Cada mañana disputo entre el trafico, con los grises de la humareda
amarga
acongojando mi alma, pisotones de asfalto, rostros que no me dicen
nada,
inmersa, como estoy, en una ciudad opresiva, Ciudad Maldita,
de la que no puedo menos que desear escapar -aun en mente-
hacia unos campos de suaves espigas, campos soñados ,recortados por la
luz del sol,
donde artesanos de manos ásperas esperarán para segar lo que la tierra
les ha brindado,
y mujeres de limpia mirada darán vida con sus manos al corazón de la
siembra...
Sueño, callejeando con las bolsas de la compra acuestas,
que mis pies pisan la negritud de la bondad de una prospera tierra,
miro- sin ver- los escaparates, los guardias de tráfico o los camiones
que me rodean,
porque mis ojos se recrean en la lejanía de un campo sembrado que
termina en un bosque que no existe más que en mi imaginación,
en unos árboles que me llevan a un sendero iluminado por el verdor
y saciado con los aromas de los pinos.
Allí, dejo mis pies libres de atadura, descalzo mi alma y libero la
mente
de todo lo que no sea ese maravilloso sueño, porque yo sueño, sueño
mil sueños,
en los que no puedo dejar de soñar, porque sin ellos moriría.
En ese lugar donde no entran las pitadas de los coches, ni los
chillidos,
donde se veda la entrada al rugido del motor o la voracidad de una
excavadora
en pie de guerra, en ese mismo lugar, acabo de descubrir un nido, y mi
corazón late lento para no molestar a los desplumados polluelos. Puedo
observar-con lágrimas deslizándose por mis mejillas-
como la madre los alimenta con empeño, mientras el sol se refleja en
las hojas tupidas de las ramas que les dan cobijo...Una pitada estridente y
amarga me devuelve a la cotidianidad: el gris acecha, el verdor ha desaparecido......en
esta ciudad maldita no hay pájaros, ni flores, ni se escucha el zumbido de los
insectos
Esta realidad, es la mia, este conjunto de certezas, me obligan a
abandonar lo que tanto quiero, partiendo con la cabeza gacha y las bolsas del
supermercado hundiéndose en el gris más que nunca.
Cuando, de repente, el corazón se me escapa, a punto de estallar, al
darme cuenta de que mis pies van descalzos y manchados con el negro de una
prospera tierra, donde los pájaros trinan y los pinos elevan sus ramas hasta
atrapar la luz del sol.
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