hacerse sangre para entrar en razón y comprender que solo había sido una vieja pesadilla que retornaba. Voces malas, perdidas en el tiempo, que se niegan a morir en el recuerdo y que nos atormentan en vida.                                                                                                                                                                    “Hay cosas malas por ahí sueltas, mi niña”- le había dicho su abuela. Pero ella, intrépida y atrevida, jurando no tenerle nunca miedo a nada ni a nadie, se había reído con esos” cuentos de vieja”. Ahora intentando sobreponerse, mirando fija al espejo para no ver las caras que la espiaban desde todos los ángulos con la carne de gallina a pesar de la calefacción.
-¿Se encuentra mal, señora, le he hecho algo sin querer?-le preguntó asustada la joven peluquera.
-Nada, nada, perdóname, y por favor termina cuanto antes.
Cuando la chica continuó- dando por terminado el corte y tomando el secador para darle definitiva forma a su melena- se obligó a pensar en Matías, en lo bueno y comprensivo que había sido con ella. Ya desde niños, después de muchachillos y más tarde, al saber como Juan la perseguía por todos lados tras la separación.
”Yo te mato “le había jurado el que ya no era su marido, “yo te mato como te vea con otro, que tú eres mía, mía nada más”. Pero ella le había hecho frente. Había echado para adelante como le enseñaron sus mayores. Había levantado la cabeza y juró por su vida que nadie más que muerta se la haría bajar.
-Eres una mujer valiente- le dijo Matias, al volver a saber de ella y de sus cosas.
-Solo soy una más- le contestó ella entre azorada y molesta.
-Bueno en todo caso, una más de las mejores para mí.
Ella se rió como hacía tiempo que no lo había hecho porque tenía demasiadas ganas de reírse y ser feliz, de olvidarse de que un perro de presa humano seguía tras sus pasos un rastro de sangre aún no derramada, de ser una chica más de su edad y no una vieja temerosa de todo y todos, siempre huyendo asustada de hablar y pensar por sí misma.
Él le ayudó mucho. No con cosas, ni con acciones sino estando allí a su lado, esperando a que ella se recuperase de su herida lentamente, sin empujar al tiempo. Pero la que más la ayudó fue Clara, esa mujer que llevaba dentro de ella y que quería ser libre a toda costa aún de su propia vida.
Clara, la valiente, la decidida, la que Juan intentó matar con sus gritos y rabias, con la fuerza de sus puños y la rotundidad de sus imposiciones.                                                                                                                            “No tú no trabajas fuera de casa”, “Qué dices que vas a ir a dónde “- la impulsó a dejar atrás todo lo que siempre había creído desear, un piso a medio pagar, sus muebles, su marido, su vida, para encontrar su propio camino, un sendero que la guiara de nuevo a la felicidad.
-Pero la vida no es facil, ¿verdad? - le interrumpió el curso de sus pensamientos la voz gatuna.
La miró fijamente, casi con descaro, percibiendo la soberbia que se perdía en sus ojos, la rotundidad de sus labios ahora tan cerrados que en vez de coral parecían rojo sangre. Supo con la misma certeza que un día moriría que él estaba cerca. Juraría sobre la tumba de sus padres que solo pensarlo la vio sonreir, que sus labios se abrieron como los pétalos de una flor para asomar dientes negros tan podridos que el hedor cerca de ella debería ser insoportable.
-Ya he terminado, señora, ¿le gusta cómo le ha quedado?- le preguntó la peluquera ahuecando su cabello con las manos.
Asintió de cualquier forma, intentando componer una sonrisa que quedó en mueca.
Ni siquiera la miró cuando le quitaba la bata blanca que la protegía de su propio cabello, sino que la siguió como un zombi espiando de reojo a la gatuna que fumaba a pesar de la prohibición, expeliendo el humo con evidente placer.
Pagó sin enterarse de lo que le cobraban más preocupada por llegar a casa de una vez, cuando tras la cristalera -que formaba la puerta justo detrás de la foto de una chica con una melena al viento- vio pasar una sombra fugaz con ojos de loco y manos afiladas en cuchillas. Supo que él la buscaba, porque el monstruo estaba suelto.
“Estaba en la cárcel, estaba en la cárcel”-se repetía dejando correr sus lágrimas libremente como un cauce seco que de pronto vuelve a recuperar el curso normal de la agonía.”Estaba en la cárcel y me juraron que me avisarían si salía”- se volvía a repetir mentalmente, parada como un armatoste en mitad de la salida de la peluquería sin dejar entrar ni salir a nadie, observada por todos en aquella entradita de casita de muñecas que conducía al salón de la peluquería.
-¿Le pasa algo, señora?-le preguntó la cajera saliendo de su mesita armada con ordenador y   
Caja para ayudar a esta clienta tan pálida y asustada.
Gritó con todas sus fuerzas cuando le vio entrar. Creyó en su nerviosismo que la puerta- al menos para sus ojos borrosos por las lágrimas- se abría lentamente como en una moviola. Pudo observar con claridad la mano derecha que siempre usaba él para los guantazos llevando medio escondido un cuchillo de buen filo que a pesar de sus llantos y protestas, “no Juan, no, por favor, no” fue a parar en la espalda de la cajera, obstáculo primero que encontró el hombre para llegar a su presa.
El anciano que esperaba a que saliera su mujer y la chica adolescente que leía una revista mientras llegaba su turno para entrar, se levantaron asustados sin saber muy bien qué hacer. Soltaron la revista y las llaves del coche con las que se entretenían pensando en cómo podrían salvar sus pellejos, sin poder dejar al mismo tiempo de mirar a la cajera que con la cara contraída por el dolor gritaba.                                                            La propia sangre derramada asusta más que cualquier otra cosa, como un animal herido de muerte.
-Y ahora te toca a ti, perra-la señaló con los ojos aún más desorbitados y ausentes que nunca.
Huyó hacia dentro de la peluquería como la rata asustada en que la había convertido él.
-¡Llamen a la policia, que venga la policía!- gritaba en su loca carrera.
Todo el mundo parecía ralentizado, absurdamente parado, ante aquella mujer con sangre de otra en las manos que pedía ayuda.
-¿Pero qué pasa aquí...?-salió al encuentro la jefa de peluquería, atrapándola del antebrazo con intención de frenar su carrera.
Ella intentaba desesperadamente zafarse, demasiado asustada para gritar otra cosa que no fuera,”ayudenme, por favor, ayúdenme”
Nadie parecía reparar en ese hombre loco que cruzaba el salón, en esa fiera rabiosa que ahora campaba de cacería. Solo ella lo vio acercarse y gritó con todas sus fuerzas:
-¡LLAMEN A LA POLICIA!
Cuando le dio la primera puñalada todo el mundo echó a correr. Los sillones, los lavacabezas, los secadores y las lunas de los espejos quedaron solos reflejando su impotencia ante él.
Solo ella-la gatuna- siguió allí observándolo todo con naturalidad, cómo si se tratara de un fotograma más de una película, como si ella fuera un insecto expuesto ante la veracidad de un microscopio sin sonreír ni fruncir los labios con apasionamiento, sino únicamente mirando como un profesional con total imparcialidad.
Mientras Clara se defendía poniendo las manos ante el cuello y la cara, recibiendo cortes que la desangraban y debilitaban, la joven Clara, la valiente, la decidida, cogió un secador abandonado y le atizó en la sien con él haciendo brotar el color de su sangre naciendo en la boca del hombre un nuevo insultó para ella:
-Te mataré, puta.
La joven Clara se rió con ganas y la gatuna y el hombre, como en un dueto improvisado la miraron asustados.
-Ya no me das miedo, cabrón, porque voy a acabar contigo. Te mataré cabrón, acabaré contigo- gritaba la joven Clara por sus labios.
Ella lo veía todo… Las caras de los pocos que aún quedaban allí asustados y sin intervenir, meditando entre su miedo y la cobardía de ver morir a una mujer sin hacer nada por impedirlo; Los gritos de algunos llamando para pedir ayuda; Las carreras para salir, los empujones y sobre todo el miedo que ella no sentía ya pero que veía reflejado en todo, hasta en la cara del hombre que la atacaba.
Entonces lo supo luchando con él por su vida. Intentando defenderse para que no la matara lo supo. Solo la temía. No era desprecio, ni maldad. No eran celos, ni locura como ella había creído, sino que desde siempre solo había miedo en él a que lo abandonara si veía más del mundo, a que lo superase si trabajaba o estudiaba,  a que fuera persona sin él y llegara un día en que no lo necesitara. Quiso decirle que solo él la había obligado a abandonarlo, solo su miedo y bajeza, pero sabía que como tantas otras veces él no la escucharía y siguió luchando.
Cayó al suelo recibiendo patadas en los pechos que la asfixiaron. En los riñones al intentar voltearse, privándola de la respiración. Las botas del hombre casi hacen que perdiera el sentido al hundirse en sus costillas.
Ya se sentía perdida del todo porque la voz de la joven Clara y sus ganas de vivir se habían apagado al ritmo de la sangre que enrojecía el suelo, cuando escuchó a su espalda:
-¡Detengase, Policia, Alto o disparo!
La voz le sonó a gloria. Elevó los ojos impulsando a su cabeza toda la poca fuerza que atesoraba. Se vio cubierta de sangre y lo vio a él, al hombre con el que se había casado con ojos de loco asustado y muerto de miedo.
El cuchillo temblaba en su mano, roja de la sangre ajena. Ya no se izaba como un mástil al viento en contra de ella, sino que se apoyaba suavemente en su propia garganta, cuando gangoseó confusamente;
-Si te acercas me mato, lo juró por mis muertos.
-Acérquese a ella y es hombre muerto- le contestó el policía tajante, apuntandole con su pistola-¿Me ha oído?, de un solo paso hacia ella y es hombre muerto...
El asintió soltando el cuchillo como si quemara, hincandose de rodillas, llorando e implorando:
-Yo no quería hacerlo, ella me obligó, yo no quería hacerlo...
Los policías le rodearon y esposaron, atendiéndola a ella rápidamente. Llegaron más pasos que se convirtieron en sombras porque sus sentidos se abotagaron y su mente se marchó a otra dimensión donde nacen los sueños. Vagó por allí perdida y confusa viendo la ambulancia correr hacia su salvación.
No podía recordar nada de ese tránsito más que le parecía flotar cuando escuchó la voz de Matías a su lado, ya en la habitación del hospital, acariciando suavemente su mano, llena de tubos y vendajes:
-Mi chica valiente, no te puedes dejar vencer, joder.
Le sintió llorar quebrándose el alma. Supo que su lugar aún estaba allí, al lado de él.
-Matías...-consiguió con esfuerzo musitar, levemente.
Y él se inclinó sobre ella, con lágrimas en los ojos y una sonrisa de sol naciente.


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