Y AHORA… ¿QUIÉN SE ATREVE LLAMARME CERDO?
Debo de ser un cerdo, porque siempre me han
dicho lo mismo, “Eres un cerdo”, “Eres un cerdo”, hasta que me resonaban los
oídos. Desde niño en el colegio…los oía , una y otra vez, en la cara, a mis
espaldas, insultándome por los pasillos, en la biblioteca, en los recreos. Hasta delante del Director, que, quejándome yo de ello, me miró con cara de
lástima y dijo para empeorar aún más la situación;
-Es que
pareces un cerdo.
Y no sé si
lo era o lo parecía. Pero sí sé que me tiraba más un bocadillo de tortilla que
un amigo . Quizás, no lo sé ,porque nunca estuve en esa situación, pero si me
hubieran dado a elegir entre mi madre o una enorme hamburguesa, cuando el
hambre me hubiera apretado, lo mismo hubiera terminado, comiéndome la
hamburguesa. Sí, ya lo sé, diréis vosotros también que soy un cerdo. No, si no me
enfado, si ya sé que esto no tiene nombre, como lo de perder a la chica de mis sueños, por no querer hacer régimen.
O pasar de los amigos y los conocidos, a cambio de apoltronarme en un bar, a
base de tapas y bocadillos.
Supongo que por eso, el día que pasó aquello, yo era el único que estaba
en la biblioteca, encerrado a la hora del recreo, con un pollo asado traído de
casa y media barra de pan crujiente, escondido, pertrechado y rebosante de
felicidad, cuando empecé a escuchar chillidos…
Os
confieso, que, al principio, me importaron una misma mierda y que conste que
uso este argot porque sé que estoy entre amigos. Pero es que en el instituto
donde doy clases, de lo que sea a tarugos, que lo más que tienen ganas es de
pasarse conmigo, llamándome cerdo, cómo no, y tirándome lo que encuentran a
mano, a la cabeza, la verdad es que no conozco muchos a los que les tenga
aprecio. Los compañeros, o pasan de mi, como dicen mis alumnos, o me miran por
encima del hombro, como si mis 134 kilos, les pesaran a ellos y no a mi.
Bueno, el hecho es que ese día, que os cuento, estaba saboreando una
alita del pollo , estrechándola con el paladar y meciéndola con la lengua,
cuando empecé a escuchar chillidos…Ya veis,
chillidos en un instituto en el recreo, ¡vaya cosa para sorprenderse!. Al
cabo de un rato de seguir escuchando carreras arriba y abajo y de ver pasar al
Director con la cara ensangrentada y uno de los bedeles persiguiéndole, como si
estuviéramos en vísperas del día Halloween, ya me mosqueé un poco. Eran demasiados
chillidos, no como para dejar de comer el pollo, pero casi . La gota que
colmo el vaso de mi perspicacia, fueron los golpes angustiosos en la puerta
maciza de la biblioteca, donde me había pertrechado y la voz en grito de Susana, la profesora de religión, pidiéndome, más bien exigiéndome, en un
lenguaje muy vulgar, que le abriera. -
¡¡Maldito cerdo de mierda!!- dijo su voz inmaculada.-¡¡ Ábreme de una maldita
vez la jodida puerta !! Fue
entonces, cuando me asomé por la ventana, que daba al patio y los vi a todos
los que conocía... Los alumnos, los profesores, los bedeles e incluso algunos
padres, corriendo como locos, de lo que parecía una plaga de locos , que
estaban rodeándoles, para cazarlos como sabandijas y atacarles , comiéndoselos
vivos.
Como estamos
en confianza, no os negaré que la visión me dio incluso más hambre , porque
tendríais que haber visto aquello …No sé lo que serían aquellas personas, pero
..con qué ansia y con qué gusto se deleitaban con la comida. Tanto es así que
me quedé atónito mirándolos, atrayendo la atención de uno de ellos, que gimió
al ver mi oronda figura, asomada a la ventana . Gracias tuve que dar a la
neurosis del director, que había soldado rejas metálicas a todas las ventanas,
para prevenir incidencias, robos o desmanes, porque me brindaba una seguridad
muy estimada. Si no hubiese existido, ese padre que creí reconocer
como el portavoz del AMPA, con su bigotillo ralo y su voz de pito, que saltó como
gamo loco y se encaramó a las rejas rugiéndome, me hubiera devorado.
El corazón me latía a cien por hora. El tiempo se hizo nada, agarrada mi
mano a la alita de pollo , chorreando aceite hasta pringar todo el suelo.
No os puedo decir cuantos minutos pasaron, desde que vinieron a buscar a
la profesora de religión, que me maldijo, creo recordar en cinco idiomas, empezando
por el arameo . Luego, se empezó a escuchar el silencio, para dar paso a una
calma que me incrementó el hambre atrasada, doliéndome de no haber preparado
más comida, para una eventualidad como aquella.
Si
os diré que empecé a cogerles afecto, porque eran como perros bien entrenados a
la caza y captura de comida. Al írseles acabando, al igual que me ocurría a
mí, se volvían más frenéticos, más hostiles, arañando las rejas de las ventanas
en las que se habían encaramado, a pesar de ser un segundo piso y golpeando la
puerta, con sus manos manchadas de sangre ajena.
Al tiempo,
empezaron a desfallecer, quedándose lacios, como marionetas sin dueño . Yo, en
cambio, sentía una fiera interior devorándome por entero, que me hizo tomar una
escoba y privarla de su cabeza, puntearla con un golpetazo de tacón , para ir
en busca de comida, con la que sobrevivir, a lo que parecía una terrible
epidemia. Solo fue salir, ya uno se me echó encima, derribándolo en el suelo, alzando una mano como en señal de paz, para que yo, con el tacón de mi bota, la aplastara, sintiendo el crujir de las falanges de los dedos que me recordaron al pollo
bien asado. Corrí ,como pude, con mis cientos de kilos, balanceándoseme la barriga,
como una cestita sin relleno, hasta llegar a un pasillo largo, vacío, donde se
veían rastros de sangre y piltrafas de carne por doquier, pegados a marcos,
suelo , paredes y techo.
Eso, lejos de revolverme el estomago, enjugó mi sistema digestivo y
empecé a salivar como un perro y fue entonces, justo entonces, cuando me lo
encontré a él… Era el bedel borrachín y descerebrado, que siempre se metía
conmigo, solo que ahora no tenía labios sobre los que verter la cerveza, porque
algo o alguien se los había arrebatado, dejando al descubierto, unos feos
dientes, llenos de sarro, en los que sobresalían cachitos de sonrosada carne.
No sé
lo que ocurrió conmigo, si fue su cara de idiota que me recordaba tantos malos
ratos o fue mi hambre insaciable, pero me abalancé sobre él y empecé a
morderle. El intentaba atraparme, pero estaba blandito como una madeja de lana
desenrollada y en cambio yo, tenía fuerzas nuevas, que me nacían del olor que
desprendía a comida en estado puro...Sangre fresca y vísceras desconocidas. Se
me vino a la mente sus risas contenidas cuando entraba en el instituto,
"Buenos días, Marcial", le decía yo respetuoso , que mi madre me
había enseñado que los niños bien educados deben de portarse bien. Pero él se
desternillaba de la risa, en cuanto yo pasaba, señalándome y haciendo gracietas
que pasaban de él a los otros bedeles y después a los chicos que me coreaban el
paso, cantándome..."Cerdo, eres un cerdo". Una mañana, harto de aguantar,fui al despacho del director y se lo conté
todo...Estaba echando balones fuera, cuando llegó la profesora de religión,
Susana, casi tan gorda como yo, pero con tacones de aguja en los
enormes pies. -Es que a veces , no digo yo que lo seas...- dijo con su voz enlatada en
falsedad.-...Pero pareces un cerdo. Estallé
como un loco y les amenacé a los dos con irme a Consejería de Educación y
buscarles la ruina, pero tres meses después y con una carta certificada en las manos,
en la que me pedían datos y más datos, testigos y normativas, seguían
llamándome "cerdo" cada vez que me veían.
-Buenos días , Marcial- le dije, mientras le apartaba la cara con mi mano derecha, para verle las orejas delgadas y cartilaginosas, que mordisqueé
hasta saciarme, primero con una y luego con
otra. Luego seguí con los cachetes, luego con el pecho,
para ir saciando mi apetito con su
cuerpo, dejándolo bien quieto en el suelo, luego de hacerlo…
Durante horas después de aquello me sentí mal, porque la digestión de lo
crudo no era precisamente a lo que mi estómago estaba acostumbrado. Medité mucho pensando en las consecuencias que tendría que los cocinase
primero. Pero dado que la cocina quedaba en la primera planta que estaba
infectada por ellos, creí lo más conveniente pertrecharme en la biblioteca y
salir de vez en cuando a cazar.
Me tocó un día el premio gordo de encontrarme a Susana mirándome con su
cara de voz enlatada, sin tacones, ni reglamentos. Me
deleité en ella, como ella lo había hecho conmigo, desgarrándole los párpados y
separándoselos de los ojos que miraban con desprecio.
-¿ Ahora soy
un cerdo?- le preguntaba mientras me la comía y ella gemía, por esos labios
destrozados que le caían sobre la barbilla.
Mucho tiempo después,
llegaron ellos y me descubrieron, escondido en el cuarto de las escobas, que
era mi almacén de cuerpos mutilados. Tuve que hacer un gran esfuerzo para que no vieran lo que había allí
dentro, porque supe que no lo entenderían. Nadie en toda mi vida me había
entendido.
No daban crédito a que hubiera sobrevivido. Era el único de todo el
instituto, con más de 300 almas, que habían desaparecido, como si lo que ellos
llamaban "la plaga" las hubiera hecho desaparecer.
- Es un ansia de
comer que les lleva a cometer locuras, a matarse entre si, para devorarse y
devorar a todo el que encuentran en su camino- me dijo un militar mientras me
llevaban entre varios, custodiado con escudos y metralletas. -Se cree que ha empezado
aquí mismo- me dijo ese mismo militar subiéndome a un coche y llevándome hasta
un helicóptero.-Pero
se está desbordando porque es muy contagios... Solo te muerden ya te contagias
y estás perdido. No
quise contarles mi secreto. Ya lo sabrían ellos...Los primeros, esos, que ahora
me llevaban en un helicóptero, hasta el hospital más cercano. - Sí , se sabe ya el origen del brote...-escuchábamos por la radio que
llevaba el militar.-....Es
una mujer de unos setenta años...Sí ha sido eliminada, pero ha infectado a ... Entonces recordé cómo sabía de bien, a pesar de ser tan mayor. "Cerdo, cerdo", me había insultado antes de irme al instituto,
por coger medio pollo asado y una barra de pan, recién horneado. -
¡¡¡Ya estoy harto, mamá!!!- le dije empujándola contra el suelo, mirándole los ojos
ahuevados y esas arrugas que le colgaban de los antebrazos. Fue
en el primer sitio donde la mordí, con todas mis ganas. Un mordisco por cada
insulto. Una dentellada por cada falta. Así sin darme cuenta, me marché feliz al
instituto y me metí en la biblioteca, a comerme el medio pollo asado y la media
barra de pan. Justo hasta que empezaron los chillidos y luego llegaron esos
militares que sobrevolaban una ciudad que ya no era la misma porque la fiebre
alimentaria había
estallado y todos tenían el mismo apetito que yo. Menos esos, que ahora miro con codicia de cuerpos nuevos, narices
cartilaginosas, labios carnosos,caderas y muslos fibrosos . Mientras mi boca
saliva de nuevo, como la de un perro, porque
ahora sé , por fin, porque me llamaban cerdo, justo , porque me como, hasta
mis pensamientos.
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