miércoles, 19 de agosto de 2015

PREMIO FINALISTA RELATOS DE TERROR DONBUK


 Y AHORA… ¿QUIÉN SE ATREVE LLAMARME CERDO?

 

Debo de ser un cerdo, porque siempre me han dicho lo mismo, “Eres un cerdo”, “Eres un cerdo”, hasta que me resonaban los oídos.                                                    Desde niño en el colegio…los oía , una y otra vez, en la cara, a mis espaldas, insultándome por los pasillos, en la biblioteca, en los recreos. Hasta delante del Director, que, quejándome yo de ello, me miró con cara de lástima y dijo para empeorar aún más la situación;

-Es que pareces un cerdo.
Y no sé si lo era o lo parecía. Pero sí sé que me tiraba más un bocadillo de tortilla que un amigo . Quizás, no lo sé ,porque nunca estuve en esa situación, pero si me hubieran dado a elegir entre mi madre o una enorme hamburguesa, cuando el hambre me hubiera apretado, lo mismo hubiera terminado, comiéndome la hamburguesa.                                                   Sí, ya lo sé, diréis vosotros también que soy un cerdo. No, si no me enfado, si ya sé que esto no tiene nombre, como lo de perder a la  chica de mis sueños, por no querer hacer régimen. O pasar de los amigos y los conocidos, a cambio de apoltronarme en un bar, a base de tapas y bocadillos.                                                                                Supongo que por eso, el día que pasó aquello, yo era el único que estaba en la biblioteca, encerrado a la hora del recreo, con un pollo asado traído de casa y media barra de pan crujiente, escondido, pertrechado y rebosante de felicidad, cuando empecé a escuchar chillidos…                                                                                        Os confieso, que, al principio, me importaron una misma mierda y que conste que uso este argot porque sé que estoy entre amigos. Pero es que en el instituto donde doy clases, de lo que sea a tarugos, que lo más que tienen ganas es de pasarse conmigo, llamándome cerdo, cómo no, y tirándome lo que encuentran a mano, a la cabeza, la verdad es que no conozco muchos a los que les tenga aprecio. Los compañeros, o pasan de mi, como dicen mis alumnos, o me miran por encima del hombro, como si mis 134 kilos, les pesaran a ellos y no a mi.                                                                         Bueno, el hecho es que ese día, que os cuento, estaba saboreando una alita del pollo , estrechándola con el paladar y meciéndola con la lengua, cuando empecé a escuchar chillidos…Ya veis, chillidos en un instituto en el recreo, ¡vaya cosa para sorprenderse!. Al cabo de un rato de seguir escuchando carreras arriba y abajo y de ver pasar al Director con la cara ensangrentada y uno de los bedeles persiguiéndole, como si estuviéramos en vísperas del día Halloween, ya me mosqueé un poco.                                        Eran demasiados chillidos, no como para dejar de comer el pollo, pero casi . La gota que colmo el vaso de mi perspicacia, fueron los golpes angustiosos en la puerta maciza de la biblioteca, donde me había pertrechado y la voz en grito de Susana, la profesora de religión, pidiéndome, más bien exigiéndome, en un lenguaje muy vulgar, que le abriera.                                                                                                                             - ¡¡Maldito cerdo de mierda!!- dijo su voz inmaculada.-¡¡ Ábreme de una maldita vez la jodida puerta !!                                                                                                                               Fue entonces, cuando me asomé por la ventana, que daba al patio y los vi a todos los que conocía... Los alumnos, los profesores, los bedeles e incluso algunos padres, corriendo como locos, de lo que parecía una plaga de locos , que estaban rodeándoles, para cazarlos como sabandijas y atacarles , comiéndoselos vivos.                                                                                                                                      Como estamos en confianza, no os negaré que la visión me dio incluso más hambre , porque tendríais que haber visto aquello …No sé lo que serían aquellas personas, pero ..con qué ansia y con qué gusto se deleitaban con la comida.                                                                                Tanto es así que me quedé atónito mirándolos, atrayendo la atención de uno de ellos, que gimió al ver mi oronda figura, asomada a la ventana . Gracias tuve que dar a la neurosis del director, que había soldado rejas metálicas a todas las ventanas, para prevenir incidencias, robos o desmanes, porque me brindaba una seguridad muy estimada. Si no hubiese existido, ese padre que creí reconocer como el portavoz del AMPA, con su bigotillo ralo y su voz de pito, que saltó como gamo loco y se encaramó a las rejas rugiéndome, me hubiera devorado.                                                                                                                El corazón me latía a cien por hora. El tiempo se hizo nada, agarrada mi mano a la alita de pollo , chorreando aceite hasta pringar todo el suelo.                                                   No os puedo decir cuantos minutos pasaron, desde que vinieron a buscar a la profesora de religión, que me maldijo, creo recordar en cinco idiomas, empezando por el arameo . Luego, se empezó a escuchar el silencio, para dar paso a una calma que me incrementó el hambre atrasada, doliéndome de no haber preparado más comida, para una eventualidad como aquella.                                                                                                                                            Si os diré que empecé a cogerles afecto, porque eran como perros bien entrenados a la caza y captura de comida. Al írseles acabando, al igual que me ocurría a mí, se volvían más frenéticos, más hostiles, arañando las rejas de las ventanas en las que se habían encaramado, a pesar de ser un segundo piso y golpeando la puerta, con sus manos manchadas de sangre ajena.                                                                                                    Al tiempo, empezaron a desfallecer, quedándose lacios, como marionetas sin dueño . Yo, en cambio, sentía una fiera interior devorándome por entero, que me hizo tomar una escoba y privarla de su cabeza, puntearla con un golpetazo de tacón , para ir en busca de comida, con la que sobrevivir, a lo que parecía una terrible epidemia.                      Solo fue salir, ya uno se me echó encima, derribándolo en el suelo, alzando una mano como en señal de paz, para que yo, con el tacón de mi bota, la aplastara, sintiendo el crujir de las falanges de los dedos que me recordaron al pollo bien asado.                                          Corrí ,como pude, con mis cientos de kilos, balanceándoseme la barriga, como una cestita sin relleno, hasta llegar a un pasillo largo, vacío, donde se veían rastros de sangre y piltrafas de carne por doquier, pegados a marcos, suelo , paredes y techo.                                                                                                  Eso, lejos de revolverme el estomago, enjugó mi sistema digestivo y empecé a salivar como un perro y fue entonces, justo entonces, cuando me lo encontré a él…                           Era el bedel borrachín y descerebrado, que siempre se metía conmigo, solo que ahora no tenía labios sobre los que verter la cerveza, porque algo o alguien se los había arrebatado, dejando al descubierto, unos feos dientes, llenos de sarro, en los que sobresalían cachitos de sonrosada carne.                                                                                                                           No sé lo que ocurrió conmigo, si fue su cara de idiota que me recordaba tantos malos ratos o fue mi hambre insaciable, pero me abalancé sobre él y empecé a morderle. El intentaba atraparme, pero estaba blandito como una madeja de lana desenrollada y en cambio yo, tenía fuerzas nuevas, que me nacían del olor que desprendía a comida en estado puro...Sangre fresca y vísceras desconocidas.                                                         Se me vino a la mente sus risas contenidas cuando entraba en el instituto, "Buenos días, Marcial", le decía yo respetuoso , que mi madre me había enseñado que los niños bien educados deben de portarse bien.                                                        Pero él se desternillaba de la risa, en cuanto yo pasaba, señalándome y haciendo gracietas que pasaban de él a los otros bedeles y después a los chicos que me coreaban el paso, cantándome..."Cerdo, eres un cerdo".                                                                          Una mañana, harto de aguantar,fui al despacho del director y se lo conté todo...Estaba echando balones fuera, cuando llegó la profesora de religión, Susana, casi tan gorda como yo, pero con tacones de aguja en los enormes pies.                                                       -Es que a veces , no digo yo que lo seas...- dijo con su voz enlatada en falsedad.-...Pero pareces un cerdo.                                                                                                   Estallé como un loco y les amenacé a los dos con irme a Consejería de Educación y buscarles la ruina, pero tres meses después y con una carta certificada en las manos, en la que me pedían datos y más datos, testigos y normativas, seguían llamándome "cerdo" cada vez que me veían.                                                                                         -Buenos días , Marcial- le dije, mientras le apartaba la cara con mi mano derecha, para verle las orejas delgadas y cartilaginosas, que mordisqueé hasta saciarme, primero con una y luego con otra. Luego seguí con los cachetes, luego con el pecho, para ir  saciando mi apetito con su cuerpo, dejándolo bien quieto en el suelo, luego de hacerlo…                                                                                                                         Durante horas después de aquello me sentí mal, porque la digestión de lo crudo no era precisamente a lo que mi estómago estaba acostumbrado. Medité mucho pensando en las consecuencias que tendría que los cocinase primero. Pero dado que la cocina quedaba en la primera planta que estaba infectada por ellos, creí lo más conveniente pertrecharme en la biblioteca y salir de vez en cuando a cazar.                                               Me tocó un día el premio gordo de encontrarme a Susana mirándome con su cara de voz enlatada, sin tacones, ni reglamentos.                                                                                               Me deleité en ella, como ella lo había hecho conmigo, desgarrándole los párpados y separándoselos de los ojos que miraban con desprecio.                                                                                              -¿ Ahora soy un cerdo?- le preguntaba mientras me la comía y ella gemía, por esos labios destrozados que le caían sobre la barbilla.                                                                                                      Mucho tiempo después, llegaron ellos y me descubrieron, escondido en el cuarto de las escobas, que era mi almacén de cuerpos mutilados.                                                             Tuve que hacer un gran esfuerzo para que no vieran lo que había allí dentro, porque supe que no lo entenderían. Nadie en toda mi vida me había entendido.                                                                                                                      No daban crédito a que hubiera sobrevivido. Era el único de todo el instituto, con más de 300 almas, que habían desaparecido, como si lo que ellos llamaban "la plaga" las hubiera hecho desaparecer.                                                                                                          - Es un ansia de comer que les lleva a cometer locuras, a matarse entre si, para devorarse y devorar a todo el que encuentran en su camino- me dijo un militar mientras me llevaban entre varios, custodiado con escudos y metralletas.                                                                 -Se cree que ha empezado aquí mismo- me dijo ese mismo militar subiéndome a un coche y llevándome hasta un helicóptero.-Pero se está desbordando porque es muy contagios... Solo te muerden ya te contagias y estás perdido.                                                                                                                                                               No quise contarles mi secreto. Ya lo sabrían ellos...Los primeros, esos, que ahora me llevaban en un helicóptero, hasta el hospital más cercano.                                                          - Sí , se sabe ya el origen del brote...-escuchábamos por la radio que llevaba el militar.-....Es una mujer de unos setenta años...Sí ha sido eliminada, pero ha infectado a ...                                      Entonces recordé cómo sabía de bien, a pesar de ser tan mayor.                                                                                   "Cerdo, cerdo", me había insultado antes de irme al instituto, por coger medio pollo asado y una barra de pan, recién horneado.                                                                          - ¡¡¡Ya estoy harto, mamá!!!- le dije empujándola contra el suelo, mirándole los ojos ahuevados y esas arrugas que le colgaban de los antebrazos.                                                  Fue en el primer sitio donde la mordí, con todas mis ganas. Un mordisco por cada insulto. Una dentellada por cada falta. Así sin darme cuenta, me marché feliz al instituto y me metí en la biblioteca, a comerme el medio pollo asado y la media barra de pan. Justo hasta que empezaron los chillidos y luego llegaron esos militares que sobrevolaban una ciudad que ya no era la misma porque la fiebre alimentaria había estallado y todos tenían el mismo apetito que yo.                                                                  Menos esos, que ahora miro con codicia de cuerpos nuevos, narices cartilaginosas, labios carnosos,caderas y muslos fibrosos . Mientras mi boca saliva de nuevo, como la de un perro, porque  ahora sé , por fin, porque me llamaban cerdo, justo , porque me como, hasta mis pensamientos.

                                                                                                                                                




                                                                         

viernes, 14 de agosto de 2015

FINALISTA PREMIO RELATO POLICÍACO SEMANA NEGRA GIJÓN 2015

ANGIOLILLO

 

“El ataúd, a hombros de los migueletes que lo habían custodiado en el balneario, fue llevado hasta su carruaje mortuorio .El féretro era tan pesado que, antes de llegar a la estación de ferrocarril, en la cuesta de la Descarga, fue necesario emplear dos parejas de bueyes para arrastrar el coche fúnebre...

En Zumárraga se celebró una ceremonia religiosa, abreviada por el agotamiento de la viuda, que no consintió en separarse del cadáver y subió al furgón fúnebre, acompañada de fray  Fernando Arguelles, en su viaje hasta Madrid...”.
Leo estos pocos párrafos en las arrugas grasientas del periódico que Manuel, el único guardián que es un poco amable conmigo, me ha traído envolviendo un mendrugo de pan y un arenque. Odió el pescado  y más aún la mentira , que fue por ella y no por otra cosa por la que me hice anarquista , y cuanto más me asquea ,  más se revuelve contra mí, pareciéndome ,ya, que forma parte de mi propia esencia , pero no ,ahora que queda ya tan poco , que el tiempo se me acaba , debo aclarar, aunque para nadie valga lo que sé de todo aquello.
Murió -gracias a mí- como  el héroe que nunca había sido, pues menudo, bisojo y malcarado, poco podía depararle el destino más que pasar a la historia como otro político más de los muchos que en estas tierras ha habido. No tenía nada de especial, aunque eso sí, era trabajador,  de eso no cabe duda,  pues estudié durante días sus idas y venidas, le seguí a casi todas partes, y aún en vacaciones como era el caso, su ritmo era incesante, durmiendo como medio hombre y comiendo como tres, discutiendo  acaloradamente con sus amigos y contertulios, paseando, leyendo los periódicos y aun sacando tiempo para resolver las muchas consultas que por telegrama se le hacían desde Gobernación.
Dije en el juicio que lo había matado como protesta por las torturas a que sometieron a los anarquistas encarcelados por el atentado de la calle Cambios Nuevos, y rápidamente, tomando eco de ello, la opinión pública y los periodistas dieron cuenta de mi  pasado, se me acusó de ser un anarquista místico, preocupado sobre todo por las guerras coloniales que España mantenía con Cuba y Filipinas. En ese curso de alimentar bulos y corrillos callejeros, investigaciones policiales sacaron a la luz que mi verdadero fin era asesinar a la Reina y a su heredero, aun un niño, apareciendo de  la nada testigos que dieron fe de que esas y no otras fueron de mis palabras , y como por casualidad, se me endosaron actuaciones anteriores al hecho declarando gente a la que ni siquiera conocía que había  cambiado mi fin inicial por este otro, quedándome –tras el asesinato- sin hacer nada por escapar gracias a las indicaciones de Nakens , periodista y anarquista,  que tampoco faltó a la cita con la prensa y la popularidad, aunque fuera a costa de la sangre y el nombre de un inocente.
No, cuando digo inocente no me refiero al hecho del asesinato, que es evidente que lo cometí y creo que queda más que probado, pues no sería propio de mi negar que fue mi arma y mi persona la que le arrebataron la vida a Cánovas, sino a la rumorología y descrédito popular que siguieron tras los acontecimientos referidos a mí mismo, a mi pasado o a las motivaciones del acto.
¿No sería un hecho importante referido a la investigación que la víctima ya sufrió anteriormente un atentado en el año 93 del que milagrosamente salió ileso, yendo a morir el asesino en la forma y manera que había previsto para su objetivo? ¿No es en extremo extraño que por declaraciones del marqués de Lema  ya en pleno julio-recordemos que el suceso ocurrió el 8 de agosto-la misma víctima reconoció ante él sentirse espiado? ¿Cómo es posible que ese hombre tan lúcido e ilustre no tuviera una escolta adecuada, cómo que me dejaran acercarme a él con total impunidad, sin sospechar nada de mi aspecto tan diferente al acostumbrado en otros huéspedes del balneario donde ambos nos alojábamos?
Solo días después del hecho confesará Lema conocerme y haberse extrañado- según sus propias palabras- de mi aspecto, pero ni él ni ningún otro hicieron nada por detenerme.
Finalmente, el jefe de la policía del Presidente será cesado y la tierra removida aplastada, cuadrarán pruebas y los testimonios confirmarán lo que ya todos pensaban, que un anarquista más había segado la vida de un político ilustre, de un hijo de la Nación. 
Pero ahora puedo confesar que todos ellos estaban  totalmente equivocados.
Cierto es los periodistas sabían lo de mis viajes a París, que dudaban de que el anarquismo español hubiera dejado que un italiano como yo hiciera el trabajo sucio por ellos, que la conexión con Cuba y Betanzos había muchos a los que no les cuadraba, pero aun así, o tal vez porque lo más fácil era dar carpetazo cuanto antes al asunto, se me condenó en un juicio sumarísimo a garrote vil. Nadie sospechó de ella y menos que nadie, yo.
Tal vez era demasiado hermosa y joven para parecer siquiera un poco culpable de algo, quizás, su educación, el buen gusto con el que se comportaba o las maneras dulces y suaves la hacían la mujer ideal para cualquier hombre, de cualquier hombre de su entorno se
Entiende, pues jamás nadie en su sano juicio la hubiera emparejado con un truhán como yo, un buscavidas de ideas libertarias que  debía conformarse con pasar unos días prestados con ella en un motelucho pegado al Sena.
Puedo rencorizar mis recuerdos y verla -astuta y cauta-  llegando tapada y silenciosa al motel, desnudarse con timidez y meterse tibiamente en mi cama, diciéndome con voz entrecortada cómo deseaba que él muriera para poder vivir para siempre libre conmigo. Puedo ralentizar mis sentimientos y dejarla parada en mitad de aquella habitación, desnuda y callada, vuelta hacia la pared, enfadada porque no había conseguido un plan para eliminarme. Podría decir que me presionó como solo una persona fría y sin corazón puede llegar a hacerlo, ”Michele que no puedo más”, ”Michele que me asquea solo de mirarlo”, ”Michele que te quiero demasiado para tenerte que ver a escondidas”, ”Michele mátale, que nadie más que él merece la muerte”, pero mentiría si no dijera que yo deseaba más que cualquier otra cosa hacerlo, porque la quería solo para mi, sin tenerla que compartir ni con el cielo ni con el infierno.
El día 8 de agosto mi objetivo, el hombre que tenía amarrada a la mujer que yo había jurado hacer libre, fue a misa, regresó al hotel, subió a su habitación, puso un telegrama a Gobernación y reposó algunos minutos.
Pasadas las 12.30 ella le hizo bajar, creo que se encontraron en la escalera con una señora conocida, detalle casuístico que ella era demasiado lista para desaprovechar.
Su marido, como ella bien sabía, era poco dado a los cotilleos ni chismes sociales y  se le adelantó, yéndose a sentar en la galería de arcos que conducía al comedor, que, por estar al nivel del jardín, era el lugar más fresco para leer, que era justo lo que se disponía a hacer.
Tomó asiento, tal y como ella había previsto, al lado de las tres puertas que se abren sobre esa galería. Como era muy miope, se acercaba mucho el periódico al rostro, por lo que no me vio llegar, ni tampoco pudo me, pues ya me había advertido ella de que calzara zapatillas.
Apoyando mi mano izquierda sobre la hoja cerrada, disparé  con la derecha a
Quemarropa, atravesándole la cabeza y levantándole del asiento como si fuera un guiñapo.
Asustado, le disparé por segunda partiéndole la yugular, formándose a su alrededor un reguero infame de sangre. Pero aun así, le volví a disparar, como  ella me había aconsejado, para que no hubiera ningún fallo, entrándole la bala por la espalda.
En ese momento,  debí huir no parando hasta cruzar la frontera, yéndome a encontrar con ella en el motelito del Sena, pero la sentí llegar, sus pasos me anunciaron que estaba cerca y la esperé para que escapara conmigo, sé que fue tamaña locura, pero qué menos se podría esperar de un loco enamorado.
Me mató por dentro, cuando se revolvió hacía mi como una fiera acorralada, me insultó y golpeó, aguantándome para que no huyera, hasta que llegó un Teniente de la Guardia Civil que se me abalanzó por la espalda, produciéndose en la trifulca un disparo más que alertó al resto de la guardia.
Me detuvieron y me condujeron a la cárcel de Vergara como a un animal , mientras Cánovas fallecía .Lo embalsamaron y lo metieron en un féretro metálico, después de que el médico del hotel hubiera hecho lo imposible por salvarle la vida.
Disculpó su poca ciencia -más acostumbrada a malestares sin importancia de ricos y ociosos- diciendo que los disparos eran mortales de necesidad y que sólo la Santa Unción podría llevar alivio a su alma.
Numerosos políticos, incluido Castelar, se presentaron en el Balneario de Santa Águeda, mientras de todo el país, llegaban centenares de telegramas de condolencia.
Parece que miles de personas se congregaron en las estaciones por donde pasaba el tren, y sobre todo por Burgos, Valladolid y Ávila, entrando a los sones de la Marcha Real en la estación de Madrid el día 11 de agosto, siendo recibido por los representantes de todas las instituciones políticas y militares.
En La Huerta se instaló la capilla ardiente, bajo la guardia de los alabarderos.
En el entierro más de quinientas coronas le fueron dedicadas, fueron más de 10.000 los asistentes que le acompañaron al panteón del cementerio de San Isidro, donde fue depositado su féretro. A mí, en cambio, me darán garrote vil en el patio de la cárcel de Vergara, enterrándome en la fosa común del cementerio, aquellas destinadas a maleantes y asesinos, como yo mismo. No me pesaba el engaño, ni me dolía su traición.
Y un momento antes de la ejecución, cuando los disparos de los fotógrafos estallaban cerca de mi cara, lejos de intimidarme, aliviándome de mi soledad, pensé tristemente, que al menos estaría acompañado a la hora de la muerte, aunque por amor no era la forma más adecuada en la que un anarquista elegía echarle un pulso a la vida, sino más bien al lado de su víctima, acribillado por los disparos de los escoltas

Pero no elegimos la forma de morir, y cuando el garrote borró mi aliento la pude ver como el ultimo regalo de la vida, todo lo hermosa que era, rodeada de coronas de flores, en el vagón fúnebre, velando al hombre que yo había asesinado, y dos lagrimas rodaron por mi cara al no poder estar a su lado, aunque solo fuera una vez más.